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Belfast (2021), de Kenneth Branagh – Crítica

Por José Luis Muñoz.

Quedan lejos los tiempos en los que se saludaba el vigor narrativo e interpretativo del actor y director irlandés y se lo comparaba con el nuevo Orson Welles, pero de Kenneth Branagh el cinéfilo tiene muy buenos recuerdos guardados en su retina: la excelente Los amigos de Peter, que fue una de sus cartas de presentación junto a Morir todavía y Enrique V; la adaptación de la shakesperiana Mucho ruido y pocas nueces; la notable versión de Frankenstein, en la que el monstruo era interpretado por Robert de Niro; y En lo más crudo del crudo invierno. A partir de ese momento, aunque el realizador irlandés se mantuvo siempre activo, su carrera experimentó un bajón creativo con remakes (La huella), adaptaciones shakesperianas (Hamlet), óperas filmadas (La flauta mágica), novelas de Agatha Christie (Asesinato en el Orient Express), cuentos clásicos (La Cenicienta) o películas de acción (Jack Ryan. Operación sombra).

Vuelve el realizador irlandés a primera línea con este film emotivo y personal, lleno de nostalgia, que es Belfast, en el que recrea su infancia en la conflictiva capital de Irlanda del Norte, en la década de los 60, cuando era un niño de muy pocos años perteneciente a una familia protestante que vivía en un barrio católico y obrero e integrado en él a pesar de las luchas sectarias que conmocionaron y llenaron de muerte las calles de su ciudad natal. Pero el film, vale recordarlo, no gira alrededor del conflicto social sino que es la recreación de la infancia del protagonista y la idealización de su familia, su vecindario y todo el entorno, hasta los estallidos de violencia.

Rodada casi en un único escenario, esa calle que es un microcosmos exportable a toda la ciudad, y en esa modesta casa en la que vive el protagonista infantil en compañía de sus abuelos Granny (una espléndida Judi Dench) y Pop (Ciarán Hinds), en un hermoso blanco y negro y con un aura de musical sin serlo del todo (aunque la música de Van Morrison funciona como recurso para situar el film en su contexto cronológico, así como las películas que la familia al completo ve, en color, en el cine de barrio), puede que el espectador tenga una cierta reticencia a entrar en una historia que suena a impostada por el tratamiento que da Kenneth Branagh a sus imágenes y la resolución de sus secuencias. Si el espectador consigue entrar en el film desde la óptica del niño narrador y protagonista absoluto del mismo, Buddy (Jude Hill), trasunto del propio director, y verlo con ojos infantiles, que todo lo magnifican, Belfast puede ser una gran película. Solo así se justifica el aspecto glamuroso de la madre Ma (la bellísima modelo irlandesa Caitriona Balfe) y el padre Pa (Jamie Dornan, con más aspecto de ejecutivo que de obrero entrampado por las deudas), versiones idealizadas por la mente infantil, o esa escena, a lo Solo ante el peligro, cuya banda sonora acompaña para subrayarla, en la que Pa desarma con una pedrada al activista protestante que lo apunta con una pistola ante la mirada de admiración de su hijo de diez años para el que es un héroe.

Pero algo falla en este film nostálgico que suena a impostación, a puesta en escena forzada y poco creíble. Hay secuencias reiterativas y redundantes, como las del colegio y la relación de Buddy con la niña Catherine (Olive Tennant), de la que está enamorado y por la que se esfuerza en los estudios para estar en un pupitre más próximo a ella, o las de la jovencita Moira (Lara McDonnell), que arrastra una y otra vez al pequeño Buddy en sus gamberradas, frente a otras ciertamente divertidas y luminosas como el intento de Ma para que Buddy devuelva el paquete de polvos de lavadora OMO al supermercado católico que asalta una horda protestante, y alguna que chirría como ese festejo excesivo a continuación del entierro del abuelo Pop al que tanto querían, fuera de contexto.

El cine y su lado mágico y soñador está muy presente en Belfast, en esas sesiones en salas de barrio a las que acude la familia en pleno a disfrutar de las proyecciones de Chitty Chitty Bang Bang, Hace un millón de años (con la deslumbrante Raquel Welch sobre la que bromea Ma cuando Pa comenta que es un film muy instructivo), o los westerns míticos Solo ante el peligro y El hombre que mató a Liberty Valance, que debieron estar en el imaginario de ese Kenneth Branagh niño que es Buddy.

Uno esperaba mucho más de esta película, una epifanía deslumbrante al estilo de Roma de Alfonso Cuarón, pero hay algo en el film del realizador, guionista y actor irlandés que no acaba de encajar, o quizá sean los ojos de este espectador los únicos culpables de no haber entrado en la historia, de no habérsela creído desde un principio.

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