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Emocionado recuerdo de Almudena Grandes con «La madre de Frankenstein»: el amor en tiempos de manicomio franquista

Por Horacio Otheguy Riveira

Un shock internacional al enterarnos de la muerte de quien luchó con gran fortaleza contra un cáncer hasta que este la venció con solo 61 años. La gran escritora, entre sus últimas obras nos brindó una novela histórica genial que en su día CULTURAMAS comentó y que ahora volvemos a recordarla como el mejor homenaje posible por parte de una revista cultural a una excepcional narradora que aún preparaba muchas otras creaciones, algunas de las cuales confiamos en que se publiquen junto a la reedición de su prolífica obra.

 

 

Barbarie en el abuso de poder bajo palio franquista. Manicomio de mujeres de Ciempozuelos como eje de una serie de historias paralelas que sitúan el acoso de la dictadura entre psiquiatras de respaldo oficial, frente al revolucionario plante de un hijo de rojo que vuelve de Suiza con las manos tendidas. Además, una gran historia de amor en sus muchas fases y alternativas —como es propio de la escritora madrileña— adquiere connotaciones de fuerte resistencia a un contexto de crueldad arbitraria: «recuerda que el único poder que se admite es el de quienes ganaron la guerra».

Una obra extraordinaria por el uso afinadísimo de realidad y ficción, indagando en la profunda diferencia entre salud y enfermedad mental en un contexto político preciso. Ideología republicana de izquierdas, sin carácter mitinero, exhibiendo también las contradicciones y errores en episodios republicanos.

La madre de Frankenstein invita a convivir con ricos personajes metidos en varias bocas de lobo. De su lectura salimos conmovidos, quizás heridos, tocados pero no hundidos, felices ante la hipnótica revelación de conocimientos clave en la historia española del siglo XX al galope de una novela apasionante.

Para quien siga estos Episodios de una Guerra Interminable, este volumen es el V, penúltimo de la saga. Seguramente encontrará, como quien escribe estas páginas, una evolución libro a libro, pero para quien no haya entrado en ninguno, La madre de Frankenstein le ofrece un recorrido de inabarcable profundidad, una de esas obras geniales que podría subrayarse íntegramente o coronarse de post-its de colores, y releerse en busca de esta o aquella otra área donde situaciones históricas y ficciones se entrecruzan de tal modo que al aterrizar en el apéndice final, pueden reproducirse emociones y reflexiones, ya que allí la autora escribe largo sobre la base documental y su protagonista, el doctor Germán Velázquez, y hace un recorrido por zonas y personajes, aportando una última síntesis en la que apoyar la memoria del lector.

Obra magna en la rica densidad a que nos tiene acostumbrados Almudena Grandes, admite sorpresas y profundiza en ellas. Rinde abierto homenaje a Pérez Galdós con unos episodios muy próximos a Fortunata y Jacinta —obra leída reiteradamente por una de las protagonistas—, y algo de Víctor Hugo para acomodar su corazón de lectora en dos emblemáticos hombres de letras exigentes, dueños de una mirada social tan intensa como clarividente, expositores del pasado, el presente y los caminos que conducirían a un futuro nada prometedor, pero siempre cohabitado por resistentes que no temen los peligros de la honestidad, la solidaridad y la valentía de amar en inclementes mareas.

«No os preocupéis por nosotros. Solo somos locos». Óleo de Víctor Solana, 2010.

Hay, desde luego, una gran historia de amor que se teje poco a poco en torno a la inquietante existencia en una sociedad abrumada por la tiranía nacional-católica: [En 1939 en Madrid] El silencio se había convertido en un ruido atronador, insoportable, más estridente que las sirenas que alertaban de los bombardeos, más bronco que las consignas de los manifestantes, más ominoso que el estrépito de los motores de los cazas enemigos.

