La sal de la Tierra (2014): Clímax y coronación de Wenders y Salgado

Por Iván Baena González.

Es importante recordar que el hombre de la calle no tiene mucho tiempo disponible para la lectura y que, incluso, cuando lee, después de su trabajo, no tiene la necesaria energía para asimilar las nociones leídas. En esto reside la gran prerrogativa del cine: en conseguir dejar, gracias a sus imágenes vivas, una impresión duradera en la mente.

Robert Joseph Flaherty (1939)

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Introducción

Una de las ventajas del cine documental, en contraposición al cine de ficción, es que, en la mayoría de las ocasiones, el primero goza de un valor educativo añadido, con el que no cuenta –necesariamente, al menos– este último. Tras el visionado de un documental, el espectador tiende a abandonar la sala de proyección con una sensación agridulce, inducida por la fascinación de haber disfrutado de una película repleta de saberes y la de haber ignorado, hasta entonces, las esencias y los principios que se abordan en ella. Así, con La sal de la Tierra advierto ciertamente esa sacudida tan singular como sugerente.

La sal de la Tierra es un documental francés de 2014 dirigido por el alemán Wim Wenders y codirigido por el brasileño Juliano Ribeiro Salgado, que exhibe cuarenta años de la vida y la obra del fotógrafo socio-documental Sebastião Salgado. En él se reflejan una serie de fondos y preocupaciones propias del presente, sin cegarse por el pasado y sin pretender presagiar el futuro. No obstante, reparando en su condición de documental, sí explora diferentes momentos del pasado con intención de analizar las herencias que éste nos ha dejado y evidenciar el alcance y el significado de un razonamiento o juicio modernos. La sal de la Tierra, como se arguye a continuación, no aspira a ser, ni mucho menos, una reconstrucción histórica, sino un filme que se aproxima de un modo personal a diversas vicisitudes y espacios contemporáneos expuestos en un contexto de correspondencia con los grupos humanos.

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En torno a Wim Wenders

Wenders, nacido en Düsseldorf en 1945, es un guionista, director, productor y fotógrafo que atesora una dilatada y eximia trayectoria, lo que le ha convertido, para muchos, en uno de los cineastas alemanes más influyentes del siglo pasado. Sin embargo, Wenders no siempre manifestó una vocación sólida por el mundo del cine, pues de joven aspiraba a ser sacerdote, médico y filósofo. Así, llegó a iniciarse en las carreras de Medicina y Filosofía en la Universidad de Friburgo de Brisgovia, aunque terminó por abandonar ambas para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura. En 1966, a sus 21 años, se trasladó a Francia con la pretensión de formarse en la Escuela de Arte de París. Tras suspender la prueba de acceso empezó a trabajar en la galería que Johnny Friedlander, uno de los pioneros en la técnica del grabado en aguatinta, poseía en la capital francesa. En esta etapa las apariciones de Wenders por la Cinemateca francesa se volvieron más recurrentes, comenzando su admiración por el cine. Al año siguiente, decide retornar a su país de origen para ingresar en la Escuela de Cine y Televisión Alemana de Múnich, donde permanecerá los tres próximos años formándose, redactando críticas de cine y produciendo y dirigiendo hasta un total de seis cortos; lo que le llevará a filmar el que fuese su primer largometraje, Summer in the City, en 1970. En esta ficción nos presenta el boceto que conducirá el resto de su filmografía: la búsqueda de la identidad por medio de sus viajes.

Esta premisa, que se revela de un modo evidente en La sal de la Tierra, puede considerarse el principio cardinal tanto del trabajo cinematográfico de Wenders como de la carrera fotográfica de Salgado. Ambos, mediante sus respectivas travesías, centran su interés de manera neurálgica en las partes que comprenden una historia y no tanto en la historia en sí. Es decir, ansían retratar las inquietudes y los deseos que les atañen en esos momentos, evitando partir de una idea original fija que limite y/o sostenga un proyecto o un discurso concretos.

