Chesterton: el dandy que nunca falla
José Luis Trullo.- La sombra de Chesterton es, cada día, más alargada. La lista de reediciones de sus libros no deja de crecer, si bien parece que nuestra época se decanta con mayor fruición por el ensayista que por el novelista. Apreciamos su mirada lúcida, su espíritu libre, su voluntad de no dejarse amedrentar por los chantajes de las modas de temporada, disfrazadas de progreso inapelable… En muchos sentidos, Chesterton se nos antoja un titán, un héroe condenado a empujar hasta la cima una roca que sabe que, fatalmente, volverá a rodar hasta la base… si bien, como lo imaginaba Camus, a este Sísifo no parece torcérsele el gesto, ni siquiera lo vive como un castigo, al revés; se diría que se crece ante la adversidad, redoblando su apuesta contra la estupidez del siglo (la cual, querámoslo o no, sepámoslo o no, sigue siendo la nuestra). Chesterton es nuestro contemporáneo, como lo sigue siendo Zenón de Citio o todo aquel que se plante ante el arrollador empuje de la imbecilidad colectiva, y en ello se detecta esa apostura intelectual propia del dandy, del observador ácido de la realidad que no se conforma a (ni con) ella porque sus ojos avizoran una verdad más alta, más bella: eterna.
Entre los múltiples títulos chestertonianos que han aparecido en los últimos tiempos, destaca La utilidad de leer. Ensayos escogidos (Trama Editorial) por el extremado tino y la utilidad didáctica que ha guiado la selección de los textos. Entre ellos, encontramos uno “Sobre la docilidad de la prensa amarilla” (¿no me digan que no les suena actual?), otro “Sobre la lectura” (tan necesario, o más, que cuando fue escrito), uno más, desopilante, “En defensa del absurdo”… En todos ellos encontramos a un espectador avispadísimo de las derivas a las que se entregaba una sociedad que, ya entonces, empezaba lentamente a desmoronarse, todo ello salpimentado con esos aforismos sobrevenidos que tan generosamente solía dispensar: “El pragmatismo fracasa porque es un cosomos construido con pormenores”, “A los niños la moralidad se les escapa como el agua le corre a un pato por el lomo”, “Eso es la idolatría: escoger el bien secundario sobre el bien eterno que simboliza”, “Quien desea ser fuerte debe despreciar a los fuertes”, “El niño ve todos los objetos a través de una gran lupa”…
Ciertamente, estos ensayos se asemejan mucho más a los que escribiese Montaigne en su libro homónimo que a los artículos sesudos con los que nos adormencen nuestros contemporáneos un día sí, otro también. Se trata de reflexiones a vuelapluma de un cráneo privilegiado cuya sabiduría y magnanimidad bastan y sobran para teñir cada una de sus frases de una bonhomía risueña. Quizás por ello trascienden la anécdota que, en no pocas ocasiones, los motivaron, para alcanzar cierta durabilidad: la que les confiere el haber sido pergeñados por un hombre con todas las de la ley (“de los que no quedan”, he estado a punto de escribir… pero sí, sí que quedan: un Savater, mismamente, o un Trapiello, o un García-Máiquez, tan afín al inglés en muchos aspectos).
Por todo ello resulta recomendable este libro breve y sustancioso a la par, custodiado por un prólogo de Íñigo García Ureta y un posfacio de Jorge F. Fernández, ambos de considerable interés. Y si hay que recomendarlo es porque, como escribe el propio Chesterton, “Lo escrito aquí equivale sólo a una opinión unilateral. Sin embargo, aunque subjetiva, es una opinión que merece ser expuesta”, y ello porque este dandy de la inteligencia, créanme, no dio nunca una puntada sin hilo.