En realidad todo empieza en 1933, cuando un niño de 13 años, hijo de un eximio psiquiatra, ve por casualidad a un hombre abatido junto a una mujer muy altiva. Ella es el eje sobre el que gira toda la obra que entrará, paso a paso, en circunstancias de los años 50: Aurora Rodríguez Carballeira, orgullosa de haber asesinado a su hija Hildegart: Maté a mi hija, sí, porque estaba en mi derecho, era un boceto defectuoso y  yo, como su autora, comprendí que no había alcanzado la perfección que esperaba.

Obra de Henrik Uldalen. Corea del Sur, 1986.

Condenada a vivir en el manicomio de Ciempozuelos, Madrid, sobrevive en una confortable habitación con un piano que toca a diario y una auxiliar de enfermería, hija de jardineros del hospital, que le lee en voz alta, ya que está perdiendo la vista. Tal el personaje que adquiere en manos de esta novelista ejemplar, en realidad una poliédrica novelista con sorprendente capacidad para hilvanar episodios reales con inventados, seres históricos que aquí adquieren notable vigor junto a nuevos que reconfortan la caza y captura propia del lector ávido, página a página, de los avatares de sus personajes sumergidos en historias cruzadas que no pierden el hilo, permitiéndose libertades estilísticas muy logradas, como los encuentros entre la aparentemente ingenua María, «esa mosquita muerta» para la paranoica doña Aurora, y el reposado psiquiatra que la escucha.

La escucha tanto que ella no puede parar de hablar, nadie le ha prestado atención, ante su atenta escucha deja de ser una mujer «invisible» en una sociedad de señoras y chachas, de piadosas decentes y perdidas solitarias; algo empieza a cambiar en una veinteañera que sale en verano «con una rebeca finita para no ir enseñando los brazos por la calle». El psiquiatra Germán Velázquez Martín la mira y presta atención en todo cuanto dice, como si paseara por su voz, sus inquietudes… Largas descripciones de su vida, dentro y fuera del manicomio, se ven mechadas de monólogos interiores cargados de pesares y sentimientos de culpa.

El doctor Velázquez Martín, hijo de un condenado por rojo, estudia y trabaja en Neuchatel, Suiza, protegido por una familia judía-alemana, refugiada de la locura nazi. Con ese pasado a cuestas, callado y sabio oidor de penas ajenas, Germán atiende y María habla, ¡al fin!, para otro y para sí misma. Lo que crece entre ambos es de una poderosa sutileza que se verá impactada por un recuerdo.

Si ella adquiere visibilidad, él de pronto comprende que ya no puede ser solo un profesional que escucha a una subalterna («España no es Suiza. Aquí, los médicos no salen con las auxiliares de enfermería. Así, solo se acuestan con ellas y les arruinan la vida»). La clave de sus nuevas emociones sucede en medio de un domingo en el que descubre a sus 35 años el aroma y el sabor inconfundibles del amor a través de un recuerdo de infancia:

María Castejón era una yema batida con azúcar, un prodigio difícil, dulcísimo y extraño. A eso sabían sus palabras, aquellas historias pequeñas, tan insignificantes en apariencia, que habían tenido el poder de levantar sobre un sofá los muros de un castillo invisible, poderoso, con los ladrillos transparentes de una flamante intimidad.

Así, el potente amor expande sus alas con miedo a su desaparición si lograra corporizarse, montado en el vértigo del deseo y las muchas frustraciones en un ambiente hostil, y además la capacidad de ensueño, ese raro lugar donde la fantasía a menudo se estrella contra el muro de la realidad.

Mientras tanto, la aparición en España del primer psicofármaco suizo, capaz de alterar positivamente los brotes terribles de diversas psicosis, la Clorpromazina, se abre camino en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos, en gran medida gracias a la colaboración de Belén, una monja abierta y resolutiva que se opone a la obsesión de la Iglesia de no dejar entrar a la ciencia en los designios divinos.

