Así comienza ‘Court’, la nueva entrega de la saga de Tracy Wolff

MIRIAM MANZANARES.

CAPITULO 0

‘Finge mientras puedas’

Hudson

Estamos totalmente jodidos.

Y si la expresión de terror de Grace es una señal, ella también lo sabe.

Quiero decirle que todo va a salir bien, pero la verdad es que yo también estoy aterrado. Sólo que no por las mismas razones que ella, aunque todavía no estoy preparado para llegar a eso.

Ahora mismo, está sentada en mi sofá frente al fuego, con el pelo mojado por la ducha y sus rizos brillando al compás de la parpadeante luz. Lleva puesta una de mis camisetas y uno de mis pantalones de deporte arremangados.

Nunca ha estado más guapa.

O más indefensa.

El miedo amenaza con abrumarme al pensarlo, aunque me diga a mí mismo que no está tan indefensa como parece. Aunque me diga a mí mismo que puede aguantar cualquier cosa que nuestro jodido mundo pueda lanzarle.

Cualquier cosa menos Cyrus.

Si he aprendido algo sobre mi padre, es que nunca se detendrá. No hasta que consiga lo que quiere y que se jodan las consecuencias.

Ese pensamiento me hiela la sangre.

Nunca he tenido miedo de nada en toda mi miserable vida, ni de vivir ni, definitivamente, de morir. Ahora, con Grace, vivo con un terror constante.

Terror a perderla y terror a que, si lo hago, se lleve la luz con ella. Sé lo que es estar en las sombras, he pasado toda mi maldita vida en la oscuridad.

Y no quiero volver.

—¿Puedo…? —me aclaro la garganta y empiezo de nuevo—. ¿Puedo ofrecerte algo de beber? —pregunto, pero Grace no responde. No estoy seguro de que me oiga, ya que sigue con la mirada fija en las llamas rojas y naranjas.

—Bien. Vale. Sólo tardaré unos minutos. —le digo, porque no es la única que necesita desesperadamente una ducha.

Sigue sin responder, y no puedo evitar preguntarme qué estará pensando. Qué está sintiendo. No ha dicho más que unas pocas palabras desde que volvimos a la escuela y nos dimos cuenta de que Cyrus nos había engañado y había secuestrado a todos los estudiantes mientras luchábamos en la isla. Me gustaría saber qué puedo hacer para ayudarla. Para llegar a ella antes de que todo se vaya al infierno de nuevo.

Porque lo hará. Las nuevas y aterradoras alianzas de Cyrus son prueba de ello. Al igual que el audaz secuestro de los hijos de los paranormales más poderosos del mundo. No hay ningún lugar al que pueda ir desde aquí, ni nada que pueda hacer, excepto destruir todo.

Como no quiero dejar a Grace sentada sola en silencio, me dirijo a mi colección de discos y rebusco entre los álbumes hasta que mis dedos se posan en Nina Simone. Saco el vinilo de la funda y lo coloco en el tocadiscos, pulso un botón y espero a que la aguja se mueva y descienda con un chasquido de energía estática antes de que la voz ronca de Nina llene el espacio silencioso. Ajusto el volumen para que sea más bien música de fondo y, con una última mirada a la imagen inmóvil de Grace, me doy la vuelta y me dirijo al baño.

Me doy la ducha más rápida de la historia, teniendo en cuenta la cantidad de sangre y muerte que tengo que eliminar. Me visto casi con la misma rapidez.

No sé por qué me apresuro, no sé qué temo encontrar cuando…

Mi corazón acelerado se ralentiza al ver a Grace justo donde la dejé. Y finalmente admito la verdad: la razón por la que no he querido perderla de vista es porque temo que se dé cuenta de que se equivocó al elegirme.

¿Es un miedo irracional, teniendo en cuenta que me ha dicho que me quiere, que me elija, aun sabiendo todo lo que está pasando, incluso con la carga que suponen mis dones? Por supuesto.

¿Eso hace que desaparezca? Ni de lejos.

Ese es el poder que tiene sobre mí, el poder que siempre tendrá.

—¿Necesitas algo? —le pregunto mientras cojo una botella de agua de la nevera de la esquina y se la llevo.

Cuando no la coge de mi mano, me dirijo al otro lado del sofá y me siento a su lado, dejando el agua sobre la mesa frente a nosotros.

Entonces se aparta del fuego y me atraviesa con su mirada llena de dolor, y susurra:

—Te quiero. —Y en ese momento mi corazón vuelve a latir con fuerza.

Parece muy seria, demasiado seria, e incluso un poco afligida. Así que hago lo que siempre hago para sacarla de sus propios pensamientos. Me burlo de ella, esta vez con una frase de nuestra película favorita.

—Lo sé.

