“Pulso solar”, de Diego Vaya

Por Jorge de Arco.

El premio Andalucía de la Crítica, fallado el pasado fin de semana, se ha otorgado a Pulso solar (Visor. Madrid, 2021), de Diego Vaya (1980). El jurado acordó esta decisión por ser este un “poemario arriesgado donde se sublima la cotidianeidad construyendo un mundo profundo donde se dan la mano lo onírico y lo luminoso, siempre en búsqueda de la identidad personal que busca trascender la realidad y encontrar el rastro de la esperanza que nos ata a la vida”.

El pasado año, el escritor sevillano reunió en Esto no acaba aquí (Maclein y Parker) una amplia antología de sus cinco poemarios editados hasta entonces: Las sombras del agua (2005), Un canto a ras de tierra (2006), El libro del viento (2008), Circuito cerrado (2014) y Game over (2015).

Al hilo de dicha compilación, anoté que el ideario del poeta marcaba sucesivamente una aglutinación de objetividades en las cuales convergían analogías temáticas que ocupaban su intimidad. Cercano a la universalidad constituida por el amor, el tiempo y la muerte, el ser humano se resolvía como expresión más adecuada para comprender el eje y matriz de una naturaleza donde se articulaban anhelos y desconsuelos, dichas y desamparos. Y así, llevado por el mismo origen de su condición, profundizaba en la búsqueda de un vitalismo concreto, perdurable: “Amanece, y el tiempo, como siempre / es quien tira de mí con su verdad. / Pero hoy todo pesa tanto… Como / si el fin del mundo hubiese sido ayer / yo estuviese todavía aquí”.

Ahora, en este Pulso solar -que obtuviera un accésit del premio Jaime Gil de Biedma en su última convocatoria-, los poemas vienen regidos por una voluntad de extremo pronunciamiento que canalizan, a su vez, las luces y las sombras de un acontecer vivaz si melancólico. Con un verso muy bien medido, cálido en su madurada expresividad, su mensaje se adivina, al cabo, como liberación, compromiso, espiritualidad y dilema. Y, también, como cruzada y alianza frente a la costumbre, la misma que consiente batallar contra la sumisión y la dependencia. Porque la verdad que respira Diego Vaya -esa misma que Roland Barthes simbolizara en su ensayo Literatura y significación como “prolongación de la experiencia”- es su misma inspiración, su mejor instrumento de tolerancia contra la finitud:

 

Que esta canción nos una más allá
de lo que somos, que los labios sean
su cicatriz solar, que nos devuelva
los caminos del tiempo para estar
de nuevo en esta vida. Cantaremos
el deseo más hondo de la carne,
la fuerza de la sangre que se anuda:
lo que nos hace eternos cada día.

 

Dividido en cinco apartados, “El idioma del fuego”, “Visiones ante una fotografía”, “Horizontes”, “Paraíso en obras” y “Rescoldos de sol”, el poemario converge hacia una identidad amatoria capaz, en muchos casos, de convertir en contienda y duelo el presente, de hacer crecer y desbordar cuanto será mañana y ya es ayer. Corazonado en la devoción por los suyos, el poeta cobija en su piel y su palabra instantes de una infancia imborrable, abrazos que supieron a felicidad, cenizas que son aún llama viva:

 

Madre, regresas ya
en este tren conmigo

(…)

Mi memoria será la última parada
antes de que el olvido vuelva a unirnos.
Y tal vez esto sea amar la vida:
hacer que quienes amo continúen su viaje
dentro de mí: regresas.

 

Tras los supuestos temáticos de corte más clasicista, asoman, a su vez, elementos delimitadores de fronteras líricas y relativos a la indagación de un yo enfrentado a lo inasible, a los elementos comunes y extraordinarios que giran en derredor de su usanza, a la creencia y renuncia frente a lo sempiterno, a la otredad que se perfila y se desdobla frente a la sustantividad…

En suma, un volumen donde sobresale una conciencia nutritiva y solidaria, donde late con hondura el péndulo de un tiempo y un espacio que se hacen comunes al lector. Y que procura hallar desde el bordón de su certeza “una nueva versión del Paraíso, al fin / hecha a nuestra medida”.

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