Mordiscos y plegarias. La piel desnuda de la poesía de Sabrina Foschini

PorJosé Ángel García Caballero.

Lleva unos meses en mi mesilla el libro de poemas de Sabrina Foschini, Mordiscos y plegarias (Renacimiento, 2021). Cada día leo, o releo, tres o cuatro poemas, envueltos de esa sencillez traductora de Juan Vicente Piqueras. Y me doy cuenta, al cabo de estos meses, que esta lectura intermitente ha ido calando poco a poco en mi mirada.

Reconozco un tono tras este goteo de versos, emocionadamente tranquilos, y una conversación abierta y cercana. Bajo el paraguas de los tres ejes temáticos sobre los que se estructura la obra (poesía bíblica, amorosa y mitológica) los poemas tienden puentes entre ellos, como si retomaran ideas o matices.

Construye Foschini los poemas bíblicos y mitológicos a través del artificio del monólogo dramático, con la virtud de humanizar los personajes, de dotarlos de emoción. Por ejemplo en el primer poema del libro, Gabriel, el ángel mensajero dirá:

Ella, la doncella del mundo firme, y yo el mensajero del cielo,
pero viendo la belleza de su miedo, la gracia de su defensa,
habría atado sacos de arena a mis caderas
para quedarme allí a su lado y servirla. 

Personajes que adquieren emoción, porque son palabra. No en vano, se titula esta primera parte Voz del verbo. De este modo, Miguel, Caín, Isaac, Judit, José, Juan, Marta, Gestas y María ponen voz a sus dudas, a sus pulsiones y a sus miedos, volviéndose terrenales, carne frágil. Leamos, por ejemplo, las aspiraciones de María en el último poema de esta primera parte:

volver a ser mujer normal, una vieja que cose
entre los hijos de sus hijos, una persona que pueda contar
su memoria y ser creída.

            De alguna manera, una poética que aspira a la tierra, a la piel que se puede tocar, abrazar, morder. Así, entramos en sus poemas amorosos, La sed y el mar, ese universo donde el deseo adquiere voz y guía. Poemas embadurnados por una sensualidad mediterránea. Lo expresa con mucha claridad:

Es un hambre que no descansa.
Es un hambre que se muere de hambre
y que aumenta en la ausencia. 

            En el epílogo, Alessandro Giovanardi dirá que para Foschini escribir es hacer el amor, buscar nuestro cuerpo en el de otros. La palabra como canalizador del deseo y los instintos humanos, bebiendo esa herencia clásica que nos conforma culturalmente. Pues Foschini ha absorbido muy bien las tradiciones culturales europeas. Ello, al mismo tiempo, contiene y da vida al verso.

En la última parte, Inéditos, una serie de monólogos dramáticos sobre la mitología grecolatina, continúa desarrollando esa poética sensual, incandescente. Aquí encontramos, de nuevo, esa humanización, o terrenalización, de personajes encumbrados por la tradición oral y escrita, Ícaro, Narciso, Hécate, Casandra, Proserpina, Edipo, Psique y Atlas tomarán la palabra y hablarán de nuestras contradicciones, nuestras idas y venidas, nuestro estar en el mundo. Me parece especialmente bello el monólogo que da voz a Casandra:

Ahora la profecía es mi castigo
y todo el mal del tiempo se concentra en un minuto,
me persigue, me husmea, me daña incluso en las horas felices,
y echa a perder mis palabras de amor,
venda de luto todas las dulzuras.

Su mirada, dirá Piqueras en el prólogo, siempre atenta a todo lo que vive, está llena de pietas por el ser humano, por los animales, por todo lo que su alma de santa laica bendice cuando nombra. Y, de este modo, bienvenida es la llegada al castellano de está voluntad de canto, de diálogo entre mística y sensualidad, de conversación entre las diferentes manifestaciones culturales de nuestra historia.

Todo ello de la mano del oficio traductor de Juan Vicente Piqueras, que continúa acercándonos a grandes poetas italianos como, hace unos años, a Tonino Guerra.

Y tras estas palabras, vuelvo a dejar los poemas de Sabrina Foschini en mi mesilla de noche, para que no acabe esta interacción, esta música que revive mis intuiciones, mis anhelos. Esta intimidad abrazada a una belleza en desbandada. Leanla, dejense llevar.

 

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