No mires arriba (2021), de Adam McKay – Crítica
Por Francisco Collado.
Brillante metáfora sobre la estupidez humana.
Que Netflix ha tomado un camino donde la originalidad y la calidad se dan la mano, es algo de lo que ya no cabe duda. Ahí están sin más series de la calidad de El Alienista, la hipnótica Ratched, la excelente Mindhunter o Grace and Frankie, a mayor gloria de Jane Fonda. Sin olvidar Nueve Perfectos Extraños, un inquietante thriller o la enfermiza Alias Grace. En el capítulo de las películas ya se atrevió con una obra turbadora e incómoda, sobre las acusaciones que dieron lugar al movimiento Me Too: El Escándalo o con la, visualmente apabullante, El Caballero Verde.
Ahora Netflix destila una sátira descacharrante, disparatada y certera. Una inteligente puya a nuestra sociedad, que camina de la mano del rocambolesco universo de Zucker/Abrahams, el esperpento valleinclaniano o el alocado mundo de Tex Avery. Es Adam McKay en estado puro. Una caricatura del ser humano, de sus carencias funcionales, del populismo, de la endogamia política, la tecnocracia, el amarillismo, los programas trash, la lacra intelectual del negacionismo, la cara negativa de las redes sociales. Un largo y divertido etc. El parecido con personajes y situaciones de la actualidad no es pura coincidencia (incluso patrios). El director riza el rizo encarnando a la presidente populista en una declarada antritrumpista como Meryl Streep. McKay ha optado por desnudar a los personajes que se convierten en caricaturas de sí mimos. El caso más extremo es el de un formidable Ron Perlman convertido en kamikaze al servicio de su bandera, cuya intento de ser un héroe se convierte en un profundo fracaso frente al arrogante tecnócrata Peter Isherwell (una especie de Yoda cuántico), interpretado soberbiamente por el británico Mark Rylance en un registro inquietante.
No mires arriba camina (y se mofa) por el sendero de la postverdad, desmenuza con bisturí las injerencias del mundo de las grandes tecnologías que imponen su voluntad, siempre por la vía de un humor ácido e inteligente, donde la parodia esconde certeras cargas de profundidad. Nunca la ciencia ficción apocalíptica fue tan descacharrante. Nunca la extinción por abulia de la especie errónea, tan disparatadamente ácida.
Quizás nuestro mundo no sea más que una chorrada, a golpe de sonrisa nuclear e impostada, donde nadie quiere asumir la realidad ni el futuro. No en vano el director ha prestado atención a la sonrisa como metáfora de una sociedad donde el ansia de perfección estética, el Botox y el «contouring», definen sus aspiraciones. Las dentaduras como metáfora, llevadas hasta el paroxismo, como simulación de un mundo que se niega a envejecer, que utilizará todos los recursos disponibles para no asumir lo real y seguir habitando en el lado luminoso.
Contra todos ellos descarga su bilis y mala baba, envuelta en un artefacto visual donde el ritmo narrativo, los insertos y unas interpretaciones soberbias, son la marca de la casa.
No es la primera vez que McKay mistura el modo cómico con el dramático. En The Big Short y Vice experimenta con el tono y el cambio de escalas. Inolvidable Margot Robbie, explicando hipotecas de alto riesgo durante un baño de espuma. Ese toque McKay se encuentra en los instantes frenéticos y estridentes, en el ajetreo y el bullicio, sembrado de insertos que nos comunican detalles y son auténticas humoradas. El trabajo de cámara es ágil, la edición, enérgica. Trabaja como un etnógrafo. Como un entomólogo observando su particular terrario. Los diversos personajes van destilando humanas vanidades. DiCaprio, el narcisismo. Lawrence, la evasión de lo que no controlas. Blanchett es la insustancialidad y la banalidad. Mark Rylance es la soberbia manipuladora y suicida de la tecnología.
Los actores están en estado de gracia. Meryl Streep sería creíble hasta interpretando un ornitorrinco. Creo que no hay ningún papel que esta actriz no sea capaz de sacar adelante con matrícula. Jennifer Lawrence tiene poco que demostrar después de sus pugilatos verbales en El lado bueno de las cosas (2012), su fascinante Ree en Winter´s Bone (2010) o su perfomance magnética en Joy (2015). Es capaz de extraer de su papel aristas y matices inesperados y una sinceridad apabullante. DiCaprio ha crecido con cada película y compone un personaje histriónicamente controlado (menudo oxímoron), que gravita sobre una realidad que no le corresponde, de la mano de una hechizante Cate Blanchett. Jonah Hill brilla en su breve papel y Timothée Chalamet como un fumeta de Illinois, completan un elenco solvente que consigue que la duración desmesurada de la película apenas se note. En el aspecto negativo, cierta mengua en el ritmo, cierta irregularidad misturada con destellos de brillantez, o la vulgarización con algunos chistes que salen del tono general y que, en ocasiones, se perciben rasos y fuera de contexto.
La lucha de los dos protagonistas es contra la burocracia, los intereses creados, el mostrenquismo del ciudadano de a pie, y ¡contra el algoritmo! Sin olvidar los imprescindibles conspiranoides. Pero, sobre todo, contra la estupidez humana. Uno de los momentos que refleja más la humana condición, es aquel instante en que los grupos optan por mensajes opuestos sobre una misma realidad. Unos miran arriba, mientras otros miran abajo. Otra de las secuencias más potentes es la canción de Ariana Grande con DJ Chello (el rapero y actor Scott Mescudi).
No mires arriba es la antipelícula de catástrofes. Aquí no hay héroes uniformados (Armagedón) que ofertan su vida, (Independence Day) sino un tarado (Ron Perlman) que sólo inspira indiferencia. No hay presidentes que hayan sido pilotos en la guerra y tomen un avión para combatir los invasores. No mires arriba es el otro lado del espejo de las epopeyas yanquis sobre destrucción de la tierra y héroes salvadores. Muestra lo mejor y lo peor de la humanidad. Cuán inteligentes y; a la vez ridículas; dañinas e indiferentes pueden ser las personas. El guion agrega capas a su historia en todo momento.
Destacar la excelente banda sonora de Nicholas Britell.
Después de los títulos de crédito al espectador le queda una inmensa duda ¿Será una caricatura de la realidad o es la realidad disfrazada de caricatura? Quizás lo que sea del tamaño del Everest sea nuestra estupidez congénita. O el pedo descarado de Sting ¡Bon voyage!
«Mira hacia arriba, lo que realmente está tratando de decir es: sácate la cabeza del culo»