‘Tokio, estación de Ueno’, de Yú Miri

Tokio, estación de Ueno

Yú Miri

Traducción de Tana Óshima

Impedimenta

Madrid, 2022

186 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El existencialismo puede considerarse un lujo burgués. En realidad, quien tiene más motivos para sembrar, regar y cultivar un pensamiento existencialista, está tan preocupado por la subsistencia que no se puede permitir dejar volar la imaginación ni dejarse caer en ciertos sentimientos. Un día desaparece tu hijo, al cabo de un tiempo lo hace tu mujer. Con los pies en el aire, sólo te cabe la necesidad animal de seguir respirando como motivo para vivir. Y apenas te planteas nada más, aunque reconoces que eres un ser invisible envuelto en harapos. De hecho, los harapos tienen una consistencia mucho más material que tu propio cuerpo, que necesita todavía de alguna comida y algo de agua para seguir siendo, para no comenzar una extinción más allá de la tumba.

Hablamos de un tipo solitario que escribe como si se limitara a ser un observador de su propia vida. Aunque esa vida tiene un presente y un pasado, al que asiste, y nosotros con él, de forma alterna. Tanto en el presente como en el pasado, todo suceso es una traba, todo lo que acontece son tropiezos, todo parece no tener otro fin que no sea el de hacer la existencia más y más difícil. La historia que nos plantea Yú Miri (Tsuchiura, 1968) nos habla de la vida como lucha, pero atenaza el aliento porque, sin demolernos con metáforas ni maldades secas, nos expone que nadie nos ha facilitado ningún arma, ninguna herramienta, para acudir a esta lucha.

En realidad, no somos dueños de nuestro destino. Ambientada en un Japón que bien podría representar cualquier otro lugar del planeta, o al menos del planeta que entendemos por desarrollado, la historia de este sin techo nos recuerda que no somos dueños de nuestro destino. Y mucho menos cuando hay alguien poderoso que necesita que se limpien las calles por las que va a pasar. Y esa limpieza incluye los harapos que abrigan nuestro cuerpo, ese que va dando tumbos, bandazos, sin saber a qué atenerse ni proponerse atenerse a nada. Nos desesperamos, pero mantenemos la respiración, a falta de saber cómo mantener la dignidad. Y todo esto en un ambiente en el que Miri nos recuerda, constantemente, la estupidez de lo convencional.

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