¿Quién es Víctor Colden?
Por Antonio Manilla
Gazeta de la Melancolía – Veinticinco de hace veinticinco
Libros Canto y Cuento –- Newcastle Ediciones
¿Quién es Víctor Colden, ese autor cuyos textos nos cuentan años evocados con una escritura de azoriniano «caballero inactual»? ¿Quién es este Víctor Colden del que acabo de leer dos libros, el segundo y tercero suyos, repletos de sugerentes evagaciones y distracciones de la imaginación, y a quien hasta ahora no conocía? ¿Cómo hace para que su prosa nos dé la sensación a sus lectores de que nos hace caminar hacia dentro, hacia el interior de nosotros mismos?
Si hacemos caso al siglo, Víctor Colden es un madrileño de Málaga. «Un descreído que cree en la escritura», cuya máxima aspiración sería convertirse en un secundario de alguna novela de Galdós. También ese espíritu melancólico que contra el abatimiento se administra y nos recomienda «un Azorín y dos Cunqueiros». El que, mirando al presente con los ojos del pasado, ve «lágrimas en todas las cosas». Alguien a quien encontramos como «perito en acedías» por las aceras de Valladolid, dominando al relente de la noche en el Camino de Santiago en algún lugar entre Frómista y Carrión de los Condes, callejeando por el «laberinto que se cae de vejez y de hermosura» del Cádiz de Felipe Benítez Reyes y los fenicios o ascendiendo las cuestas de todos los Guadarramas que se le ponen por delante al ritmo del «paso tras otro paso» en que consiste la existencia. Alguien que «vuelve por volver» a las reviviscencias del pasado para «convocar a voluntad lo mejor de lo vivido», armado con ese zumo de mandrágora mágico de los Álvaro Cunqueiro y los Xuan Bello.
Lo leemos y no sabemos a quién creer. ¿Al desencantado estudiante de Románicas que vaga por el campus o al «actor» que llega a Ginebra para representar una función contra su voluntad? ¿Al que se baña en las aguas heladas de Gredos o al que promueve un encuentro entre el Corto Maltés y Maqroll el Gaviero en una taberna gaditana? Realidad y ficción se hermanan en la narrativa de un autor que sabe que hay amores que matan y fantasías que se apagan, amistades muertas que retornan con la felicidad del aire de junio, regresos a la promesa azul de las montañas cuyo íntimo tesoro es verde. Y libros. Y versos de poetas. E intermedios musicales, inspirados por la audición de un lejano programa de radio típico de los ochenta, donde Colden siempre clava la descripción precisa de sus intérpretes preferidos: Aztec Camera, el Leonard Cohen cuyas letras sirven de iniciación para «ir aprendiendo a decir adiós», ese Antonio Vega de «voz de papel y canciones de lirismo en equilibrio inestable» o esa Rebeca Jiménez «tan tormenta, tan mezcal».
En ambos títulos de Víctor Colden hallamos prosas de corto aliento, exquisitas breverías labradas con pasión de joyero que engasta las palabras y las emociones en busca de la pieza única. Gazeta de la melancolía se compone de setenta textos de quinientas palabras. Algunos de ellos fueron artículos publicados en la revista FronteraD, y con el articulismo literario de la mejor estirpe cabe emparejarlos, ese que aspira a contar la vida en voz baja, con sus horas de amargura y de dicha, con plena conciencia de su voluntad de estilo, jugando con la retórica, es decir, haciéndose preguntas que no tendrían respuesta pero que en el fondo son todo menos retóricas.
Veinticinco de hace veinticinco es una especie de viaje a 1988 a través de otros tantos textos que ejercitan la memoria para reconstruir la existencia del joven que fue. El amor, la amistad, alegrías, tristezas y sueños se recomponen en este artefacto narrativo que, al modo del Me acuerdo de Georges Perec, funciona por acumulación: la enumeración de extractos, la memoria y el laboreo del escritor rescatan instantes que, sumados, producen todo su efecto. El afecto al pasado y a sus personajes está muy presente en estas veinticinco postales o veinticinco asaltos al castillo de un ayer que es el de una persona concreta, pero en el que todos los lectores serán capaces de encontrar parecidos razonables.
Dos libros estupendos los de este hasta ahora casi desconocido Víctor Colden, pero al que en adelante habrá que seguir con atención en su programa de «escribir con la delicadeza de la nieve que cae, con un silencio parecido». Aunque continuemos preguntándonos —con retórica pregunta— de dónde sale un escritor así, de qué soledades viene y a qué soledades se dirige acompañado por sus pensamientos.
(Este texto se publicó originalmente en marzo de 2021 en la ya desaparecida revista Epicuro)