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Una sencillez que sobrecoge

Portada de Oleg

Oleg es otra obra maestra de un autor ya consagrado: Frederik Peeters.

Al adentrarnos en el mundo de la creación y del arte, parece que solamente hay cabida para la acción, el humor y el espectáculo. Pocas veces uno tiene la posibilidad de encontrar entre sus manos una obra sin alardes visuales y sin elementos maniqueos que buscan la sorpresa o la risa en el lector. No digo que ello no sea necesario. Lo que me gustaría indicar es que en el noveno arte tiene, o debería tener, miradas alternativas a la realidad. Efectivamente, estas obras existen. Muchas de ellas, incluso, logran cosechar el éxito del público.

Oleg es una de estas obras. Un trabajo asentado en el “mundo de la vida”, donde lo más interesante son las reflexiones de un escritor y sus pequeñas/grandes vicisitudes cotidianas. En este sentido, el trabajo parece que se va convirtiendo, a medida que avanza, en una especie de apuesta y defensa de la cotidianidad. En este sentido, presenta multitud de elementos típicamente modernos: una narración seriada y poco fragmentada, una importancia destacada de la razón, aunque también tiene cabida la emoción, y una constatación de las ambivalencias sociales.

Página interna de la obra.

En este sentido, Peeters no elude las paradojas sociales en las que nos encontramos. Muestra la importancia de la tecnología y la necesidad que, algunos creadores, tienen de situarse en el mundo de lo real. Al fin y al cabo, un creador vive constantemente en el mundo de la ficción, por lo que parece que tiene sentido la necesidad de tocar tierra. ¿Verdad? Pues bien, esto y mucho más es Oleg. Un trabajo donde las relaciones humanas ocupan un lugar inusitado. Una narración en la que el mundo interior es tanto o más que el mundo externo.

En este sentido, Oleg se une a esas obras que rompen con discursos o narrativas superficiales y anodinas. En esta obra, mucho de lo que sucede se intuye y queda insinuado. De hecho, muchos de los elementos indicados están en el día a día de cada uno de nosotros. Poco importa que el relato esté asentado en la vida del autor. ¿Quién no se ha sentido estimulado por el movimiento de las nalgas de su pareja o inquieto por las preocupaciones de alguien querido?

Con todos estos mimbres, Peeters conforma una narración brillante, profunda, que te conduce hacia lo más profundo de la humanidad. Ahora bien, es posible que el talante del propio Oleg no logre tocar a todo el mundo. Su carácter despistado y soñador puede hacer que no todo el mundo se sienta identificado con él. Quizás este es el único inconveniente que he logrado detectar en la obra. No obstante, precisamente estos elementos también lo hacen adorable y atractivo.

Por otro lado, es un trabajo que abre la posibilidad a numerosas interpretaciones diferentes. A medida que uno lo lee varias veces, se posiciona en lugares imaginarios distintos. Ello permite que la mente del lector fluya a lugar nuevo en cada visita a Oleg. Desde luego es un magnífico anfitrión.

 

Por Juan R. Coca

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