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Garth Ennis nos da una clase de historia en The Stringbags

Portada de The Stringbags.

Todos conocemos a Ennis por obras impactantes, repletas de acción y con gusto por el cómic gore. También es bien conocida su gusto por el cómic bélico. Ahora bien, no es tan frecuente encontrarnos con un trabajo de carácter histórico, donde los elementos de documentación estén presentes en la narración con una intención, claramente, didáctica.

The Stringbags es un impresionante trabajo en el que se combina la historia y la ficción con gusto y ponderación. Para lograr esto, centra el interés narrativo en un trío de personajes que serán los que logran que no sumerjamos en la historia. Este trío, además, resulta divertido y socarrón en un mundo peligroso y difícil como lo fue la Segunda Gran Guerra.

En este contexto histórico, Ennis opta por contar un parte del juego de estrategia que se vivió entonces, a mano de una especie de metáfora de la leyenda de David contra Goliat. En este sentido, lo grandes acorazados parecían murallas infranqueables. Ante ello, unos desvencijados Stringbags lograron hacerle frente gracias a la capacidad de decisión y a la valentía de unos pilotos que Ennis convierte en héroes.

Stringbags es un apodo que le dieron a los aviones Fairey Swordfish. Eran unos biplanos que transportaban torpedos y que logró ser el torpedero más importante de la armada aliada. Una de las capacidades de esta aeronave era su versatilidad y adaptabilidad. De hecho, terminó transportando multitud de artefactos; de ahí su apodo (bolsa de tela).

La obra que tenemos entre nuestras manos es una excelente edición de Aleta y es una traducción de la obra homónima publicada por Dead Reckoning, propiedad de la editorial del Instituto Naval de los Estados Unidos de América. Supongo que gracias a este Instituto Ennis tuvo acceso a multitud de información sobre las batallas y los sucesos en los que estuvieron relacionados estos aviones. De ahí que, durante las páginas de la historia, se nos van explicando -con cierto carácter documental- lo que fue pasando históricamente y también se nos ilustra en cierto vocabulario bélico.

The Stringbags es un ejemplo perfecto de la capacidad que tiene el guionista para estructurar una obra interesante, profunda históricamente y nada, nada, aburrida. Es un ejercicio de brillantez narrativa, ya que, además de los elementos documentales, logra divertir, introduce elementos humorísticos sutiles que funcionan muy bien y está repleta de acción. Además, al comienzo de la obra, en con un juego narrativo clásico, logra que empaticemos con los personajes principales.

En dibujo está repleto de detalles y acompaña perfectamente a la narración escrita. En este sentido, parece que Holden (su responsable) también se centró en mostrar las características de los diferentes artefactos bélicos. Digo esto, ya que dan la sensación de mayor detalle, las viñetas en las que se nos muestran a los Swordfish, a los acorazados, etc. En cambio, las viñetas en las que se desarrollan conversaciones, vemos que el nivel de detalle en los fondos o, incluso, en los rostros, es menor. Esto me parece consecuente, teniendo en cuenta la editorial donde se publicó inicialmente y la intención de la obra.

La mayor crítica que se le puede hacer a la obra está relacionada con el color. En este sentido, Fitzpatrick no logra atrapar. Sospecho de la decisión de usar unos colores y de su combinación, estaban centradas, nuevamente, es dar sensación de cómic histórico. Por ello, los colores están un tanto apagados y, en ocasiones, parecen desgastados. Este hecho lo comprendo, mi problema es que hace que la narración visual sea más fría y distancia un poco al lector. Evidentemente, esto no quiere decir que la obra no sea sobresaliente. Al contrario, lo es. Es un trabajo muy recomendable para todos aquellos que les guste el cómic bélico o histórico. Además, logra desarrollar la épica propia de este tipo de historias, haciendo que, en ocasiones, se te ponga la piel de gallina. Especialmente al final.

Podréis revisar las primeras páginas de la obra en el vínculo de la propia editorial.

 

Por Juan R. Coca

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