‘Derrotero’, de Antonio Sánchez Gómez

Derrotero

Antonio Sánchez Gómez

Sigilo

Madrid, 2022

217 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Cuando inauguraron la ciudad del Milenio nos dijeron que nos sacaban de la larga noche neoliberal, dice Wilmer mirando la oscuridad del río. Pero nos dejaron en el frío infierno extractivista.

«Navegar é preciso, viver não é preciso». La expresión la popularizó Fernando Pessoa, aunque se atribuye a Pompeyo, que aleccionó así a unos marineros que, amedrentados por una tormenta de rayos, se negaban a embarcar para ir a la guerra. Navegar es necesario, vivir no es necesario. Sin ninguna explicación, sin exégesis, suena a boutade. La pregunta que cabe hacerse es si la vida sin navegación tiene sentido. Ese es el fundamento de este Derrotero, con el que Antonio Sánchez Gómez (Extremadura, 1981) aterriza en el panorama literario. Ha pertenecido a un grupo de cooperantes en lucha por los derechos de la tierra y de los habitantes originales de la tierra, en uno de los lugares en los que esta lucha es más significativa: la Amazonía ecuatoriana. Gracias a su viaje y a su residencia allí, pudo conocer sobre el terreno el territorio en el que encuadrar esta novela, que sigue un itinerario probablemente definido en la biografía del autor. Lo que ven los personajes se asemeja mucho a lo que debió ver él.

Ellos, los personajes, son un grupo de cuatro personas, de distinta procedencia, que no se limitan a la reivindicación de los derechos humanos y a la defensa ecológica a través de redes y demandas. En un afán por saltar al otro lado de lo efectivo, se proponen ser más piratas, sentirse parte de una pequeña resistencia, como si estuvieran ideando una guerrilla. En el mal orden universal, su acto parecerá una gamberrada, pero su simbolismo es grande: navegar es necesario, y uno navega con su cuerpo y con las acciones que están al alcance de su cuerpo. Sabemos que estos actos, como las denuncias, son navegación. Lo que nos faltaría por dilucidar es si es navegación el libro.

Para el autor y para sus amigos, no nos cabe duda, lo es. Y uno tiene la sensación de que está frente a un libro escrito para ellos, en buena medida. En cuanto a la redacción y publicación de cara al lector desconocido, si se hace necesario es por ayudar a divulgar ese fenómeno que se enuncia en el párrafo de introducción de la reseña: nos dejaron en el frío invierno extractivista. Así es como se está tratando a la Tierra, arrancándole toda la riqueza, todo el sustento, todo el sustrato sobre el que se genera la vida.

El libro está escrito a modo de diario de una aventura. Debemos advertirlo: no estamos frente a un autor que pretenda seguir un canon literario de altura, no estamos ante Conrad, ni ante Proust. En ese sentido, la lectura es fácil. En realidad, la mayor apuesta del texto está en identificar energía, la que desbordan los protagonistas, con razón, la que les ampara y justifica en cada uno de sus pasos. Tal vez nos hubiera gustado una última revisión de los diálogos, que en ocasiones se extienden un poco más de lo necesario sin que avance la acción mientras se enuncian. Y tal vez nos hubiera gustado comprobar que uno puede también salirse de sus parámetros y plantearse, por ejemplo, todos los conflictos envueltos en la neocolonización, no sólo los extractivistas y de explotación. Tal vez nos hubiera gustado leer más conflicto humano, más tensión interior en los personajes. Pero entonces estaríamos hablando de otro libro y estaríamos hablando de nuestro orgullo lector. El libro no pretende alcanzar tal desarrollo narrativo y psicológico. Se entrega a una causa noble y en ese sentido no puede ser más sincero. Y la sinceridad sigue siendo un valor que agradecemos.

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