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«Adolphe» (1816): romanticismo y psicosis en el periplo sentimental de un hombre

Por Horacio Otheguy Riveira

Benjamin Constant, heredero del romanticismo alemán, especialmente influido por el trágico amor de Werther por una mujer casada que compusiera Goethe en 1774. A caballo de épocas rutilantes en genios literarios, Adolphe se adelanta en mucho tiempo a la gran novela psicológica e incluso psicosocial, muy potente en Francia, a partir de 1850, aproximadamente, una época gloriosa que alcanza también a destacados novelistas españoles (desde Flaubert y Emile Zola a Pérez Galdós y Pardo Bazán…).

Con todo ello, esta breve novela con el protagonista que le da título aporta una novedad que la convierte en pieza inclasificable en la creación de Leonora como personaje eminentemente romántico, en su profunda desdicha de pretendida, seducida y abandonada por causa de un joven de 26 años (diez años menor) que se mueve en una cuerda tensa de agobiante neurosis, pues aquella que adora ciegamente, y a la que conquistó con mucha dificultad, se le va tornando borrosa figura de la que prefiere estar lo más alejado posible, para de inmediato volver a desearla. Del apasionado deseo y la conquista total pasa a una indiferencia enfermiza que, sin embargo, le permite volver a los brazos de la amada para luego nuevamente retroceder espantado.

Adolphe no va de chica en chica tras esta nada fácil conquista de una mujer muy atractiva, diez años mayor, pero su endeble personalidad es invadida por un claro prejuicio social, impulsado por su severo padre y amigos de éste: el mal del que el muchacho debe liberarse cuanto antes tiene las señas de una mujer que fue concubina mucho tiempo de un burgués con quien tuvo dos hijos. Tras la porfía de Adolphe acaba enamorándose de él, y los deja para marchar a su lado sin casarse. No es esto bien visto por los caballeros mencionados, y él no parece hacer caso del sermoneo; sin embargo, vive un tormento en el tira y afloje de permanecer junto a Leonora y el imperioso deseo de abandonarla.

Pero Leonora es firme en sus sentimientos: está tan enamorada que le soporta los desplantes y le recibe de buen grado cuando, de pronto, retorna a su lado bien arropado por una ternura extraordinaria, para poco después agredirla, alejarse y más adelante retornar. El gran personaje trágico de Leonora será recuperado en muchas obras a partir de mediado el siglo XIX, con La dama de las camelias de Alejandro Dumas, hijo, en 1852 en primer lugar, novela que será llevada a la ópera con enorme éxito tan solo un año después, 1853 (La Traviata, Francesco Maria Piave y Giuseppe Verdi), y más tarde conocerá versiones teatrales y cinematográficas.

Sin embargo, esta irrupción novelística autobiográfica tiene un vigor especial, ya que radica especialmente en la irracional actitud de un hombre que no sabe mantener el amor que conquistó con mucho esfuerzo, y que se presenta como un ser despreciable, creando en ella a una víctima de su egocentrismo. Una soledad neurótica por parte del autor en su primera y única novela, aunque no única publicación por parte de un joven impulsivo, liberal, políticamente inquieto, comprometido con diversas causas, culto, que llegó a contar con una esposa que le acompañó hasta su muerte a los 63 años.

Nacido en Suiza, pero con largas temporadas en Alemania y Francia, Constant apoyó el régimen del Directorio (1795-1797), lo que le valió obtener la nacionalidad francesa en 1798. Un año más tarde, al tomar el poder Napoleón, participó en el nuevo régimen como miembro del Tribunado; más al asumir una posición liberal contraria al autoritarismo napoleónico, fue expulsado en 1802.

Exiliado en Alemania con Madame de Staël (Anne-Louise Germaine Necker), ambos tomaron contacto con el pensamiento romántico, que luego contribuirían a difundir en Francia, y se distinguieron como críticos feroces de la dictadura bonapartista. No obstante, en 1806 rompió con su amiga, experiencia traumática que quedó reflejada en esta obra de amores tan tempestuosos como contrariados. Staël tenía una personalidad arrolladora, muy bien ubicada en la élite cultural europea. Hermosa y muy liberada sexualmente, lejos estaba del perfil sumiso de Leonora; no obstante, en su tendencia psicológica, así la veía Constant: como una mujer dependiente de una pasión que él —aunque no supiera por qué— no podía corresponder.

En las 150 páginas de Adolphe no hay erotismo alguno, a cargo de la imaginación de quien las lea, pues mantiene siempre un pudor extremo, muy alejado de los poetas y narradores románticos, un movimiento artístico y literario que nada tiene que ver con el sentimentalismo con que se suele interpretar esta palabra, pues sus creadores profundizaban en conflictos emocionales mal vistos por la llamada buena sociedad, la que imprimía valores sacrosantos entre el buen y el mal gusto, lo que se debe hacer y lo que no debe hacerse. Los románticos rompen barreras que sabrán aprovechar todos los movimientos culturales de finales del XIX hasta hoy.

