Villon en el Parque de Los Ahorcados
Por Antonio Costa Gómez.
Recuerdo un cuento de Stevenson en que François Villon, perdido en una noche extraña, se refugia en la casita de un funcionario que le deja calentarse en su chimenea, el funcionario ataca a los poetas y los bohemios, y el poeta hace una reivindicación apasionante de la vitalidad y la bohemia contra la hipocresía y la rutina de los funcionarios intachables. Me imagino a Villon de estudiante haciendo locuras por el Barrio Latino, subiendo por los garitos de la calle Santa Genoveva, bajando por la rue de Moufetard, asomándose a aquel palacio del distrito XV donde fue el Baile de los Ardientes que enloqueció a toda la corte. Pero también pienso en que escribió la escalofriante Balada de los ahorcados, que estuvo en el parque Buttes Chaumont donde se dejaba a los ahorcados, con el miembro estirado, seco y nostálgico, como pasto de los buitres para que reflexionaran (los buitres o los viandantes como Villon).
El parque Buttes Chaumont se convirtió con el paso de los siglos en un lugar misterioso y fascinante, con lagos, montes basálticos, puentes sobre abismos, árboles de ramales fantásticos. Allí hubo reuniones esotéricas, allí se encontraban los surrealistas para recibir a los fantasmas, allí uno se pierde por vericuetos entre espesuras. Un lugar ideal para recordar a Villon, que pese a todo, delincuente y sublime, desgarrado y genial, con ramalazos y con pullas, nos soltó para siempre el misterio de la belleza inasible en su “Balada de las damas de antaño”. Ya a los quince años, en mi banco del colegio en un pueblo de Lugo, me produjo escalofríos: “La reina Blanca como el lirio / que cantaba con voz de sirena, / Berta, la del pie grande / ¿Dónde están las nieves de antaño?”. Es el misterio de la Nieve, de la plenitud asomada y perdida: “Príncipe, no averiguaréis en una semana / donde están, ni en todo el año, /¿Dónde están las nieves de antaño?”