El hombre corzo
El hombre corzo
Siete años viviendo en el bosque
Desde muy joven, Geoffroy Delorme tuvo dificultades para relacionarse con sus semejantes. Sus padres decidieron sacarlo de la escuela y el pequeño continuó sus estudios en casa. Pero no muy lejos de esta había un bosque que no dejaba de llamarlo. A los diecinueve años, no pudo resistir más la tentación y se lanzó a vivir con lo mínimo indispensable en las profundidades del bosque de Louviers, en Normandía. Comenzaba para él un largo y arduo aprendizaje. Un día, descubrió un corzo curioso y juguetón. El joven y el animal aprendieron a conocerse. Delorme le puso un nombre, Daguet, y el corzo le abrió las puertas del bosque y su fascinante mundo, junto a sus compañeros animales. Delorme se instaló entre los cérvidos en una experiencia inmersiva que duraría siete años. Vivir solo en el bosque sin una tienda de campaña, refugio o ni siquiera un saco de dormir o una manta, significó para él aprender a sobrevivir. Siguiendo el ejemplo del corzo, Delorme adoptó su comportamiento, aprendió a comer, dormir y protegerse como ellos, aprovechando lo que el humus, las hojas, las zarzas y los árboles le proporcionaban. Y así, fue adquiriendo un conocimiento único de estos animales y su forma de vida, observándolos, fotografiándolos y comunicándose con ellos. Aprendió a compartir sus alegrías, sus penas y sus miedos.
Ecologista inmersivo, fotógrafo de vida salvaje y escritor, especialista en corzos, se considera testigo de la vida salvaje pero también embajador de la naturaleza por haber dedicado una década larga de su vida a caminar por los bosques detrás de animales salvajes. Dejar el mundo social de los humanos, introducirse en la vida de los corzos, vivir entre ellos para poder observarlos y comprenderlos mejor se ha convertido en una actividad a tiempo completo para él. Delorme trata de estudiar su comportamiento, comprenderlos, adaptarse a su ritmo, un poco como habían hecho Dian Fossey con los gorilas o Jane Goodall con los chimpancés. En un bosque nacional de Normandía, creó un territorio en el que se cruzaba con varios corzos y caminó tras ellos durante varios meses. Las distancias se fueron reduciendo gradualmente hasta que los corzos asumieron que no quería hacerles daño. Con inteligencia y gran curiosidad, se acercaron a él y nació una gran complicidad. Más allá del hecho de introducirse en la vida de animales salvajes, ganarse su confianza y eliminar cualquier límite de distancia con ellos, la aventura le ofreció un encuentro maravilloso, con Chévi, un corzo increíble, inteligente y lleno de curiosidad por el mundo que lo rodea, que se convirtió en su mejor amigo. Así, realizó una expedición salvaje y humana para hacer saber al mundo cómo viven los corzos.