Tina, el musical: cuando el escenario y la música pueden con todo

Por Mariano Velasco

Ese momento – ¡momentazo! – en el que la Tina Turner que interpreta Kery Sankoh se arranca a descender las escaleras de medio lado, vestido rojo de cuero y minifalda, piernas arqueadas, toda la banda sobre el escenario mientras suena The Best, ese saxo bramando en mitad de la canción… ¡Buah!, solo por revivir ese momento que todo el público estaba esperando merece la pena ver Tina, el musical, la biografía de esta estrella de rock que se representa en el Teatro Coliseum de Madrid.

¿Sexy? No es eso. Se trataba de otra cosa. Tina Turner era – y Kery Sankoh creo que consigue que veamos a esa Tina – arrebatadora, hipnótica, una yegua salvaje, un huracán de voz que tú veías que se te venía encima y alucinabas. Magia, potencia y energía pisando fuerte sobre el escenario y sobreponiéndose a un tortuoso pasado: ¡puro rock’n roll!

Claro que no es lo mismo que aquel mítico concierto del año 2000 en Wembley, pero los números de las actuaciones de las legendarias Nutbush city limits y, sobre todo, ese inolvidable Proud Mary que inventó la Creedence pero que Tina aceleraba y desaceleraba como le daba la gana, son otros de los grandísimos y esperados momentos de un espectáculo en el que las actuaciones musicales están muy por encima de unos diálogos que, paradójicamente tratándose de lo que se trata, adolecen de cierta falta de ritmo.

El argumento es conocido, pues se basa en la biografía que la propia protagonista ha autorizado: una infancia difícil, unas relaciones familiares conflictivas y un matrimonio tortuoso, tanto en lo personal como en lo profesional. En definitiva, y ahí reside uno de los grandes atractivos del musical, una historia de resiliencia, un ejemplo de superación de dificultades para una mujer que tuvo todas las papeletas para acabar de mala manera y no solo sobrevivió, sino que tuvo los arrestos suficientes para decirle al mundo ¡aquí estoy yo! cantando como un ángel y… como un demonio si hacía falta.

Acierta de lleno el musical con su punto de partida, que hace arrancar la historia de las raíces del góspel con la aparición de esa niña inquieta – delicioso, el personaje – que tan bien anuncia y representa lo que Tina, nacida como Anna Mae Bullock, va a ser de adulta: un puro terremoto que, como ella misma cuenta en sus memorias, años más tarde enseñaría a mover las caderas sobre el escenario al mismísimo Mick Jagger.

Queda también bien representada la tortuosa relación matrimonial con Ike Turner, el malo malísimo en esa historia, que había que abordar sí o sí y que afronta con valentía y claridad un guion que flojea más en cambio a la hora de exponer los conflictos de Tina con la industria musical, que tampoco la trató demasiado bien. Ello es así salvo en la original escena con el productor Phil Spector y su famoso wall of sound, quien supo sacar todo el partido de la voz de Turner en la maravillosa River Deep, Mountain High llevándola hasta el límite, y apostar por fin por quien era la verdadera estrella del dúo Ike/Tina. Un tal George Harrison llegó a decir de aquella sesión, en la que se cuenta que Tina acabó chorreandito de sudor y en ropa interior, que la grabación de River Deep, Mountain High que capitaneó Spector era “inmejorable”.

Luego está el asunto de la traducción de la letra de las canciones, siempre un quebradero de cabeza en cualquier musical y sobre lo que habrá opiniones para todos los gustos. Cierto que aquí cuando se apuesta por el español – no todos los temas están traducidos – se hace en aras de una mejor comprensión de la historia, pero también resulta que, por ejemplo, no es exactamente lo mismo una “private dancer” que una “marioneta”.

Con todo, es necesario insistir en que lo mejor con diferencia de Tina, el musical está en la recreación de las actuaciones en vivo de esta absoluta reina del rock. No podía ser de otra manera cuando hablamos de esa clase de intérpretes que, te podían gustar más o menos sus discos, pero que contemplarla sobre un escenario era un espectáculo único, mágico e irrepetible. Tina Turner pertenecía por derecho propio a ese selecto y reducido club de artistas – ahí estarían con ella los Freddie Mercury, Mick Jagger y poquitos más – que sabían conectar con el público como nadie, demostrando, siendo incluso ya una veterana, que su carrera, que por los avatares de la vida tardó más de lo que merecía en despegar, es hoy uno de los más brillantes y admirables ejemplos de lucha, constancia y superación, hasta convertirla en lo que verdaderamente es: simply the best.

Tina, el musical

Teatro Coliseum de Madrid

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