‘Las almas muertas’, de Nikolái Gógol
EDUARDO SUÁREZ FERNÁNDEZ-MIRANDA.
Para Vladimir Nabokov, ese gran clásico ruso del siglo XX, la portentosa obra de Nikolái Gógol, (Velyki Sorochyntsi, Ucrania, 1809- Moscú, 1852), al que calificó como “el más extraño poeta en prosa que jamás produjo Rusia”, se sustenta no tanto en los argumentos de sus libros como en el manejo del lenguaje y la forma. En su ensayo sobre Gógol («Anagrama», 2022), analiza las que considera sus tres obras maestras: la obra de teatro, El inspector, el relato, El abrigo -también traducido como El capote– y su novela Las almas muertas, de la que acaba de aparecer una nueva traducción, en la editorial «Nórdica Libros».
Nikolái Gógol comenzó, la que iba a ser la primera parte de Las almas muertas, en 1835 y la finalizó en 1841. Se publicó un año después, bajo el título de Chichikov o las almas muertas. La novela sufrió algunos cambios, incluso en su título, debido a las exigencias del Comité de censura de San Petersburgo. Su idea era representar “toda Rusia en ella”. Como en la Divina Comedia de Dante, Gógol había imaginado dividirla en tres partes. En la primera de ellas “pretendía mostrar el infierno de la realidad rusa, en la segunda reflejar el purgatorio y en la tercera el paraíso. No llegó a lograr su objetivo. Sólo fue escrito y publicado el primer tomo. El segundo no llegó a ver nunca la luz porque fue quemado por su propio autor y el tercero ni lo empezó”, como señala Gaiané Karsián, en su artículo La percepción de N.V. Gógol en España.
El argumento de Las almas muertas es, aparentemente, sencillo: Un terrateniente llamado Pável Ivánovich Chichikov, compra a campesinos muertos -las almas de las que habla el título- para registrarlos como vivos. En 1861 se abolió la servidumbre en Rusia, decretada por el zar Alejandro II. Hasta ese momento, los campesinos estuvieron bajo el dominio de los terratenientes o del Estado. Como señala Ferrán Mateo, “desde el siglo XV, para evitar la despoblación en las regiones centrales y la depreciación de las tierras de cultivo, se estableció la obligación de que los campesinos y sus descendientes vivieran en las propiedades para las que trabajaban. Los terratenientes medían su fortuna en número de siervos o almas, y no en extensión de tierras”.
Chichikov pretende conseguir las tierras que se concedían a aquellos que poseyeran un cierto número de siervos, y así poder pedir un crédito al Estado, con esta propiedad como aval, antes del siguiente censo, y de esta forma labrar su fortuna. Estos hechos son para Nikolái Gógol un pretexto, y “al pasear a su héroe por toda Rusia para comprar almas muertas a los terratenientes de la época, encuentra la ocasión para pintar un retrato del ser humano en su versión más cruda y detestable”. En este sentido, Emilia Pardo Bazán, habla de Las almas muertas como de un cuadro lleno de la ironía más amarga.
Gógol, humorista, dramaturgo y novelista, es el fundador de la gran tradición del realismo ruso del siglo XIX. Y Las almas muertas “es el texto de ficción que inaugura la formidable tradición de novelistas eslavos. Luego vendrán, con nuevos bríos, Turguénev, Dostoievski, Tolstói o Gorki” como asegura el escritor Carlos García Gual.