‘Los asquerosos’, una sátira sobre la condición humana

MANUELA VICENTE FERNÁNDEZ . TW: @ManuelaVicenteF

De la novela Los Asquerosos (Blackie Books, 2018) de Santiago Lorenzo (Portugalete, Vizcaya, 1964), con la que el autor obtuvo el Premio Cálamo al mejor libro del año, se han dicho muchas cosas. Calificada por muchos como una historia de carácter misántropo; por otros como una crítica al consumismo o incluso como un ensalzamiento irónico del aislamiento; en lo que la mayoría de opiniones se ponen de acuerdo es en que este libro no deja indiferente a nadie.

Los pocos detractores afirman que el tema del individualismo y la mera lucha por la supervivencia al margen del sistema está muy manido en lo literario; algunos ven demasiados ecos de un Robinson Crussoe trasladado a nuestro tiempo e incluso hay voces que, como si hablasen sin estirar el labio, llegan a tildarla de «un tantillo asquerosa en lo que a higiene básica se refiere», este esnobismo, por fortuna, no hace sino aumentar el humor negro, que tanta falta nos hace a la hora de abordar un libro que llama a las cosas por su nombre y lleva a quienes se adentran en la lectura al escenario mismo de la historia. 

Se nota que el autor es director de cine y sabe construir realidades alternativas. Porque esto es lo que la obra encierra en un juego de espejos de apariencia sencilla, pero con mensaje intrínseco. De la mano de un lenguaje coloquial, campechano, el narrador, escondido bajo la personalidad del tío del protagonista, nos sumerge en una truculenta historia de película.

La de un chico que cree haber cometido un delito y se dispone a huir con poco más que lo puesto, el pariente oportuno en forma de tío que acude para darle lo necesario y por delante la carretera hasta llegar a un pueblo fantasma, uno más de la España vaciada, en el que el prófugo se refugia, primero por temor y después por placer, porque la completa adaptación del inadaptado social a su propia soledad es quizás el quid de esta novel. Una reivindicación del individualismo provocado por una sociedad que aparta la creatividad a fuerza de etiquetas y de trabajos que encasillan al individuo.

Manuel, en su loca huida, acaba dando con el pueblo perfecto y, con el tiempo, con las condiciones perfectas para sobrevivir: la frugalidad de medios y abundancia de tiempo. Descubre así, según va recibiendo los víveres que su tío le envía, que cada vez necesita menos. Poco a poco, va prescindiendo de los menesteres a los que nuestra cultura nos aboca: el exceso de higiene, el exceso de comida, el exceso de objetos, el exceso de todo, salvo de tiempo. Una colección de varios libros de la editorial Austral, calificados por tomos, una fuente, un bosque para cortar leña y un techo sobre el que cobijarse es todo lo que Manuel necesita para emanciparse definitivamente, no solo de una sociedad que persigue al que no forma parte del rebaño, sino también de cualquier atadura emocional, por pequeña que esta sea.

Eso sí, cuando la paz de su aislamiento se ve interrumpida, el instinto de Manuel, al igual que el instinto primitivo que habita en cualquier especie, despertará para encontrar la forma de acabar con «el enemigo» que amenaza su hábitat, ya que Manuel, prófugo o no, no tiene un pelo de tonto, cosa que descubrió desde la más tierna infancia, cuando en palabras de su tío: se negó a realizar las pruebas de medición que para qué quería el tasar algo que iba a usar de todas todas. Si alguna vez habló de su cociente fue inventándoselo y amputándolo aposta para hacerse el bobo, uso de lo que alguna vez extrajo buen partido. El personaje de Manuel nos lleva a un nuevo concepto de libertad:  la emancipación de uno mismo.

Los asquerosos no es una historia más de carácter misántropo o una nueva versión de un Robinson Crusoe. Ni mucho menos. No, esta novela puede nutrirse de algunos arquetipos, pero, créanme, es otra cosa.

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