Si analizamos algunos de los metrajes que constituyen la filmografía de Wenders, (Alicia en las Ciudades, 1974; En el curso del tiempo, 1976; El amigo americano, 1977; París, Texas, 1984 o Hasta el fin del mundo, 1991), con las que se consolidó una fama firme y ponderada, descubrimos que el hilo conductor de todas ellas es su interés por la estética de lo cotidiano, lo social y lo moral, así como su anhelo por filmar un acervo de secuencias, independientes entre sí en muchas ocasiones, por medio de periplos que recogen sus azoramientos y tesones. A las cuales, ulteriormente, otorga un sentido común, creando una nueva historia que le posibilite conocerse más a sí mismo. Como reconocería en una entrevista para Film Quarterly en 1984, «había hecho un gran número de películas que estaban más preocupadas por reflejar cualquier cosa que saliese aparte de ellas». Este recurso, de manera análoga, define también la obra del fotógrafo brasileño, quien hubiese recorrido más de un centenar de naciones para ejecutar sus proyectos artísticos, siendo el viaje una dimensión categórica primordial de la temática. Este tipo de metrajes, con carácter general, tiende a una disposición episódica, en la que en cada fragmento de la narración se representan los desafíos de los protagonistas, cuyas consumaciones revelan de un modo asaz explicativo gran parte de la trama.

Aunque parezcan pocos los elementos comunes en sus creaciones, las de Wenders, en realidad en el seno de todas ellas, como en el documental sobre Salgado, se deslinda la misma narrativa itinerante: el viaje iniciático y su debilidad por los travellings. Ambos recursos se presentan como estilemas definitorios e idiosincráticos que derivarían –en su filmografía– en lo que se ha concebido comúnmente como película de carretera o road movie. Así, el director alemán aspira a desarrollar el argumento de sus cintas durante el transcurso de un viaje –prácticamente sobre la marcha–, concediéndole una significativa dimensión al azar.

Esta guisa de entender el cine nos retrotrae a las justificaciones privativas del etno-cineasta y antropólogo Jean Roach, quien jamás redactase el guion de ninguna de sus películas antes de emprender el rodaje. Roach, egregio director y guionista francés, sostenía que elaborar un filme era tan señero y extático que solamente se debían aprovechar las prácticas básicas inherentes al cine; es decir, la captura de un conjunto de fotografías y sonidos, el consecuente montaje de las imágenes y la posterior grabación. Además, nos confiesa que cuando por razones administrativas o financieras se veía en la obligación de escribir un gráfico, un guion o un resumen de la cinta que pretendía filmar, nunca se llegaba a ejecutar. Del mismo modo, el documentalista escocés John Grierson sostiene en sus Postulados del documental que el cineasta no ha de plantear a priori las aspiraciones del metraje –pues de eso se encargan los críticos–, sino que los objetivos han de estar moldeando constantemente –durante el proyecto– la descripción del argumento y esclareciendo el propósito (más allá del espacio y el tiempo) de lo que se pretende filmar. No obstante, el propio Grierson, quien sostuviera en sus teorías que el cine documental es un «tratamiento creativo de la realidad», aseveraba asimismo que para lograr ese efecto superior se necesita de la intervención de la «poesía» o de la «profecía»; aunque, si se ausentase una de éstas, debería existir, en cierta medida al menos, un profundo sentido sociológico, pues se presenta como una manifestación implícita de ambas. Por ende, puede concluirse que el cine de Wenders hereda en gran parte algunas de las aserciones alegadas por sendos teóricos.

A título personal, volviendo a la obra del director, considero que tras la ficción El cielo sobre Berlín (1987), lo más distinguido de su filmografía es su destreza dentro del mundo documental. Así, prevalecen cintas como Buena Vista Social Club (1999), The Soul of a Man (2003), Invisibles (2007) o Pina (2011). Por tanto, si analizamos su trayectoria artística más reciente, en referencia a sus metrajes de no-ficción, deducimos su interés por homenajear a personajes por los que profesa un asombro colosal: el músico de jazz Ry Cooder, el cineasta Martin Scorsese o la bailarina y coreógrafa Pina Bausch. Sin embargo, aspira también a desvelar un conjunto de calamidades sociales dando voz, por ejemplo, a aquellas mujeres congoleñas víctimas de violencia sexual.

Puede asegurarse, no obstante, que La sal de la Tierra es el filme de no-ficción con el que culmina su obra, puesto que aúna las dos tendencias que rigen su labor documental: la fascinación por otro artista y la de conferir visibilidad a un vasto elenco de dramas sociales. Este largometraje, producido por el francés David Rosier, se centra expresamente en la figura de Sebastião Salgado, atendiendo, para ello, a su obra y a su vida como un vínculo indisoluble. De esta manera, refleja también los motivos que fundamentan cada uno de sus trabajos y las adversidades que debió superar para llevarlos a cabo. Como planteaba Grierson, puede considerarse que Wenders, igual que hacía Flaherty (padre de la no-ficción) en sus documentales, procura un modo narrativo que ampara el criterio clásico, pues parte del individuo hacia el ambiente, y, posteriormente, del ambiente (manifestado o no) al consecuente reconocimiento de sus heroicidades.

