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‘Panfleto de Kronborg’, de Jesús del Campo

Panfleto de Kronborg

Jesús del Campo

Acantilado

Barcelona, 2022

186 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

No todo es carne o pescado. Tampoco todo tiene que ser talento o estupidez, así, a bocajarro, pero establecer la división, o la discusión, nos ayuda a organizar el mundo. O al menos a organizarlo en lo que atañe a nuestras prioridades y a nuestras inquietudes, si es que estas existen. En la estupidez absoluta, está claro que las inquietudes abundan tanto como el champán en el desierto. El talento, por su parte, se caracteriza porque esas inquietudes buscan la belleza, que es una forma de ayudarnos a ser mejores personas. Es fácil saber cuándo alguien es buena persona: cuando consigue que la vida de los demás sea más hermosa y, por tanto, más ética. La música, sin ir más lejos, demuestra que ese tipo de inquietud y esas formas de mejora suceden. La música es catalizadora de belleza y de moral. Uno puede debatir, eso sí, qué es música, en función de sus gustos, pero todos deberíamos preguntarnos, cuando algo nos gusta, por qué sucede esa emoción. En la respuesta encontraremos, muchas veces, lo peor de uno mismo.

Aunque, eso sí, con Bob Dylan o los Beatles no hay apenas discusión que valga. Como no la hay con Montaigne, que es el gran referente de Jesús del Campo (Gijón, 1956) a la hora de escribir este ensayo. Acostumbrados al exquisito estilo de sus obras anteriores, sorprende encontrarse con un prosista vehemente. Pero es que el tema que se trae entre manos, y la urgencia de pensarlo y enderezarlo, no permiten entretenimientos. Estamos frente a un texto que reivindica el talento frente a la estupidez, es decir, a Shakespeare frente a Donald Trump. A pesar de saber que no todo es carne o pescado, no todo es talento o estupidez, conviene aleccionar, poner a la gente en guardia. De ahí ese tono de la obra, agarrándonos por las solapas para agitar el entendimiento. De ahí que presente la buena cultura buena como vacuna frente a tiempos que, a falta de otro adjetivo más preciso y menos efectivo, diríamos que son muy feos. Jesús del Campo habla sobre el deseo de ser Europa o de ser la mejor parte de la cultura occidental que proviene de Estados Unidos, refiriéndose siempre a un pasado más armónico. De hecho, la toma de partido por un pasado más sincero será uno de los ejes sobre los que vayan girando las reflexiones que componen este ensayo. El problema reside en que frente a ese pasado deberíamos saber reconciliarnos, pero la reconciliación, cuando existe nostalgia, es de una ejecución muy compleja, es digna de diván vienés:

«España se resistió a salir del tiempo en que fue grande, se sintió resquemada en el dolor de su repliegue. Altiva y reticente a la Razón, prefirió no cambiar de alma. Se quiso quedar barroca, amante de la exageración y desdeñosa de las luces que traían los extranjeros que la miraban con suficiencia. Se quedó taurina, respetuosa con la nobleza del toro vencido y tenaz en la contemplación de ese espectáculo que la satisface. Se quedó enfadada y pendenciera y amante de la palabrería. Y por eso no sabe hacer una revolución, porque con la palabrería de debates embarullados como los que salen en la tele se da por contenta. Y también por eso está muy alta la música en las cafeterías y en los bares de España, porque se da por hecho que no tienes de qué hablar.»

Como para mandar todo esto a que lo sane un discípulo de Freud.

Estamos frente a un texto que parece funcionar como la piedra en el estanque, que genera ondas que van abarcando más y más espacio, más y más temas. Pero la estrategia es de bola de nieve: a medida que se avanza, se acumulan las ideas sin abandonar las anteriores. Todas ellas, eso sí, contra lo hortera y contra el borreguismo, contra el ser humano en tanto que rebaño: «El fútbol circense de las cifras desorbitadas ese hermano de la mala música, avanza donde la cultura retrocede».

Jesús del Campo recorre espacios y memoria para trazar la geografía de una sociedad que precisa de poesía, de bondad. Frente a esta marea de estupidez, cabe exponer el talento. Pero el talento está hasta en reconocer ese milagro de sorprenderse vivo cada mañana, ante un café y una tostada, mientras el sol trepa al cielo.

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