‘La ciudad y la casa’ o las ventajas que presenta el género epistolar

GASPAR JOVER POLO.

En la mayoría de los libros que entran en este género, los personajes que se comunican por medio de cartas no pasan de dos –me vienen en este momento a la mente Cartas a un joven poeta, de Rilke, o Pepita Jiménez, de Juan Valera– y en muchos de estos casos, se trata solamente de las cartas que escribe uno de los personajes, el protagonista, pues aparece un solo protagonista que escribe y el personaje que funciona únicamente como destinatario.

En La ciudad y la casa, por contra, son bastantes, son muchos los que se ponen a escribir y que funcionan como emisores y como destinatarios, son diez personajes los que se relacionan por medio del mecanismo epistolar –cartas “de Egisto a Lucrezia”, “de Lucrezia a Giuseppe”, “de Albina a Giuseppe” y un largo etcétera de combinaciones entre los diez narradores–; y como se trata de cartas cortas, de una a cuatro páginas, además de introducir en la obra muchos puntos de vista, se pasa enseguida de un narrador a otro y, en consecuencia, se produce un ritmo muy ágil y que en ningún momento decae. La lectura resulta fluida y ágil porque también domina la frase corta, incluso, en muchas ocasiones, la simple, la frase de un solo verbo.

En esta novela, el excesivo uso del perspectivismo que podría suponer el abultado número de emisores queda suavizado por el hecho de que todos los personajes que intervienen, que a la vez escriben y reciben cartas, pertenecen a un grupo bastante compacto y homogéneo de amigos, conocidos o familiares; todos pertenecen a la clase media italiana y todos desempeñan profesiones liberales: la de profesor, la de abogado, la de periodista. Forman un grupo cerrado que, además, parece bastante conforme con mantener en sus vidas este estado de cosas. Salvo en el caso de Alberico, el joven director de cine, los personajes narradores no aspiran a conocer a gente nueva, no se ilusionan con la idea de poder ampliar el abanico de sus relaciones.

Cabe también plantearse cuál es el objetivo principal, lo que se entiende por el mensaje, en el caso de una novela en la que aparecen tantos puntos de vista, qué pretende la autora al organizar el mosaico de opiniones que se reflejan a través de las cartas, para poder llegar a la conclusión de que no es posible distinguir un mensaje general, algo así como un tema dominante, una crítica explícita o implícita al sistema de relaciones sociales, ni siquiera un atisbo de crítica contra la clase media italiana, de la que forman parte todos estos hombres y mujeres, y que suele ser un tema frecuente en la novelas que parecen estar próximas al realismo. No se vislumbra tampoco un mensaje de tipo humanista ni una valoración filosófica de la existencia; ni siquiera aparece algún personaje más positivo que los demás y que pueda servir por tanto de ejemplo. Y es que, al utilizar el género epistolar con tantos puntos de vista, la autora se libera, en alguna medida, de tener que valorar, de tener que emitir juicios por medio del narrador único o dominante que es característico de la mayor parte de las novelas. El llamativo perspectivismo actúa como una especie de objetivizador.

¿Pretende esta obra ir más allá de la descripción pormenorizada del limitado grupo de italianos que la protagonizan? Es difícil decirlo incluso después de haber leído el libro con tranquilidad y con gran interés. Yo al menos no sé qué decir sobre este punto sin duda importante. Mientras que, a la pregunta de si resulta completamente necesario saber si hay mensaje, sí puedo responder que no me parece imprescindible, que es mucho más que suficiente, en este caso, lo que se puede leer y entender en primera instancia; e incluso puede que en esta falta de definición en cuanto al tema resida el principal atractivo del libro. El también escritor Ignacio Martínez de Pisón dice en la contraportada de la edición en castellano de La ciudad y la casa: “Natalia Ginzburg supo levantar un mundo al mismo tiempo delicado y consistente, minúsculo y grandioso, íntimo y universal”. Y esta tarea de levantar un mundo ya me parece suficientemente importante y digna de admiración, sobre todo si, además, se trata de un mundo tan paradójico como se encarga de remarcar esta cita.

Claro que es muy posible que el lector o el crítico literario no se conformen con la confección de este verosímil e intenso universo de ficción narrativa y quieran deducir alguna lección de tipo moral, existencial; es comprensible que quieran sacar todavía mayor partido de La ciudad y la casa, del mosaico que la novelista consigue organizar gracias a los sucesivos punto de vista de sus diez personajes. Es perfectamente comprensible porque siempre existe la posibilidad de que se nos haya escapado la intención última y más valiosa.

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