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Manuela Velasco es La Bella Dorotea: un Mihura que da la vuelta a Doña Rosita La soltera

Por Horacio Otheguy Riveira

Desde una nube que llueve sobre tres pueblerinas que se las traen hasta el monólogo final, breve, contundente, amoroso, La bella Dorotea es fiesta donde debió haber dolor y amargura. No le falta buena dosis de esto, presente en su carita triste mirando el mar por donde un barquito es libre y feliz, pero se quiere bien y saca fuerzas para bastarse a sí misma hasta dar con un novio que no la plante, como aquel que se fue a Madrid en el único tren del pueblo el día de la boda. Hay mucha Dorotea en la obra original de Miguel Mihura, y mucha más en el talento de la directora Amelia Ochandiano que la lleva a los años 70 donde en la radio se escucha a Mari Trini y Leonardo Favio dándole bríos al amor.

Hay pasos de baile, un aria de zarzuela con piano en directo, sorpresas en las interpretaciones y mucha y muy buena energía para que todo el elenco respalde la cautivadora interpretación de Manuela Velasco en un despliegue incesante de armonía entre la belleza y el humor con un personaje que se enfrenta a la mediocridad y hace de la ilusión una poderosa aventura.

César Camino, un truhán que va de feria en feria con un Tiovivo. El buen oficio del actor lo enmascara como si fuera un bonachón sin segundas. Y la bella con su traje de novia comiendo pipas y mirando el mar.
Dos fotos con otro personaje clave, muy bien encarado por Rafael Fernández de Pablo, quien al comienzo se marca un estupendo padre de Dorotea.

La Bella Dorotea, 1963, entonces a 28 años de Doña Rosita, cuando aún nombrar a Federico estaba prohibidísimo. Ácido y tierno a la vez, Miguel Mihura, el hombre que amaba a las mujeres, desde luego sobre las que más escribió en el siglo XX del teatro español, le da la vuelta a aquella que languidece esperando al que prometió venir a buscarla para brindarle amor eterno; una historia con la que García Lorca exhibía un paisaje social degradante para el sexo femenino en los años treinta.

Hoy Rosita cumple 87 y Dorotea 59. Otras mujeres, como la directora Amelia Ochandiano y la protagonista Manuela Velasco ponen en pie cuanto tiene de ingenuo el original de Mihura, pero lo revitaliza con un aire de musical de los 70 para aupar a la señorita como perfil de quien se las ingenia para hacer de la pesadilla lorquiana una ácida comedia, muy crítica con el machismo imperante, que se desarrolla entre sonrisas: una suerte de gran personaje dispuesto a salir adelante y no dejarse vencer por la desdicha. No eran los 60 tampoco un mar de posibilidades para las mujeres con ambición de libertad, pero Mihura se inventó varias, y poco después de esta llegaría Ninette y un señor de Murcia y Ninette, modas de París con mayor éxito en Hispanoamérica. Ninette corona de gloria la libertad completa, ya presente en su obra maestra Maribel y la extraña familia en 1959, prostituta para más señas, un alarde de ingenio del autor para salvar la censura: putas de cuento de hadas entre ancianas y galán que solo ven en ellas bondad e imaginación.

Amelia Ochandiano se salta a la torera bastantes áreas del original. Sin figurar como versión, no es, exactamente en muchos aspectos la obra de don Miguel, pero se las ingenia para traer guiños para parte del repertorio del comediógrafo fallecido en 1977, incluido algo de los Tres sombreros de copa que también iba de bodas de pueblo entre prejuicios y habladurías… pero la directora combina libertades y traiciones logrando pasar a Mihura por un corazón fervorosamente cariñoso con manos que acarician a una mujer rompedora que asume a todas aquellas que nunca dejan de ser encantadoras, salvo, claro está, cuando encarnan a las ruines murmuradoras saturadas de envidia.

Esta Bella Dorotea tiene situaciones, diálogos e incluso un final inventado por la directora, enmendando la plana al brillantísimo desenlace del autor. Tal vez con alguna razón porque el paternalismo de Mihura se trastoca de un modo acertado para los tiempos que corren. Abusa de su poder la directora con el autor muerto, y sin embargo, puedo asegurar que se trata de un interesante reencuentro con uno de los mayores homenajes al talento, energía y buen humor femeninos.

El eficaz reparto es dirigido con la destreza habitual en Amelia Ochandiano, de manera que cada intérprete da su personaje no más aparecer: les basta con el primer gesto para llevarnos por la dignidad del timador, el fiero carácter del hombre rico «pero» bueno, la picaresca oscura del trío de amigas, una tía estricta que más parece un hombre de armas tomar… y la lluvia, el viento, el mar… y el mágico sonido del tren cargado de sueños y tal vez amenazas que ojalá no se produzcan nunca.

Tres comediantes que parecen brotar de un coro de zarzuela. Estupendas en su siempre triple aparición: Belén Ponce de León, Rocío Marín y María José Hipólito.

De: Miguel Mihura

Dirección: Amelia Ochandiano

Con Manuela Velasco (Dorotea), Raúl Fernández de Pablo (José Rivadavia / Don Manuel), Rocío Marín (Rosa), César Camino (Juan / Doña Rita),Mariona Terés (Benita), María José Hipólito (Inés) y Belén Ponce de León (Remedios)

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI)

Diseño de espacio escénico: Raúl García Guerrero

Diseño de vestuario: María Luisa Engel

Diseño de espacio sonoro y videoescena: Jose Mora

Ayudante de dirección: Ana Barceló

Residencia de ayudantía de dirección: Virginia Rodríguez

Ayudante de escenografía: Juanjo González Ferrero

Ayudante de iluminación: Irene Cantero

Una producción de Teatro Español

TEATRO ESPAÑOL. SALA PRINCIPAL HASTA EL 1 DE MAYO 2022 

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