«El amor crea un pasado como por encantamiento y nos rodea de él. Nos da, por así decirlo, la conciencia de haber vivido durante años con un ser que no hace mucho nos resultaba casi extraño. El amor es sólo un punto luminoso, y sin embargo parece apoderarse del tiempo. Hace unos días no existía, pronto dejará de existir; pero mientras existe expande su luz tanto sobre la época que lo ha precedido como sobre la que debe seguirlo.»

Edición francesa de 1936 con ilustraciones de la época en que transcurre la acción. A partir de entonces, la novela adquirió un prestigio aún mayor, traducida a muchos idiomas.

«Todos los caminos os están abiertos: las letras, las armas, tenéis dotes para lograrlo todo, el único obstáculo es Leonora, que te lleva diez años…»«Todos los caminos os están abiertos: las letras, las armas, tenéis dotes para lograrlo todo, el único obstáculo es Leonora, que te lleva diez años…»

«Tienes que alejarte de ella, Adolphe, no está a tu altura, Leonora es polaca, una mujer sin patria y sin rango. Te hundirá si no te alejas…»
«Sí —grité—, yo acepto el compromiso de romper con Leonora, me atreveré a decírselo yo mismo, vos podéis de antermano advertirlo a mi padre. Diciendo estas palabras me lancé lejos del barón. Estaba oprimido por las palabras que acababa de pronunciar y no creía en la promesa que había hecho»
El mundo carnal desenfadado y esencial que esconden todas las páginas de las obras de Benjamin Constant. Púdica narrativa con pasiones que no se describen, pero están muy presentes en el devenir enloquecido de Adolphe. (Ilustración: Carboncillo, aguada y gouache sobre papel marrón . 20 x 27,4 cm. De Théodore Géricault, hacia 1816. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid. No Expuesta).

 

OTRAS DOS OBRAS DEL AUTOR, PUBLICADAS MUCHO DESPUÉS DE MUERTO
El cuaderno rojo se descubrió en 1907. Es, en verdad, la autobiografía inacabada de Benjamin Constant. Junto con Adolphe y Cécile. Este libro publicado por Grasset está fuera de circulación. Puede leerse en su original francés en esta dirección:
https://ebooks-bnr.com/constant-benjamin-le-cahier-rouge/
El cuaderno rojo: La historia de Benjamin Constant desde su nacimiento hasta los veinte años, contada, criticada y juzgada por él mismo en su madurez. Nos cuenta con humor y desprendimiento sobre sus tutores, la compleja relación con su padre, sus estudios y estancias en Alemania, Escocia y París, su encuentro con Madame de Charrière, sus amores y finalmente su huida a Inglaterra. «Eso es todo de Benjamin Constant: su encanto, su estilo y sus debilidades» (M. Ferdinand Brunetière, director de la Revue des Deux Mondes). Un primer fragmento de autobiografía que completa su Diario Íntimo publicado por la Biblioteca Digital Romande.
Benjamin Constant de Rebecque, (Lausana, 1767 – París, 1830) intelectual y republicano comprometido.
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Cécile recorre buena parte de Europa, con el telón de fondo de la Revolución francesa y el período histórico posterior, y cuenta las complejas relaciones del protagonista, y también narrador de esta historia, con dos mujeres muy distintas e igualmente necesarias para él: su vieja amante y su futura esposa. Quizá por «lo delicado» de algunos pasajes, Benjamin Constant no se atrevió a publicarla en vida, y Cécile no vio la luz hasta 1951, cuando la editorial Gallimard la convirtió en el acontecimiento literario del año en Francia.

Si El cuaderno rojo narra la primera etapa en la vida de Constant, Cécile se ocupa, centrándose sobre todo en el tema amoroso, de la siguiente, es decir, de los veinticinco a los cuarenta años del autor, una etapa que recordará ya retirado de la política y dedicado a escribir su historia de las religiones, junto a una mujer (Cécile, o mejor dicho: Charlotte de Hardenberg, su verdadero nombre) a la que profesa un gran afecto y que lo ama sin condiciones, pero por la que es incapaz de apasionarse, por lo que no tardará en volver a las andadas políticas y amorosas.

En Cecile, el propio Constant escribirá sobre otra de sus amantes: «Todavía no me quiere, pero le gusto. Son pocas las mujeres que se resisten a mi manera de estar absorbido y dominado por ellas». «Además de su valor histórico lo tiene humano. Su desgarrada sinceridad, en particular al hablar de su complicada vida amorosa, la severidad con que el autor se juzga a sí mismo, y en general su lucidez, nos lo hacen próximo y conmovedor». Laura Freixas, La Vanguardia

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