“Música”, de Pablo Martín Coble
Por Jesús Cárdenas.
El tercer libro de Pablo Martín Coble (Madrid, 1960) lleva por título Música (El sastre de Apollinaire). En él se agrupan seis secciones, las cinco primeras han resultado finalistas en distintos certámenes poéticos. El título elegido guarda relación con el hilo que cruza todas las partes: la secuencia armónica de las palabras; uno de los aspectos más destacados en los poemas reunidos en esta entrega lírica.
En Música las secciones en prosa poética despiertan la atención del lector. En la primera “Herbario” se halla una seña de identidad de todo el conjunto la capacidad del autor madrileño en atestiguar el asombro natural que influye poderosamente en la misma escritura, así leemos: “La dulzura de las plantas carnívoras, dibujada en las hojas más tristes de mi herbario”. En la quinta, “Habitación 327”, se disponen quince composiciones que transmiten tensión y emoción, constituyendo un homenaje al horror vivido por las prisioneras en los campos de concentración, cuyo abismo radica, además del dolor, en el evidente cambio de identidad: “Has cambiado de casa, olvidado el nombre de tu calle, el lugar de tu nacimiento, sigues bebiendo pero no tienes sed”. En la sexta, de título homónimo, ofrece un referente paisajístico, “aquí”, y el sujeto toma la persona del plural. Al final de su discurrir, hallamos una pieza magnífica que hacer perdurar la agudeza del sentido mientras suena de fondo los instrumentos, su ahondamiento en el instante, de cambio y permanencia, supone una novedad con respecto a las estrofas de origen japonés. El lector entiende la carga semántica en el paralelismo entre el comienzo y el final, subrayando la ineludible prolongación de lo imperecedero:
Desde este ventanuco hay cuatro formas de hacer sonar la nieve.
El chelo, con tres cuerdas, ordena las pisadas de los pájaros, el piano de teclas sumergidas resuena a cobertizo que se hunde, el clarinete olvida el color, el hambre, la vergüenza, entra la corriente por los pasillos y se templa el violín.
Aquí se hace sonar la nieve hasta el fin de los tiempos.
Mientras que el componente narrativo nos descubre un lenguaje enmarcado en diversas realidades, las tres secciones en verso discurren por senderos más íntimos. Constituidas por poemas breves la segunda y la tercera parte, llaman la atención temática y estilísticamente: el motivo urbano, el subsuelo, el campo semántico de la mirada vertical, los versos como filos cortantes organizados en forma de relampagueantes estrofas y versos, como sucede en la conclusión de “Panorama”: “Lloran porque esperar / es una herida en espirales / y jamás cicatriza”; además de la repetición de un título, “Encuentro”, con motivo de la búsqueda personal que el sujeto emprende. El mismo enlaza con la tercera sección, “Colores sin regreso”, dentro de la cual se encuentra uno de los poemas más elocuentes, “Decadencia”: “Sueña que se cae de los árboles, / le rebasan las hojas, siente vértigo, / mortal la simetría de un camino / en su punto de fuga”. En la cuarta, “La noche duplicada”, tras nueve composiciones que dilatan lo vivido y lo recordado, empleando notas atemporales, haciendo posible el tiempo presente, se nos aparece la única composición extensa sin seccionar, “Canción para regresar”, de la cual extraemos los primeros versos:
He dejado una marca de tiza en las notas agudas,
no te desorientes al llegar a la cumbre.
[…]
He dejado huecos parecidos a olvidos,
aumentan cada vez que se juntan sus pájaros
en los abrevaderos de la soledad.
Por último, la condición urbana del discurso poético de Martín Coble y su preferencia por un léxico realista logran captar los rincones de la cotidianidad y la verticalidad dotando a sus composiciones de una peculiar tensión expresiva. El lector llegará a la vertiente más inquietante de lo cotidiano recuperando algunas asociaciones propias del surrealismo. Al leer Música, comprobamos la eficacia de las evocaciones que estremecen tras las secuencias breves, en las que destacan los endecasílabos y diferentes recursos de repetición.