Víctor Hugo en Pancorbo
Por Antonio Costa Gómez.
Estuve en Pancorbo, en la provincia de Burgos. Es un pueblo muy novelesco en medio de un precipicio. Lo pintaron muchos pintores de la época romántica y lo dibujó Gustave Doré. Miré una capilla en lo alto de una peña que casi va a caerse, en realidad es solo un campanario fantasmal. Miré una iglesia excavada en la roca vertical y unos lavaderos donde el agua se calla y unas casas de entramado en callejuelas oníricas.
Recordé que el gran Víctor Hugo sitúa allí una escuela de gnomos en su novela El hombre que ríe. Se hizo una película gótica en la época muda basada en esa novela. Víctor Hugo viajó una vez por el Norte de España y para él España era Oriente y era algo más novelesco que Francia. Para mí son infinitas sus novelas Nuestra Señora de París y Los miserables. Pero también su poesía tiene todas las modalidades y todos los tonos. Profético, visionario, tronante, silencioso, épico, lírico, combativo, callado.
De toda su poesía escojo “Lo que dice la boca de sombra”, del libro Las contemplaciones. En ese poema la naturaleza nos habla sin retórica, igual que para Baudelaire se muestra llena de ventanas y correspondencias oníricas. Traduzco yo mismo unos versos: “¿Crees que el agua del río y los árboles de los bosques / si no tuvieran nada que decir elevarían la voz?”. Algo para escuchar en estos tiempos de artificialismo y negación de la naturaleza. Hugo te avisa: “No, el abismo es un sacerdote y la sombra es un poeta. / No, todo es una voz y todo es un perfume. / Todo dice en el infinito alguna cosa para alguien”. En este tiempo de solo máquinas Hugo te recuerda lo que no tiene fórmula: “Dios no ha hecho un ruido sin ocultar en él una palabra. / Todo gime como tú, todo canta como yo”. Nosotros lo reducimos todo a fórmulas. Pero el campanario colgando en Pancorbo recuerda que hay otro vértigo.