«¿Una película sobre un fotógrafo? Quizá sea mejor empezar recordando el origen de esa palabra. En griego, “photo” significaba luz. Y “graphein” era escribir, dibujar. Un fotógrafo es, literalmente, alguien que dibuja con la luz. Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras». Sebastião Salgado (2014).

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En torno a Sebastião Salgado

Sebastião Salgado, nacido en Minas Gerais (Brasil) en 1944, ha peregrinado a los más inclementes y atractivos recodos del planeta. Desde el momento en el que se hizo con su primera cámara, siendo todavía un joven economista, comenzó a registrar cuanto se le presentaba. Empezó fotografiando reportajes de bodas y retratos de su mujer. Poco después emprendió proyectos que documentan una amplia miscelánea de tragedias humanas. Entre estos documentos, tan laboriosos como polémicos (por el desabrimiento y la crudeza que los caracterizan), se divisan fotografías de enjutos refugiados, emigrantes afligidos, hambrunas y demás secuelas bélicas. Conjuntamente, descubrimos imágenes en las que plasma la condición vital de cientos de agricultores y trabajadores que ejercen como mineros en yacimientos desapacibles en busca de oro. Dentro de este marco ampliamente social ha recogido también la impiedad del sistema capitalista y la cruel realidad de los éxodos, escoltada por la violencia inexorable que fue determinada igualmente por el propio ser humano.

Tras recorrer diversos páramos del planeta junto a refugiados africanos y la organización internacional Médicos Sin Fronteras, Sebastião se dirigió hacia la selva amazónica, que exploraría a fondo de la mano de varios grupos de indios y nómadas. Por tanto, a colación de lo recién expuesto, la vida y la obra de Salgado pueden considerarse como una circunnavegación entre diversos espacios, pues su trabajo ha quedado íntegramente definido por sus desplazamientos e impremeditaciones en territorios como la isla de Wrangel (Siberia), La Papúa Occidental (Indonesia), el Mato Grosso (Brasil) o la Sierra Madre Occidental que atravesaría junto a los tarahumaras al norte de México.

La sal de la Tierra representa con fidelidad los hábitos de los hombres fotografiados y seduce al espectador por su grado de autenticidad y realismo. Además, arrastra consigo una valía magnánima en relación con la imprescindible educación para la paz y la comprensión entre los pueblos. Por esta razón, la producción artística de Sebastião Salgado y, en consecuencia, el documental de Wenders, pueden interpretarse, en líneas generales, como una denuncia a los problemas de nuestro tiempo y como una necesidad de reconciliación con la humanidad. Esta película es un claro homenaje al recorrido espaciotemporal y evolutivo de las reproducciones del fotógrafo desde sus inicios. En ella observamos la actividad de un cuentacuentos que se sumergió en heridas abisales, que presenció lacerantes fierezas humanas y que, aun así, es capaz de retratar la beldad de un mundo sumido en la desgracia.

De este modo, la secuencia inaugural del filme nos sumerge en una de las minas del corazón de Brasil. En ella se constata la severidad con la que miles de personas libres persiguen el sueño de enriquecerse, es decir, de ‘esclavizarse para seguir siendo esclavas’. Estas fotografías forman parte de su reportaje sobre los mineros de Brasil de 1986, en el que quedan retratados 50.000 hombres arrastrándose como hormigas en condiciones extremas, por un escenario surrealista, en un precioso blanco y negro. Buscan la felicidad que creen escondida en un trozo de oro:

«La Sierra Pelada, las minas de oro de Brasil frente a mí; cuando llegué al borde de ese inmenso agujero se me erizó la piel. Nunca había visto nada parecido. Allí vi pasar, en fracciones de segundos, la historia de la humanidad. La historia de la construcción de las pirámides, la Torre de Babel, las minas del rey Salomón. (…) Casi podía escuchar el murmullo del oro en esas almas. (…) Toda esa gente junta formaba un mundo muy organizado, pero en una completa locura». Sebastião Salgado (2014).

