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El Gato con Botas dentro del Programa  Ópera joven en el Teatro López de Ayala  

Por Francisco Collado

Xavier  Montsalvatge se aproxima al mundo de la ópera después del éxito de Cinco canciones negras, su primera incursión en las vicisitudes de la voz humana. Estas obras, escritas para la soprano catalana Mercé Plantada (en realidad le había encargado una), plenas de antillanismo, que se convirtieron en su obra más celebrada y grabada por Victoria de los Ángeles, Caballé o Berganza.

El gato con botas es la primera de sus tres óperas. Montsalvatge intenta parafrasear el estilo operístico característico del XVIII. Para ello remeda los recitativos, las arias, el final feliz o los episodios de ballet, consiguiendo que esta obra se represente prácticamente todos los años, incluso en Broadway, posiblemente por su temática que se adapta a un público más joven. Se estrenó en El Liceu el 1 de enero de 1948 con libreto de Néstor Luján.

La obra está muy influenciada por el impresionismo. Pero no es esta su principal lectura, que bebe de fuentes dispares y enriquecedoras. Desde el cromatismo raveliano (sin duda basado en la lectura de L´Heure Espagnole), hasta el nacionalismo de Manuel de Falla y las referencias dieciochescas. La partitura es neoclásica y plena de efectos onomatopéyicos, que los cantantes recrean con coreográfica certeza, recreando las notas con movimientos o directamente onomatopeyas, surgiendo del cantante. Como el instante en que habla en el interior de la trompa. Montsalvatge dibujó una partitura mitad ballet, mitad ópera bufa, inspirándose en los personajes travestidos de la ópera del siglo XVIII.

Se ha aplicado una “reducción” de orquesta que, en el original, además de la sección de cuerdas completa, requiere 3 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagotes, 2 trompetas, 4 trompas, 2 trombones, tuba, arpa, piano o celesta, percusión: timbales, caja, xilófono, metalófono triángulo, platillos y gong.

Está escrita originariamente para cinco voces (mezzosoprano, soprano, tenor, barítono y bajo)

La cuerda ataca un vibrante staccato al alzar el telón. Desde la escena inicial del molinero, se aplica un leitmotiv para identificar al gato, consistente en dos rápidos glissandi ascendentes. La obertura es ligera, chispeante con ciertas reminescencias de temas infantiles.

 

Desde este inicio queda patente el dominio del personaje que tiene la mezzo tanto en lo vocal como en la expresividad corporal. Un hermoso dueto con reminescencias de opereta nos presenta el plan del astuto gato. Durante este andante ya se definen estos dos personajes con certeza.

La obra retoma el clasicismo en su segundo cuadro con ese recitativo a piano solo (calmato) que es replicado por el gato en 6/8 con la graciosa canción infantil del Señor Don Gato. A lo largo de la obra, las pinceladas irónicas y humorísticas serán notables.

En el Tercer Cuadro la melodía con añoranzas del verismo, romántica, que preludia el brusco cambio (agitato) y tras la subida del telón encontramos al barítono (Rey) a cuyo castillo llega el gato ceremoniosamente en alas de un arioso para presentarle los conejos. El rey le contesta con un recitativo cercano a la vanguardia del siglo XX por su lenguaje atonal, que se convierte en aria. A destacar el hermoso dueto de corte italiano: En vuestros ojos se asoma un blando fuego. El telón vuelve a caer con la canción de Don Gato en forma de coda.

En el Cuarto Cuadro, tras un interludio desarrollando el tema del dueto, acontece el recitativo. Llega la astuta maniobra del molinero ahogándose y la invitación al palacio del fingido marqués. La estratagema se desarrolla en un número concertante donde los cuatro personajes misturan un diálogo al modo pucciniano. La marcha real se transmuta en interludio cromático para enlazar al siguiente cuadro. La melodía se desarrolla sobre una sola nota, como un recitado.

