La Piquer, Rafael de León y Federico García Lorca cantan y sufren «En tierra extraña»
Por Horacio Otheguy Riveira
Los tres ases de los años treinta resucitan seguramente muy a gusto, ya que les encantaría encontrarse en el Español en 2021 así de representados por tres intérpretes tan profesionales en un musical español que tiene antecedentes más cinematográficos que teatrales, como Las cosas del querer de Jaime Chávarri (tanto éxito tuvo que hubo segunda parte), una película en torno a Miguel de Molina, mientras que esta pieza sale al ruedo en torno a una diva con todos los pecados nacionales encima: la clásica mujer del hambre y la miseria hecha a sí misma, convertida en un ordeno y mando áspero, figura reaccionaria por antonomasia de la España que cree que todo es igual menos su egocentrismo anti-republicano, por parte de quien se acomodará en la confortable verborrea de la dictadura.
Este espectáculo empieza muy bien, con una lenta subida de telón para sorprenderla ensayando Tatuaje con el autor al piano. Mientras van repitiendo estrofas y añadiendo otras se deslizan datos sobre la vida de ella, «la otra» en una relación sentimental que mucho le importa. La escena, aunque larga y reiterativa, tiene interés, muy bien interpretada, a tal punto que podemos olvidar las licencias del dramaturgo, ya que en los hechos reales la diva ensaya Tatuaje en julio de 1936 pero la estrenará con enorme éxito en 1941, en el apogeo del régimen. Una canción, por otra parte, que aquí se presenta como de Rafael de León, pero que en realidad fue coautor con Xandro Valerio y el maestro Manuel Quiroga responsable de la música. Una libertad de invención que beneficia la introducción —casi una obertura— a lo que será un musical muy ligero que quiere ser trascendente. Y no lo consigue.
Piquer y León ensayan Tatuaje y esperan a Federico, al que ella quiere conocer para pedirle canciones y anunciarle un peligro. Un reencuentro por todo lo alto, muy prometedor, uniendo en este caso datos biográficos con alteraciones sustanciales de los hechos posibles en todo el desarrollo.
Estos formidables personajes tienen una primera parte desenfadada muy bien resuelta pero a mitad del repertorio se les acaba la alegría porque ya puestos a expresar emociones más profundas son embarcados en un melodrama convencional muy pobre.
La alegría de su ligereza es muy brillante en largo recorrido con sobresaliente actuación de Avelino Piedad como Rafael de León, al frente del piano, intérprete de muchos recursos y buen cantante; a su lado, Alejandro Vera es un Federico espléndido, que también toca el piano y canta muy bien y entre ambos se marcan un juego divertido de alto cabaret subrayando con gran sentido del humor su atracción por el mismo sexo, lo gay de sus inclinaciones, excesivamente mencionado por Doña Concha que no cesa de decirles con sorna o ternura maternal que son mariquitas con cosas de mariquitas. Y aquí es donde la obra empieza a flaquear, porque de la alegría desbordante se pasa a una coda mal resuelta de profundo dramatismo tras el suceso de un crimen en Madrid que abriría las compuertas de la guerra civil.
Los actores y la diva funcionan bajo una dirección muy eficaz, pero el texto es insuficiente o muy torpe con mayores aciertos para los matices de Rafael de León, ya que la Piquer se muestra muy plana, siempre igual, hasta dar con una inverosímil figura final todo-corazón, y Federico acaba aburriendo al hablar como si versificara en todo momento, recurriendo a frases de algunas de sus obras. Y en todo el desarrollo se echa de menos mayor profundidad, nuevas visiones sobre estas personalidades tan interesantes de nuestra cultura que vienen del más allá con gran entusiasmo, pero al marcharse nos dejan con muy pocos aportes, con nulas revelaciones de su carácter y escasa imaginación por parte de los autores, además de pasar de puntillas por acontecimientos históricos importantes, como el asesinato del teniente republicano José Castillo en Madrid, previo al del derechista Calvo Sotelo, prólogos de la guerra civil o la prisión del 38 al 39 para Rafael, acusado de alta traición; también la propia vida de Concha es contada por ella misma de prisa y corriendo en un cuadro musical muy poco interesante.
Diana Navarro canta de maravilla y el homenaje al repertorio de la época funciona. Es su debut teatral y en este sentido es muy bueno, pero su personaje apenas está delineado, acentuado el divismo antipático de su Concha Piquer, tal y como se ha comentado a lo largo del tiempo. Cuando se humaniza en el tramo final, carece del proceso que lo haga creíble. La emoción «lorquiana» en que aparece envuelta llega caída del cielo. Un cielo que merecía mejor suerte, o mejor dicho, mayor elaboración dramática para aprovechar al máximo la osadía de interpretar personajes con tanta historia; se les ha ofrecido una comedia ligera con amenaza de una tragedia que no llega a producirse más que de boquilla. Además de un epílogo mal resuelto musicalmente (abrumadora orquesta grabada con la que Diana parece perdida) y escénicamente demasiado fiel, en su dramático triunfalismo, a las películas dedicadas a las divas de la canción española.
En definitiva, un ejercicio actoral de primera dentro de una divertida comedia musical que pierde enjundia al volverse melodrama propio del mundo de la copla. Un desenlace muy por debajo de la riqueza histórica de sus personajes.
Idea original: José María Cámara y Juan Carlos Rubio
Libreto y dirección: Juan Carlos Rubio
Dirección musical: Julio Awad
Con: Diana Navarro, Alejandro Vera y Avelino Piedad
Diseño de iluminación: Paloma Parra
Diseño de escenografía: Estudiodedos Curt Allen Wilmer (AAPEE) y Leticia Gañán
Diseño de vestuario: Ana Llena
Diseño de caracterización: Chema Noci
Diseño de sonido: Javier Isequilla
Coreografía: José Antonio Torres
Ayudante de dirección: Marisa Pino
Una coproducción de SOM Produce y Teatro Español
Fotografías: César Cámara, Javier Naval