Entrevista a Miquel Seguró Mendlewicz

Vulnerabilidad

Miquel Seguró Mendlewicz

Editorial Herder

Barcelona 2021    180 páginas

 

ENTREVISTA A MIQUEL SEGURÓ MENDLEWICZ

 

Por Íñigo Linaje

 

Los tiempos que vivimos nos hacen vulnerables a la fuerza. Y acerca de la vulnerabilidad humana ha escrito un pequeño tratado Miquel Seguró Mendlewicz, profesor de Filosofía en la UOC (Estudios de Artes y Humanidades), que ha publicado la editorial Herder, uno de los sellos de referencia cuando se habla de filosofía y pensamiento en este país. Vulnerabilidad toma como modelo a Descartes y actualiza sus presupuestos morales para dibujar una estela vital del pensador, al tiempo que el propio Seguró traza un mapa de la realidad existencial de la vulnerabilidad y lo enlaza a un plano ético y político, una tarea que nos permite mirar ambos aspectos a la luz de nuestro presente. Vulnerabilidad es un ensayo brillante y enjundioso, lleno de preguntas y respuestas, escrito con una claridad expositiva que pone de relieve al ser humano como sujeto afectable, ya que, como explica Miquel Seguró Mendlewicz, «toda vida está afectada por muchas cosas que no decidimos y que nos condicionan radicalmente».

 

¿Cómo surgió la idea de este ensayo? ¿Quiere ser una lectura de la obra de Descartes centrada en la vulnerabilidad humana o va más allá su propósito?

En este ensayo intento proponer una imagen del ser humano, una antropología filosófica, y he elegido el símbolo del círculo abierto como expresión de la realidad abierta, dinámica y cambiante que cada uno de nosotros somos. Esta circularidad inconclusa me permite dar cuenta de la idea fundamental que el libro quiere proponer: que somos todos y en todo momento seres afectables, y al mismo tiempo, capaces de afectar. Es en esta línea que interpreto la vulnerabilidad, es decir, como esta afectabilidad constitutiva de la experiencia humana.

Como bien señalas, he intentado desplegarlo a través de un diálogo con una interpretación personal de la figura de Descartes. Siempre me ha llamado mucho la atención, y desde mis inicios en filosofía he pensado que el cliché que solemos asociar a la idea de lo cartesiano se ajusta solo en parte a lo que su obra nos permite vislumbrar. Hay otras perspectivas que se pueden explorar, y una de ellas es la de la vulnerabilidad.

El libro, que conjuga estas dos cosas (por una parte, un ensayo de una antropología filosófica, y por otra, un diálogo con la obra cartesiana), es ante todo una invitación a pensarnos a partir de lo que ya somos, individuos y colectivos en clave de vulnerabilidad, y de lo que podemos llegar a ser, humanos que lejos de reprimir nuestra condición vulnerable, la asumimos y aprendemos a compartirla.

 Escribe: “Cuando se pregunta se sabe más que cuando no se pregunta”. ¿Es el sujeto que no se enfrenta al pensamiento menos vulnerable que el que lo hace?

 Esta frase se refiere a una parte del libro en la que exploro la relación entre pregunta y conocimiento en la línea de la famosa docta ignorancia. Entiendo que la experiencia de la pregunta, que todos tenemos en múltiples situaciones cotidianas y en situaciones más especiales, es la experiencia de saber que se está a medio camino entre lo que creemos que sabemos y lo que todavía nos genera un interrogante. Eso, puesto en perspectiva metafísica, es la tematización de las grandes preguntas de la vida, las existenciales. Y eso, llevado al día a día, son las reflexiones que realizamos sobre lo que hacemos, en cada momento, y sobre lo que querríamos hacer.

En esta situación intermedia es en la que nos encontramos, por eso siempre hay preguntas. Y en cada respuesta que nos demos se alojarán nuevas preguntas que se nos plantearán, muchas veces, de manera inesperada. Por eso el círculo no se cierra: siempre estamos afectados por nuevas (y no tan nuevas) cuestiones que afrontar.

Ante esta tesitura me parece que debemos preguntarnos por qué pensamos filosóficamente. Y a mi modo de ver, el pensamiento reflexivo y la pregunta filosófica nacen de esta experiencia de la perplejidad y del saberse perdido, lo que nos puede generar zozobra, angustia y hasta dolor. Pensar significa ante todo dar cuenta de una conciencia de perplejidad y, por extensión, de la vulnerabilidad que encarnamos. Y eso no siempre es agradable.

 La biografía de Descartes es un perfecto ejemplo de alguien “herido por la vida”: su desprotección en la infancia, su obsesión por la vejez, la muerte de su madre al año de nacer y la de su propia hija…

 Cualquier biografía es, en mayor o menor medida, un ejemplo claro de que toda vida está afectada por muchas cosas que no decidimos y que nos condicionan radicalmente. De hecho, esta es una de las claves de la idea de la afectabilidad que expongo en el libro.

