‘Mirad las aves del cielo’, de Stanislaw Lubienski

Mirad las aves del cielo

Stanislaw Lubienski

Traducción de Amelia Serraller

Volcano

Madrid, 2021

210 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

De los cinco sentidos que poseemos, en realidad el más potente es el tacto. A él acude las sensaciones de frío o calor, y las más sugerentes impresiones de la ternura. Pero reducidos a un mundo interno, ese al que se acuden con las técnicas de relajación, nos vemos en la tesitura de dar prioridad a lo que somos como entes visuales o auditivos. Vemos y oímos para sentirnos bien, para reconocernos, porque nuestro olfato es muy limitado y el sabor está al servicio de otra causa, demasiado vinculada a la supervivencia. Con la mirada y el oído por herramientas, los naturalistas salen al monte y descubren que todavía hoy por encima de estos escombros de civilización que, paradójicamente, todavía se mantienen en pie, existe el bienestar de un mundo puro.

“Puede que ya no camines por pantanos y bosque, pero el vuelo accidental de un pájaro picapinos siempre atrapará tu mirada”

Eso nos dice Stanislaw Lubienski (Varsovia, 1983) al principio de su libro, que lleva por título una popular alocución bíblica: Mirad las aves del cielo. Las aves no siembran, ni siega, ni recogen en graneros, pero “vuestro padre celestial las alimenta”, pone San Mateo en boca de Jesucristo: “¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”. Lubienski aporta a la respuesta una integración de las aves en la vida humana, compartiendo con el lector una impresión en la que se equilibran las emociones, las sensaciones, los sentimientos que nos transmiten, con la certeza de estar frente a bestias, exquisitas, eso sí, pero bestias. En realidad, en ellas proyecta lo mejor de lo que nos hace humanos, que tiene que ver con los mecanismos salvajes que mantenemos en el sustrato. Hemos dicho bestias y hemos dicho salvajes, y algo que podría remitirnos a defender la ley de la selva, por el uso peyorativo que tienen ambos términos en el lenguaje coloquial, se trata, en realidad de un elogio. Es más, en la literatura de Lubienski se trata de una forma de divinizar: versar sobre aves nos habla de lo humano, pero también de lo más excelso que tenemos a nuestro alcance.

Y para ello se recurre a la pintura, a la música, al cine, a la etimología. Pero, sobre todo, a la observación directa, al contacto a través de la mirada y del oído, ese que nos gustaría prolongar con el tacto. Lubienski se relaciona con el sentimiento de libertad a través de las aves, nos expone el aire libre como lucidez y la ciudad como un lugar donde uno puede hallar desahogos: en el vuelo de un ave, en una cáfila de hormigas, en las pequeñas plantas. Y, además, está la inspiración de las migraciones, que son la forma más sencilla y pura de nomadismo que jamás ha existido. Si este libro se nos hace necesario, será porque en su lectura nos reencontramos con la parte buena de nosotros mismos.

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