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Wenders y Salgado: La sal de la Tierra

Tras esta reflexión introductoria, Wenders confiesa cómo entró en contacto por primera vez con el trabajo de su protagonista: un personaje extraordinariamente humano, un hombre cuyos testimonios personales y la expresividad de sus obras se revelan como un acto de aseveración a la vida, aunque para ello haya presenciado toda clase de tropelías. La sal de la Tierra, como se enunciaba previamente, es un testimonio común revelado por tres testigos diferentes: Wim Wenders, Juliano Ribeiro (hijo de Sebastião) y las declaraciones íntimas del propio Salgado acompañadas del rezo de sus estridentes fotografías. Es decir, tres discursos individuales que cooperan al unísono para dar voz a una misma historia: Sebastião Salgado.

Así, este artista inició sus andaduras entre objetivos, negativos y simultáneas bajo la premisa del célebre fotógrafo Robert Capa, quien aseguraba que «la fotografía puede cambiar el mundo». Por ello, el documental se escinde en dos facciones claramente diferenciadas. La primera, determinada por los trabajos fotográficos de índole social, atesora los proyectos más compasivos de Salgado, donde el espectador tiende a sentirse avergonzado, resentido y sin esperanza en el ser humano. Mientras que la segunda, ofreciendo un ambiente sensacionalmente distinto, se centra en reflejar las maravillas de la naturaleza y de aquellos paraísos originarios a los que todavía no ha llegado el ensañamiento del hombre. Tras retratar algunos de los infortunios más atroces del ser humano, el fotógrafo emprendió un nuevo proyecto durante los siguientes ocho años, Génesis, en el que descubriría numerosas regiones prístinas, de vegetación y fauna salvaje y paisajes naturales de gran hermosura, reconociendo y ensalzando la munificencia de nuestro planeta. Por medio de estas dos secciones, en las que se dividen tanto la obra fotográfica de Salgado como, por consiguiente, el documental de Wenders, se nos expone la miseria social en contraste con la belleza del mundo, pues tras representar las desdichas del ser humano desala reconciliarse con la vida, sanar las heridas de su corazón y adentrarse en un nuevo comienzo a través de la naturaleza.

Salgado, por medio de fotografías estrictamente etnográficas, antropométricas y cronográficas, retrataba en sus orígenes al hombre dejando en un segundo plano al entorno; ahora retrata el entorno dejando en un segundo plano al hombre. Y, por insólito que resulte, esta nueva colección se encuentra coherentemente vinculada con las anteriores, puesto que, aunque los contrastes, las luces o los encuadres luzcan diferentes, pretende ofrecer una visión optimista, invitándonos a reconocer que aún es posible abonanzar y redimir el mundo que algunos hombres han pretendido arruinar.

Se debe señalar asimismo que resulta arduo concebir La sal de la Tierra con un planteamiento distinto. Al estar coproducido por su esposa Lélia y codirigido por su hijo Juliano, este documental no aspira a ser un reportaje genuinamente periodístico. No requiere de un equilibrio o de un enfrentamiento entre enfoques y/o pensamientos dispares (opiniones, criterios, ideologías, dogmas), pues aspira únicamente a narrar un sentido –el del fotógrafo– de la historia.

En referencia a las disposiciones artísticas, sensitivas y estéticas de los directores en La sal de la Tierra huelga destacar el afán por inferir la mayor fuerza posible a las imágenes y a la figura del artista. En algunas ocasiones de un modo completamente hagiográfico. Así, aunque Wenders desea transmitir en cada secuencia la admiración que siente por las fotografías, en ningún caso extrae un ápice de autenticidad del discurso de Salgado. La estructura que vertebra la narración de este documental está racionalmente compuesta por un riguroso conglomerado de entrevistas, cavilaciones, metanarrativas y reveladoras instantáneas. Todas ellas escoltadas por la progresión del trabajo del fotógrafo, quien se reúne de ese modo con los hitos y las obras más laudables de su vida; presentado, como acostumbra el director alemán en sus documentales, con un manejo sagaz del tiempo secuencial y del plano.

