«Los demonios andan sueltos» y se confabulan en el terrorismo de estado
Por Horacio Otheguy Riveira
Una novela inmersiva que, en cuanto la sueltas, te quedas un rato pensando, hilando situaciones y vuelves procurando continuar navegando en sus muchas vertientes. Como un río de fuerte correntada, Los demonios andan sueltos y se asoman en muchas paradas. Historias cruzadas por donde circula la corrupción y la perversa circunvalación de falsas democracias, golpes de estado que no lo parecen, hambre, violencia física y económica con el desprecio hacia la gente por bandera, la misma gente que les aúpa… y como se trata de una novela, también el misterio de relaciones amorosas tan blancas como las de un abuelo y su nieta de ocho años, o como las de adultos que se aproximan y seducen, reinventando los lances eróticos, tal cual sucede en cualquier relación ansiosa de revelaciones.
La ambientación se produce en diversos estados de México, y es en este país donde transcurre el eje político en torno a aquel enero de 1994 en que un nuevo fraude electoral azota el país, y surgen las huestes campesinas del movimiento Zapatista liderado por el Subcomandante Marcos, personaje insólito en la historia latinoamericana que despertó gran admiración en el mundo entero, con entrevistas y libros a él dedicado por prestigiosas firmas de varios países [en España, Manuel Vázquez Montalbán, Marcos: el señor de los espejos (1999)].
En Los demonios andan sueltos, el madrileño Víctor Claudín rescata mucho de su familiar relación con la sociedad mexicana, de tal manera que el lenguaje castellano esgrimido en su libro se enamora del vocabulario coloquial y literario mexicano logrando un todo de gran riqueza con destacado lugar por la espectacular belleza de algunos paisajes, ancestrales costumbres, mágicas tradiciones. De todo hay sin descuidar el eje: un sórdido barrial de intereses económicos con implacable desprecio por la inmensa mayoría, falseando las elecciones del 88 y el 94 —con diferentes métodos— para evitar el triunfo de la izquierda, izquierda que finalmente (mucho después que termine esta obra) llegó al poder nombrando a Manlo (Andrés Manuel López Obrador), perteneciente al mismo partido marginado en las ocasiones anteriores, el PRD —Partido de la Revolución Democrática—, un triunfo con ardua lucha a sus espaldas, una lucha emocional y física, arrastrando políticos y periodistas asesinados… en 2018.
Si bien los conflictos desarrollados transcurren primordialmente en el México de 1994 y su «fraude legal», entre personajes ficticios y reales con nombres y acontecimientos que pueden rastrearse en las hemerotecas, el palpitante corazón que da cobijo a la novela es el de toda Latinoamérica y, con otras características no tan virulentas, en otros lugares del mundo donde intervenga abierta o indirectamente Estados Unidos y otros países con protagonismo del capitalismo multinacional.
Sin duda, esta universalidad es la que hace especialmente interesantes estas páginas que se leen con la dinámica de una novela de aventuras que va introduciéndose en lo tenebroso del género de intriga como un goteo de sangre y humedades femeninas que aportan frescura y liberación de los sentidos, junto a las traiciones abundantes en el todo-vale en beneficio de los grandes negocios presididos por hombres en una sociedad patriarcal donde la corrupción se alimenta desde Estados Unidos. Y es que Los demonios andan sueltos, y el hecho de que el tan temido PRD haya al fin logrado el poder, no quiere decir, en absoluto, que los años infames hayan quedado en el olvido. Acaso dormido, preparando nuevos asaltos, como sucede a diario en toda la región.
«[…] Para la medianoche, cuando el presidente partió para encontrarse con su amante, los empresarios más ricos de México estaban comprometidos a contribuir con el partido gobernante con un promedio de veinticinco millones de dólares cada uno. Una suma total de setecientos cincuenta millones, que era cinco veces mayor a la que acababa de gastarse el Partido Demócrata estadounidense en las elecciones presidenciales del año anterior. Todo un espléndido y generoso récord.