Cuando una débil sonrisa aparece en la sombra de su pupila, sé que he tomado la decisión correcta. Alargo la mano y la subo a mi regazo, disfrutando de la sensación de tenerla toda contra mí. Miro hacia abajo y recorro con el dedo el anillo de compromiso que le regalé, recordando el juramento que hice aquel día, la convicción temblorosa en mi voz cuando dije aquellas decisivas palabras, y siento como una presión me recorre el pecho.

—¿Sabes? —dice ella, atrayendo mi mirada hacia la suya—. Dijiste que si alguna vez adivinaba qué promesa habías hecho, me lo dirías. Y creo que lo he descubierto.

Levanto una ceja.

—¿Lo sabes? —ella asiente—. Prometiste traerme el desayuno a la cama durante el resto de mi vida.

Yo resoplo y me río.

—Lo dudo. Eres una caprichosa por las mañanas.

La primera sonrisa real que he visto de ella en lo que parece una eternidad ilumina su rostro.

—Oye, claro que lo soy. —Entonces se ríe de su propia broma, y no puedo evitar unirme a ella. Es tan jodidamente agradable verla sonreír de nuevo.

—Lo sé —continúa, fingiendo que reflexiona sobre las alternativas—. ¿Prometiste dejarme ganar todas las discusiones?

Suelto una carcajada ante esa ridícula sugerencia. Le encanta discutir conmigo. Lo último que querría es que la diera la razón y la dejara salirse con la suya.

—Es bastante improbable —Se queda quieta entonces mirándome, agitando las pestañas con ternura—. ¿Me lo dirás algún día?

No está preparada para escuchar lo que le prometí antes de saber que me querría. Así que, en lugar de eso, bromeo diciendo:

—¿Dónde está la diversión en eso?

Ella me da un falso puñetazo en el hombro.

—Algún día te lo sacaré. —Pasa su suave mano por la barba incipiente de mi mandíbula y sus ojos vuelven a ponerse serios—. Siempre intentaré descubrirlo, amigo.

Y así, sin más, me enciende.

—Te quiero —susurro y me inclino para rozar mis labios con los suyos. Una vez, dos veces. Pero Grace no quiere nada de eso. Se levanta y envuelve mi cabeza entre las palmas de las manos, sus pestañas revolotean por sus mejillas justo antes de exigirme todo. Mi aliento. Mi corazón. Mi alma.

Cuando ambos nos quedamos sin aliento, me inclino hacia atrás y le sostengo la mirada. Podría perderme en la profundidad de sus cálidos ojos marrones durante una eternidad.

—Te quiero —le digo de nuevo.

—Lo sé —se burla ella, repitiendo mis palabras de antes.

—Esa boca tuya me va a matar —murmuro y empiezo a besarla una vez más con la idea (danzando en mi cabeza) de cogerla y llevarla a mi cama. Pero ella se pone rígida, y sé que mi comentario irreflexivo sobre la muerte le ha recordado, nos ha recordado a los dos, todo lo que hemos perdido, y lo que podríamos perder.

Mi corazón casi se detiene cuando veo que las lágrimas llenan sus ojos. —Lo siento —murmuro.

Ella sacude la cabeza rápidamente, como si no debiera castigarme por mi desliz, pero no es así. Entonces se muerde el labio, con la barbilla temblando mientras intenta contener todo el dolor que siente en su interior, y por billonésima vez, quiero darme una patada por hablar siempre primero y pensar después cuando ella está cerca de mí.

—Cariño, todo va a salir bien —le digo mientras todo mi interior se convierte en líquido. Huesos, arterias, músculos, todo se disuelve en el espacio que va de una respiración a la siguiente, y lo único que me queda es lo que seré sin Grace. Una cáscara vacía y sangrante.

—¿Qué puedo hacer? —pregunto—. ¿Qué necesitas…? —Me corta poniendo sus pequeños y fríos dedos contra mi boca.

—Luca murió por nada. La pierna de Flint, el corazón de Jaxon, todo… Todo fue por nada, Hudson —susurra.

Vuelvo a estrecharla entre mis brazos, la sostengo mientras la angustia de lo que hemos sobrevivido se abre paso en su interior, su temblor se convierte ahora en el mío al saber que se me han acabado las excusas.

En este momento, mientras sostengo a la chica que amo, la chica por la que haría cualquier cosa para salvarla, sé que mi tiempo se ha agotado. La dura y fría verdad de la última hora que he pasado, que he tratado de ignorar, me golpea y me roba el aliento.

Todo es culpa mía.

Todo. Cada agonía, cada muerte, cada momento de dolor que Grace y los demás sintieron en esa isla, todo es mi maldita culpa.

Porque fui egoísta. Porque no quería renunciar a ella todavía. Porque fui débil.

Me he pasado la vida huyendo de un destino que mi padre siempre quiso para mí, pero ahora me doy cuenta de que no tengo elección. Viene a por mí lo quiera o no, y no hay una mierda que pueda hacer para evitarlo. No una segunda vez. No cuando la felicidad de Grace está en juego.

Y cuando lo haga, nos destruirá a todos.

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