Cristo se detuvo en Éboli

Cristo se detuvo en Éboli

Carlo Levi

Epílogo de Italo Calvino, Jean-Paul Sartre
PEPITAS

«Las palabras tantas veces citadas que pone en boca de los campesinos de Aliano (“Nosotros no somos cristianos, no somos hombres”) hay que tomarlas al pie de la letra: la grandeza del autor […] reside en que consigue testimoniar por estos no hombres; toca un terreno que ni siquiera Cristo había tocado, y lleva a la memoria y a la lengua un mutismo inmemorial».—Giorgio Agamben

«El gran valor de todas sus obras se basa en un doble rechazo: rehúsa a un tiempo la objetividad como estilo y la subjetividad pura. No hay ni uno solo de sus libros que, al representar una aventura de su vida, no exprese el mundo, ni uno que, al mismo tiempo, no permita entender, mediante el mundo objetivo, la singularidad de su autor. Cristo se detuvo en Éboli y El reloj son los momentos de una autobiografía que solo puede desarrollarse reconstruyendo la historia de la sociedad italiana, desde el fascismo hasta los primeros años de la posguerra».—Jean-Paul Sartre

«Su método consiste en describir con respeto y devoción lo que ve, con una escrupulosa fidelidad con la que multiplica detalles y adjetivos. Su escritura es un puro instrumento de esa amorosa relación suya con el mundo, de esa fidelidad a los objetos de su representación».—Italo Calvino

«En Levi todo concuerda, todo se sostiene. Médico primero, después escritor y artista por una sola e idéntica razón: el respeto inmenso a la vida». Estas palabras de Jean-Paul Sartre, contenidas en uno de los apéndices de este libro descomunal que es Cristo se detuvo en Éboli, describen a la perfección la esencia de un hombre que vivió su vida con una coherencia y una presencia de ánimo fuera de lo común.

Intelectual de origen judío procedente de una familia acomodada del norte de Italia, Levi fue desterrado en 1935 por sus ideas políticas en el llamado Mezzogiorno, la región meridional del país, y en ese lugar «hecho con los huesos de los muertos» descubrió un mundo que no parecía pertenecer a su tiempo, una extraordinaria civilización campesina donde la tradición, la magia y la superstición constituían una forma de vida tanto o más cabal que la que hasta entonces había conocido, y donde sanadores de cerdas, bandidos revolucionarios, sepultureros encantadores de lobos, vírgenes negras y ángeles jorobados convivían con las figuras más recalcitrantes de la sociedad italiana del período mussoliniano.

A camino entre el diario, la introspección moral, la reflexión histórica y el retrato social, Cristo se detuvo en Éboli es una oda deslumbrante a la belleza de lo sencillo, a la poesía de la miseria, a la grandeza de lo cercano, un viaje en el tiempo a una tierra en la que una población azotada por el paludismo vivía en condiciones de extrema pobreza y atraso, literalmente dejada de la mano de Dios. Y es que «a esa tierra oscura, sin pecado y sin redención, donde el mal no es moral, sino un dolor terrestre, que está para siempre en las cosas, Cristo no bajó. Cristo se detuvo en Éboli».

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