Salgado, incómodo por ostentar sus monólogos frente a la cámara, fue ubicado en el interior de una estancia oscura donde no advertía a los miembros y los instrumentos del equipo, descubriéndose completamente solo ante sus creaciones expuestas en un monitor. Por tanto, el cineasta alemán dispuso la grabación de tal guisa que se filmase únicamente al fotógrafo presentando sus trabajos, recayendo en él la voz de autoridad y exponiendo las imágenes y los sonidos como vivencias. El propósito principal de ambos con este recurso era facilitar el ejercicio de introspección de Salgado para intensificar sus recuerdos. Lo que permite manifestar con mayor exactitud aquello que vislumbró y sintió al realizar cada fotografía, mientras su semblante es filmado por un objetivo invisible. Esta técnica permite al espectador contemplar simultáneamente las imágenes que se recogen en la película y la fisonomía del autor, logrando que cada instantánea se vea acompañada y contextualizada por los juicios, las remembranzas, los designios y la comparecencia del narrador. Asimismo, durante el transcurso del documental, se observa cómo la cámara se aproxima con relativa periodicidad al rostro del fotógrafo; el cual, aparte de radiar entereza, denuedo y sinceridad, nos advierte las huellas y corolarios de cuanto ha presenciado.

La sal de la tierra, en consecuencia, atiende igualmente a otro de los postulados que asentaron cineastas como Flaherty o Grierson: todo el material que se recoge en la cinta corresponde al mismo campo, siendo el director el encargado de conocer dicho terreno para disponerlo con el mayor rigor posible. De este modo, el documental queda íntegramente liderado por publicaciones que, cronológicamente representadas, componen la producción artística de Salgado; un trabajo que Wenders comprende con determinación, pues lo ha seguido y examinado con detenimiento e interés. Estas colecciones que coronan la obra del fotógrafo y, por ende, la presente de Wenders son La mano del hombre (1993), Trabajadores (1996), Tierra (1997), Otras Américas (1999), Éxodos (2000) y Génesis (2013); dotando a la narración de un origen, un ocaso y un renacimiento. Así, en referencia a la enjundia semiótica del color, la resolución estética y decorativa que ofrece Wenders en La sal de la Tierra, ese elocuente universo en blanco y negro que ya nos había ofrecido en otros filmes, casa a la perfección con el estilo propio de la producción de Salgado. Además, como hiciese “Homero” en El cielo sobre Berlín (1987) del mismo cineasta, en La Sal de la Tierra es el fotógrafo el elegido para relatar las memorias del mundo: su fisonomía, una estampa en movimiento; su recuerdo poblado por retratos de dolor, pánico y asombro. Aunque en sus entrañas, igual que en las almas de los niños que se proyectan, aún se adivina un rayo de esperanza.

Quizá el mundo nunca haya sentido con tanta urgencia como hoy la necesidad de fomentar la comprensión entre los distintos pueblos. Y de eso se encargan precisamente Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado y Sebastião Salgado a través de esta película, puesto que conciben el documental como el medio más eficaz para comunicar al espectador los conflictos que desazonan a sus contemporáneos. Una vez que el asistente ha contemplado el metraje, ha asimilado las erudiciones formuladas y ha digerido cada una de las obras del fotógrafo, se percata de la vulnerable situación de muchos de sus semejantes, sus estrecheces, sus batallas diarias, sus desventuras y alguna que otra victoria, siendo en ese preciso momento cuando empieza a ser consciente de la unidad del ser humano dentro de su propia singularidad. Así, es harto plausible que, como ratificaba Flaherty, ésta sea la función del documental: hacer comprender al público que «el ‘extranjero’, sea cual sea su apariencia externa, no es tan sólo un ‘extranjero’, sino un individuo que alimenta sus mismas exigencias y sus mismos deseos, un individuo, en última instancia, digno de simpatía y de consideración». Personalmente, entiendo que el cine, en especial el de no-ficción, es la herramienta más firme y convincente para participar de esta labor social tan encomiable, pues aspira, en la mayoría de las ocasiones, a representar el mundo del modo en que se siente, se sufre y se vive.

La sal de la Tierra es por tanto un documental realista asentado entre la poesía y la dramatización, cuyo fin es aleccionar a los ciudadanos e invitarnos a comprender las distintas sociedades e instituciones que componen y rigen el mundo, para hacer del planeta un lugar mejor. Wim Wenders nos descubre a un virtuoso de la imagen fija y a una persona profundamente humana, que nos anima a implicarnos de forma directa en la educación y la conciencia cívica y social. Esta película de la no-ficción, una oda visual a la vida y obra del fotógrafo Sebastião Salgado, no se dirige exclusivamente a aquellos apasionados de la fotografía, sino a todos los que han olvidado lo que verdaderamente nos hace humanos. La sal de la Tierra es una excepcional declaración artística, comunitaria, antropológica y etnográfica que nos exhorta a reconciliarnos con la humanidad y la naturaleza por medio de lo social, lo estético y una narración tan seductora como elocuente.

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