La hija (2021), de Manuel Martín Cuenca – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Variante negra de vientres de alquiler ambientada en la serranía de Jaén, en la espectacular Sierra de Cazorla, y el paisaje como elemento indispensable de esta historia dramática que transcurre en espacios abiertos y en una casa aislada a la que se accede por una pista forestal y crece en intensidad según avanza la película. El film de Manuel Martín Cuenca, minimalista también en personajes, apenas seis, tiene en cuenta todos esos elementos y los potencia al máximo, convirtiéndose en un film de atmósferas.
Irene (Irene Virgüez), una muchacha de 15 años se escapa de un correccional, embarazada. Javier (Javier Gutiérrez), educador del centro con el que mantiene casi una relación paterno filial—constantes besos en la frente—, la refugia en su apartada casa a cambio de quedarse con la criatura que espera. Él y su mujer Adela (Patricia López Arnaiz) hace años que desean tener un hijo que no llega. Pero las cosas se tuercen cuando interviene el novio de la chica, Osmán (Sofian El Benaisatti), que sale de prisión y a toda costa desea verla, y cuando ella empieza a arrepentirse de la decisión que ha tomado.
La hija es la demostración de que con pocos elementos y personajes se puede hacer una buena película. Manuel Martín Cuenca (El Ejido, 1964) mantiene la tensión durante todo este film claustrofóbico rodado en espacios abiertos pero de difícil acceso. El paisaje, inquietante, y la nevada final son elementos a tener muy en cuenta. Las relaciones entre esos tres personajes aislados en esa apartada casa de la serranía jienense, retratada a vista de dron, al borde de un barranco y guardada por dos perros feroces (que tienen su protagonismo al final de la cinta), pasan de lo idílico a lo conflictivo a medida que se acerca la fecha del parto de esa joven marginal a la que la pareja formada por Javier y Adela acogen como si fuera una hija y más tarde la convierten en prisionera. La tensión entre las dos mujeres, que se detestan a primera vista, se masca y crece. Irene le llega a decir en privado a Javier que Adela está loca y por un momento el espectador puede pensar en la triangulación del conflicto, que Irene intente seducir a Javier, pero la historia no va por ahí, el sexo ni está ni se le espera.
Hay momentos de alta tensión narrados en tiempo real— Miguel (Juan Carlos Villanueva), el policía amigo de Javier y enfermo de cáncer, husmea en la casa porque sospecha que allí se encuentra encerrada la joven Irene —y, sobre todo, en ese final catártico y explosivo, filmado con toda crudeza, que nos hace olvidar algunos fallos del guion firmado por el propio director y Alejandro Hernández (la absurda decisión de Javier y Adela de traerse a Osmán, por ejemplo, cuando bien podían evitarlo, es un error de bulto que pesa en la historia).
El realizador de Caníbal y La flaqueza del bolchevique arrastra al espectador por este thriller que, pese a sus irregularidades y a sus gélidas interpretaciones, quizá buscadas, le deja buen sabor de boca en sus poco más de dos horas que pasan volando.