 

La aparición de la clorpromazina, el primer antipsicótico fenotiazínico disponible en el arsenal terapéutico, hace ahora medio siglo, representó sin duda una revolución paradigmática en el seno de la psiquiatría, cargada aún entonces de reminiscencias psicoanalíticas y prejuicios «mitológicos» atávicos, y al mismo tiempo fue la antesala para la eclosión de un campo de investigación apasionante y virgen, la psicofarmacología, que se convirtió así en un punto de encuentro interdisciplinar donde convergieron los intereses epistemológicos y heurísticos de psiquiatras de orientación clínica, farmacólogos experimentales e investigadores básicos, atraídos por la química orgánica, la bioquímica cerebral y la neurofisiología. http://sanipe.es/OJS/index.php/RESP/article/view/234/516: LA CLORPROMAZINA Y LA NUEVA PSIQUIATRÍA BIOLÓGICA (2002)

A lo largo del libro se entretejen informes y emociones que habrán de convivir con una narración de frenético impulso para ser leída como una novela de aventuras donde una sociedad de posguerra desnuda sus vicios y agonías, frente a gente que es capaz de dar la vida para hacer posible otra existencia en la frontera temeraria de la salud y la enfermedad mental, la honestidad, la locura y la indecencia de los que detentan el poder sin escrúpulos, bajo la protectora hipocresía de una clase dirigente de misa entre días de terror y odio.

«Aurora Rodríguez Carballeira, la interna más famosa del manicomio femenino de Ciempozuelos, la mujer rica, de buena familia, muy culta, muy inteligente, muy progresista, muy feminista, muy bien relacionada, que el 9 de junio de 1933 disparó cuatro veces a su hija Hildegart, reivindicando su «derecho a destruirla, igual que un escultor destruye un boceto que no le satisface».
Antonio Vallejo Nájera (1889-1960), máxima autoridad del área de salud mental en el bando franquista durante la guerra. Consideró que la gente de izquierdas padecía una enfermedad mental que había que atacar con dureza.

 

Juan José López Ibor (1908-1991):

«En el Congreso Médico de San Remo, celebrado en marzo de 1973, López Ibor dijo: «Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención quirúrgica en el lóbulo inferior del cerebro presenta, es cierto, trastornos en la memoria y en la vista, pero se muestra más ligeramente atraído por las mujeres». Al investigar un poco más, descubrí que esta cita, que se comenta sola, había sido reproducida en 2007 en un reportaje de la revista Interviú, y recogida después, en 2015, en un artículo publicado en Jot Down».

 

 

EPISODIOS DE UNA GUERRA INTERMINABLE

Si he querido llamarlas «Episodios» ha sido para vincularlas, más allá del tiempo y de mis limitaciones, a los «Episodios Nacionales» de don Benito Pérez Galdós, que para mí es, como he declarado en muchas ocasiones, el otro gran novelista -después de Cervantes- de la literatura española de todos los tiempos.

I. Inés y la alegría. El Ejército de la Unión Nacional Española y la invasión del valle de Arán. (2010, Tusquets)

II. El lector de Julio Verne. La guerrilla de Cencerro y el Trienio del Terror. (2012, Tusquets)

III. Las tres bodas de Manolita. El cura de Porlier, el Patronato de Redención de Penas y el nacimiento de la resistencia clandestina contra el franquismo. (2014, Tusquets)

IV. Los pacientes del doctor García. El fin de la esperanza y la red de evasión de jerarcas nazis dirigida por Clara Stauffer. (2017, Tusquets)

V. La madre de Frankenstein. Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica.

VI. Mariano en el Bidasoa. [AÚN INÉDITA] Los topos de larga duración, la emigración económica interior y los 25 años de paz.

One thought on “Emocionado recuerdo de Almudena Grandes con «La madre de Frankenstein»: el amor en tiempos de manicomio franquista

  • Adiós Almudena. Te echaremos mucho de menos

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