—¿Un 1900 añejo?
Adrián tomó dos vasitos de la bandeja que sostenía uno de los meseros capacitados en París, perteneciente al personal de cocina del banco Banamex que había servido la pena capital. Acercó uno a Slim.
—Pues, ¿ya qué? Pero triple, ¿sí?
—¿Ha sido un susto?
—Bueno, hay que hacerlo, en realidad tiene razón Emilio. Es puritito saldo de intereses. Las privatizaciones nos han convertido en lo que somos, es la neta… Perdona.
Carlos Slim se acercó a Borrego, que se había quedado solo, libre de los contertulios que lo habían perseguido durante la sobremesa.
—Quiero hablar con Salinas, pero me gustaría que me adelantaras algo.
—Pues ya me dirás.
—¿A qué te referías cuando has dicho que la campaña será especial, y es por eso que se necesita tanta lana?
A Genaro Borrego se le crispó el semblante, sabiendo que si Slim preguntaba algo, tarde o temprano descubriría la respuesta. Cuando consiguió la serenidad, ayudado por el tequila que se introdujo para quemarse directamente la tráquea, buscó una fórmula que le permitiera salir del atolladero.
—No sé si Salinas va a poder explicártelo. Ni siquiera él va a estar enterado. Se creará un comité electoral para organizar científicamente la victoria.
—¿Científicamente? Está garantizada, ¿o acaso?
—Hay chance de ganar, nada más, por eso tenemos que andarnos con tiento. Lo peor es que las cosas ya no son factibles con un planteo como el manejado hasta ahora.
—Pues ahorita sí que ya no te entiendo.
—Salinas [De Gortari, foto] tiene razón: esta noche, veintitrés de febrero de 1993, en esta cena, en la mansión del cuate Ortiz de la colonia de Polanco, estamos inaugurando una nueva etapa histórica. Por la nueva forma de financiación que arrastra un arropamiento democrático, indispensable si queremos mantener el orden en las actuales circunstancias internacionales. Y por lo que vamos a hacer con el dinero desde hoy hasta el veintiuno de agosto del próximo año.
—Quiero todos los datos —dijo, medio enfurecido.
—La neta que no los tengo.
—Siempre hemos estado al tanto del fraude, por algo lo pagamos.
—No va a haber fraude.
—Pinche güey, platica, ¿cómo vamos a ganar si no hay fraude? Tenemos toda la lana del mundo, pero solo somos un puñado. Te referirás a inundarlo todo de publicidad, comprar conciencias… ¿O te volviste un demócrata de repente?
—¿Cómo crees? Hay que lograrlo. […] Páginas 51-52.
*** *** ***
Un hombre obtiene la verdad que demasiados poderosos quieren ocultar. La lleva en un maletín, pero mejor aún en el corazón de un demócrata valiente, católico, moralista, más ligado a los conservadores que a los de izquierdas, y sin embargo, él más que ningún otro se verá enfrentado a situaciones límite:
«Cruel mazazo. El terrible sobresalto obligó a Rafael Barrantes a cerrar los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con desbocarse. Acababa de chocar de bruces con ponzoñoso atolón incendiario. Que existía, que tenía delante en forma de papel escrito. El mundo se le vino abajo dinamitado por su absurdo. La relectura de aquella miserable nota una y otra vez no permitía la menor esperanza para el equívoco: “quietecito… pórtese bien… olvidar… la vida de su hijo…”. El peligro que pendía sobre él desde que comenzó esa historia acababa de penetrarlo dolorosamente por el flanco más débil . La nota le chillaba de él, pero también, y sobre todo, de su hijo, pero por su pinche culpa. Había situado a su hijo en el borde de un precipicio, precisamente por querer convertirse en justiciero universal…». […] Página 125 de 261.
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También en CULTURAMAS
Los demonios de Whitby, de Víctor Claudín
México insurgente, de John Reed
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