Quinto Cuadro. Estamos ante un moderato de matiz genésica impresionista. Los acordes cambian y se oscurecen cuando nos presentan el palacio del ogro, sentado en su trono descomunal. El ogro aprovecha para hacer un manifiesto alcohólico de tono grotesco con su aria da capo, con notables efectos vocales cavernosos del barítono Manuel Torrado (Ogro), que se deja engañar por el gato para convertirse en ratón. Las diversas transformaciones del ogro son coreografiadas con imaginación y riqueza visual por la bailarina que imita los diversos animales. El vals de la Danza del Papagayo evoca aires ravelianos.

En adagietto, la Princesa y el Molinero se confiesan su amor, después se transforma en trío con la intervención del rey, en un esforzado juego de palabras que se cruzan para finalizar en “Éste hombre nos conviene a los dos”. Tras el Finale concertante llega la contradanza ceremoniosa a tempo di polonesa, los personajes se despiden saludando al gato.

Sobre las tablas queda sólo el gato. “El cuento ha acabado y mi misión también”. Después de desperezarse, los glissandi de su motivo suenan mientras la luna ilumina su sueño.

Se presenta esta obra dentro de la producción propia con la Orquesta Sem Fronteiras (0SF), formada por seis músicos portugueses y otros seis del Conservatorio Superior de Música “Bonifacio Gil”, bajo la batuta del director italiano Enrico Pagano.

La mezzosoprano Yeraldín León, encarna con solvencia y larga experiencia (debutó con este papel en el Taller de la UC DE Bogotá) la personalidad del astuto gato, componiendo instantes humorísticos con adecuada expresión corporal, desenvoltura vocal y extremada simpatía. La soprano pacense Mar Morán anda sobrada de facultades, enriqueciendo con un timbre, casi pucciniano, una ópera “aparentemente” ligera. Manuel Torrado pergeña un personaje, de tonos metálicos, que se simbiotiza en las transformaciones con la levedad de la bailarina Elena Rocha, perteneciente a Kalik Danza-Teatro y coreografiada por Cristina Silveira. Tiago Matos posee certera declamación y hermoso timbre en los recitativos (casi teatrales) y sobrada solvencia en un papel que solicita vis cómica. Gabriel Alonso es el molinero que confía en las artes del gato para su futuro.

La dirección técnica de la ópera ha corrido a cargo de Javier González Pereira. Una acertada propuesta para acercar la cultura y el mundo operístico a los más pequeños. La mistura entre danza, interpretación y canto es fluida y el empaste con la orquesta y sus onomatopeyas musicales dota de ese aroma naif y lúdico que solicita la representación del cuento infantil. Pero no nos equivoquemos, el mismo Montsalvatge en la didascalia del libreto pone énfasis en no “dar una interpretación demasiado infantil”. De hecho las estructuras musicales y vocales son cualquier cosa menos infantiles, aunque remitan, por coherencia, en determinados instantes a canciones populares se inspiren en estos.

La utilización de un maping donde se van desarrollando algunas escenas o acompañando como fondo, es de lo más acertada. Los dibujos de tono inocente y bello cromatismo, crean un clima acorde con el argumento, enriqueciendo los instantes y sirviendo de transición de sucesos.

Las actividades didácticas se han dirigido al público joven en diferentes localidades como Olivenza, Montijo, La Codosera o Llerena. El día anterior al estreno, el López de Ayala estuvo lleno de niños y jóvenes, alumnos de los distintos conservatorios. Retomar este proyecto “Ópera Joven”, después de los tiempos aciagos que hemos vivido, supone todo un acierto por parte de los promotores. Que instituciones como Diputación de Badajoz se impliquen activamente en estos proyectos culturales de base, es de agradecer. Ricardo Cabezas, Vicepresidente de la Diputación, explicó claramente estos objetivos: “Hemos producido un espectáculo de ópera (es decir, no nos hemos limitado a contratar una producción ya existente) y, complementariamente, hemos conformado un programa con un claro carácter divulgativo y pedagógico gracias a las diferentes actividades propuestas”.

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