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Los libros de la isla desierta: ‘Rayuela’, de Julio Cortázar

ÓSCAR HERNÁNDEZ – CAMPANO.

La edición que propongo para esta lectura –y que yo mismo he leído– viene prologada por un largo y exhaustivo análisis de Rayuela escrito por Andrés Amorós. En este centenar de páginas, además de en las muchas y profusas notas que jalonan los capítulos de la novela, se disecciona la obra cumbre del escritor argentino. Así que esta humilde reseña pretende, sencillamente, explicar qué opino yo sobre este libro.

Comenzaré diciendo que me he arrepentido de haber esperado tanto para sumergirme en este universo literario, aunque al mismo tiempo, creo que he disfrutado más y mejor de esta primera vez a mis taytantos años que si lo hubiera leído con veinte, por ejemplo. Rayuela, publicada en 1963, suele ubicarse en el llamado boom latinoamericano, movimiento generacional, escuela literaria o moda publicitaria de la industria del libro a la que pertenecen algunos premios Nobel y otros que, sin lograr ese galardón, lo merecieron tal vez más.

Julio Cortázar (1914-1984), autor de novelas, relatos y traducciones, propietario de una vasta cultura literaria, musical y artística, escribió este monumento literario que se titula como el juego infantil al que todos, en los recreos de nuestra niñez, hemos jugado alguna vez. Esa escalera horizontal de casillas que ascienden hasta un cielo prometido al que se llega –o no– en función de la suerte, la pericia o el azar. Como la vida misma. Sin embargo, Cortázar no quería escribir una ficción en la que siguiéramos las peripecias de Horacio Oliveira en el París de mediados de los años 50, sus amores y desamores con la Maga –divina, evocadora, sugerente–, sus debates con los amigos del club y su regreso a Buenos Aires para formar ese extraño y onírico triángulo con Talita y Traveler. La historia, así, es una más. El genio de Cortázar, influenciado seguro por la Nouveau Roman de Robbe-Grillet, que deconstruyó la novela clásica y académica para centrarse en la forma, en la experimentación con la manera de escribir, con el lenguaje mismo –y que otros grandes exploraron: Proust, Kafka, Joyce, Faulkner, Dos Passos…–, le dio una vuelta de tuerca al cómo y nos regalo un libro que son muchos libros; una novela que se puede leer de muchas maneras, que se puede consultar y disfrutar porque aspira a ser un libro único, el libro total, la experiencia literaria absoluta.

El propio autor propone dos maneras de leer Rayuela en su nota introductoria: la primera, para quienes desconfíen de experimentos y no quieran aventurarse en la propuesta real del autor, consiste en empezar por el capítulo 1 y leer en orden hasta el 55 inclusive. Ahí, afirma Cortázar, se termina la novela y el lector puede obviar los casi cien capítulos restantes. Lo esencial para contar una historia más o menos clásica está narrado. No obstante, añade el autor, hay otra manera de leer Rayuela, y para eso expone un listado de los capítulos y el orden como debe hacerse. Cada capítulo, además, indica al final del mismo cuál debe leerse a continuación, como un gran mapa literario que lleva al lector adelante y atrás, en ese universo que es Rayuela. Esa es la forma que el escritor ideó, ese es el producto de su genio. Pero es que, además, Rayuela permite leerse de cualquier otra forma; es posible abrir el libro por cualquier página y emprender el viaje, soñar y aprender, dejarse llevar de la mano del demiurgo argentino. La novela es como la vida, se llega a ella y se abandona como de un tren en marcha. El intervalo –nuestra vida– es el fragmento que podemos conocer y disfrutar. Y en ese periplo, saltando de casilla en casilla de la rayuela de la existencia, tal vez, si hay suerte, pericia y encontramos excelente compañía, podamos completar el juego, alcanzar la última casilla, el cielo, el kibbutz o el Nirvana.

Un libro como Rayuela no puede leerse solo una vez, por eso se viene conmigo a la isla desierta, donde saltaré de capítulo en capítulo como en las casillas dibujadas con tiza de colores de la rayuela.

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