Ser vulnerable es estar expuesto a una cantidad de elementos sociales, culturales, biográficos y, también por supuesto, personales, que en ocasiones no llegamos ni siquiera a atisbar qué impacto real llegan a tener en cada uno de nosotros. Venimos a la vida sin elegir en qué tiempo, en qué espacio, en qué grupo o en qué sociedad, y sin embargo todo ello condiciona completamente la experiencia que tenemos de nosotros mismos y, en consecuencia, de la idea que de nosotros construimos. También Descartes, como señalas, estuvo afectado por una gran cantidad de vicisitudes, no todas ellas negativas o desagradables, que forjaron indiscutiblemente su manera de estar en el mundo y, probablemente, el sentido de su obra.

Insiste al final de la obra en la importancia del diálogo como vehículo de comunicación de nuestra vulnerabilidad. ¿Es peligroso aislarse y dialogar constantemente con ese interlocutor cruel que es uno mismo?

 Antes de tratar de enmarcar esta pregunta me parece fundamental establecer una diferencia entre lo que es la vulnerabilidad existencial o estructural, y lo que son las vulnerabilidades que adyacentemente vamos ocasionando con nuestras actuaciones en el mundo como individuos, colectivos, sociedades y especie en general.

En relación a la primera, hablamos de algo transversal y estructural en cualquier existencia humana: somos precarios y finitos y conscientes de ello, lo cual explica mucho de la dinámica que establecemos con nosotros mismos y el mundo.

Y en relación a la segunda, debemos preguntarnos hasta qué punto nuestras actuaciones en el mundo afectan a los demás y de qué modo lo hacen. Porque somos seres afectables, pero también seres que afectan, de ahí que ser vulnerables también signifique tener que ser responsables.

En relación a tu pregunta, en base a mi experiencia personal me parece no es lo mismo sentirse solo y herido, que querer espacios de soledad para pensar o explorar experiencias de lectura, de reflexión o de deporte. Y es frecuente, o al menos hablo por mí, que cuando uno pasa por un momento malo tiende a replegarse en sí mismo y a querer resguarde del entorno. Porque, precisamente, uno se siente vulnerable, en el sentido de que se siente afectado negativamente por lo que sucede, y no quiere exponerse a más posibilidades de padecer este tipo de vulnerabilidad. Vulnerabilidad en este caso entendida como posibilidad de sufrimiento o tener experiencias desagradables. Pero me parece muy importante no perder de vista que la realidad de nuestra vulnerabilidad es una condición transversal y es la que propicia, también, la posibilidad de comunicarnos.

En este sentido, mi tesis es que la vulnerabilidad también se puede expresar como afectabilidad para propiciar experiencias agradables. De hecho, tenemos la capacidad de empatizar porque precisamente somos vulnerables, es decir, afectables. Así que puede que la cuestión que como humanos debamos plantearnos no sea solo si se puede superar de una vez por todas nuestra vulnerabilidad existencial (si es que eso llegara a ser posible), sino cómo nos relacionamos con ella y de qué modo propiciamos espacios interpersonales y comunicativos donde lo agradable y lo constructivo sea la nota característica de las relaciones que tejemos. Porque eso sí que está enteramente en nuestras manos.

 Más que preguntas, ¿qué respuestas puede dar la filosofía a una situación como la que vivimos en la actualidad?

Me parece muy importante insistir que la filosofía tiene, además del deber de esclarecer qué y cómo preguntar, también el de intentar ofrecer respuestas. Respuestas que, como he apuntado antes, en todo caso abrirán el espacio para nuevas preguntas. En el momento actual donde la precariedad o la incertidumbre, pero también la interdependencia y la necesidad de contar todos con todos, se han hecho tan palmarias, me parece que la filosofía puede y debe incidir precisamente en la realidad vulnerable de todos y cada uno de nosotros. Porque esta vulnerabilidad es la que nos permite tomar conciencia, justamente, de esta interdependencia y de esta apertura que siempre somos. Asumir esta vulnerabilidad transversal en lo existencial, y asumir nuestra capacidad de poder generar espacios de convivencia mucho mejores de los que tenemos, es una tarea a la cual la filosofía puede ayudar. Por eso es fundamental darle espacio en todos los ámbitos de la sociedad, también, por supuesto, en la escuela.

Es verdad que muchas disciplinas incorporan las mismas preguntas que la filosofía hace, pero la filosofía las asume como cuestiones y temas propios de su disciplina, y por eso les da un espacio central. Quién soy, qué somos como especie, qué significa comunicarse, convivir o compartir, qué podemos hacer y qué nos conviene…, son preguntas que acompañan a cualquier disciplina de estudio, porque toda disciplina remite, en última instancia, a nuestra manera de ser y de estar en el mundo.  Pero como digo, creo que la especificidad de la filosofía es que las tematiza como sus asuntos propios de reflexión. Lo que propicia que podamos acercarnos a estas cuestiones con más conciencia de su complejidad e imposibilidad de cerrarlas de una vez para siempre. Son cuestiones fundamentales, que llevamos cada día a cuestas, y que permanecen muchas veces abiertas (angustiosamente, en ocasiones), lo que nos da una medida de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser: seres llamados a hacer de nuestra afectabilidad el prisma a través del cual enfocar nuestras vidas individuales y colectivas, y, con ello, a hacer de esta condición vulnerable compartida la herramienta con la que forjar nuestros mundos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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