Viajes y libros

‘Oasis prohibidos’, de Ella Maillart

Oasis prohibidos

Ella Maillart

Traducción de Manuel Serrat Crespo

La línea del horizonte

Madrid, 2021

316 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

En el prólogo de este magnífico libro Nicolas Bouvier abre el debate acerca de la escritura y la vida: “El atractivo frescor de la observación, un estilo extremadamente preciso, una filosofía del viaje, en definitiva, que permite al autor vivir una aventura sin querer gobernarla en exceso, sustituyen ventajosamente la «pretensión de hacer una obra literaria» y me confirman en mi idea de que con mucha frecuencia aprovecha más leer a los viajeros que escriben que a los escritores que viajan”. La duda surge al intentar definir qué es un viajero que escribe y qué es un escritor que viaja, cuando nos encontramos frente a un texto que refleja un viaje. No hay opción alguna a acceder a un registro de ADN que nos garantice que el autor es viajero por encima de escritor, ni escritor por encima de viajero. En lo que nos afecta como lectores, lo que recibimos es una impresión en la que nos gusta sumergirnos para compartir con el autor la experiencia, en mayor o menor grado. Separar la escritura del viaje, es decir, de la vida, es como separar la forma del fondo, que es algo que sólo se soluciona en los libros de texto y por la necesidad académica de gestionar un análisis. En realidad, si no se trata de lo mismo se trata de algo tan simbiótico que no es posible modificar uno sin que se vea afectado lo otro.

La línea del horizonte recupera este Oasis prohibidos, de Ella Maillart (Ginebra, 1903 – Chandolin, 1997), en el que se atraviesa China de este a oeste, para llegar a Sinkiang, cuina de una vieja cultura iraní, cruzar montañas para acceder a Cachemira, y todo de forma clandestina. Maillart y su compañero, el periodista Peter Fleming, atraviesan el Turquestán chino levantado en armas, un territorio fragmentado por el que combaten señores de la guerra, algunos al servicio de otros países. El recorrido se divide en dos etapas básicas: la primera en la que se atraviesa la China conocida, donde se impone el sabor de las curiosidades, de lo diferente; y una segunda en la que nos vemos inmersos en una Tartaria donde lo desconocido debería sobrecogernos, pero en su lugar nos dejaremos sorprender. Tanto en uno como otro lugar, Maillart demuestra la misma sensibilidad que conciencia europea, pues mientras el texto se desliza deliciosamente, reconocemos el lugar desde el que escribe, que se sabe civilizado: “En Kumbun la vida parece inmutable y transcurre como hace cien años”; “pero sobre todo, un retazo de Europa, materia aislante, nos acompañaba inevitablemente por el mero hecho de nuestra comunidad; no me hallaba a miles de kilómetros de todo lo que conocía, sumergida en un Asia en la que iba integrándome”. A continuación se lamenta de acarrear con ella esa conciencia, trasladando el lastre al planteamiento del viaje, en el convive con un británico: “Siendo dos no se aprende tan rápidamente la lengua, los indígenas no te adoptan, te sumerges menos en el ambiente”.

Ese ser dos nos regala uno de los niveles de lectura más personales de la obra escrita en 1935, que es la relación con Peter Fleming, que no deja de condicionar la mirada de la viajera. Hay unos vínculos de amor y odio bastante ingenuos, y bastante reconocibles, a los que no renuncia Maillart. Es más, parece fomentarlos para recordar a los lectores que somos seres paradójicos: que ella prefiera el esquí a la caza, al contrario que Fleming, les separa y les une, pues, al fin y al cabo, se trata de dos actividades al aire libre: “Unidos por la voluntad de tener éxito en nuestra empresa, nos entendemos a las mil maravillas. Pero, en definitiva, no contemplamos las cosas del mismo modo”.  En ese sentido, también nos gustaría ver recuperado Noticias de Tartaria, en que se lee la versión de este mismo viaje, la otra mirada, que nos presenta el británico.

Mientras tanto, nos quedaremos en este regalo, en el que descubrimos que enunciar, enumerar, es una de las estrategias literarias de descripción más complejas y que mejores resultados transmite. En las secuencias que escribe Maillart asistimos a un mundo extraño y que merece mucho la pena conocer. Tanto como para lamentar no haber sido nosotros los compañeros de este viaje por un mundo que difícilmente podremos recuperar, pero que gracias a gente como ella podemos, eso sí, intentar comprender, que es el objetivo del viaje: hacernos mejores personas; “¿Cuántas veces había maldecido, en Europa, la ajetreada vida que me impedía pensar? Y ahora solo las preocupaciones de la vida material contaban para mí”.

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