Antonio Machado en Jaén
Por Antonio Costa Gómez.
El hombre está pensativo sentado en un banco en una avenida de Baeza. Tiene un libro de plomo en las rodillas, el bastón negligente y la expresión concentrada. En Soria pensaba ir con Leonor de viaje de bodas, a Bretaña a ver el Atlántico entre cruceros y acantilados. Y de pronto se muere Leonor a los 18 años. Desconsolado, pide traslado a Madrid y le dan Baeza. Parece que el destino le da los destinos más adecuados a sí mismo. Jaén es la Andalucía más castellana, más sobria y meditativa. La de las extensiones de olivos y la soledad concentrada. La del Renacimiento de Baeza y la gitanería mística de Úbeda. Hace excursiones a Úbeda, va unos días a la sierra de Cazorla, donde yo una vez comí gamo, viaja por los cerros de Úbeda. En Baeza le llaman Paseo de Antonio Machado a un recorrido que bordea la ciudad mirando las montañas azules de Sierra Mágina. Él no quería estorbos, quería concentrarse en sus emociones y vistas, en su intimidad del paisaje, en sus pocas palabras verdaderas.
Estuve en Jaén y me gustó la catedral de la que nadie habla. Iba con un amigo y le pregunté a un viandante dónde había chicas, me contestó: lo siento, es que yo soy cura. Visité varias veces Úbeda y Baeza, y contemplé los campos solitarios de olivos. Un olivo tras otro con su soledad que tanto le diría a Antonio Machado. En cuya poesía las palabras también se condensaban solitarias y densas, llenas de intimidad y de fluir. Machado escribió una poesía bergsoniana, del tiempo que pasa y que respira. Quería sentir ese aliento y nada más. Los paisajes y los hombres. Por eso es tan hombre y tan íntimo sentado en su banco en Baeza, mira hacia el libro o mira hacia el paisaje con cara de infancia. Por eso en sus últimos días de decepción y de huida pensó en la infancia. Y volvió a su libro Soledades: «En el umbral de un sueño me llamaron, / era la buena voz, la voz amiga».