Viajes y libros

‘Detendrán mi río’, de Virginia Mendoza

Detendrán mi río

Virginia Mendoza

Libros del K.O.

Madrid, 2021

150 páginas

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

No es posible volar y permanecer en el suelo. Suele fracasar ese empeño de la mayoría de los buenos padres, que consiste en darles a sus hijos alas y raíces a un mismo tiempo. Y, sin embargo, aprendemos a partir, que de no ser porque supone despedirse, no sería un gran trastorno. No deja de ser otro acto de supervivencia, de adaptación, como lo es el de encontrar un hueco, allí donde vayas, para echar nuevas raíces. Aun así, seguiremos echando de menos, porque la estética de la melancolía es parte inevitable en cualquier ser que sepa que las células del cuerpo saben cosas que la inteligencia ignora. Esta estética de la melancolía puede tomar la forma de tristeza, que como todo lo que se cura llorando puede ser una terapia, o del pesimismo patológico, ese que impide crecer y nos empujará a una caída moral, reaccionaria en el sentido en que es reaccionaria la idea de que las cosas estaban mejor antes que ahora. Equilibrar la idea de melancolía, conservando lo mejor del pasado e intentando que no se deteriore lo que merece ser conservado del presente, con la de progreso, no renunciando a las ciencias que nos han dado protección, salud, comida y techo, ha sido uno de los principios que han regido las consecuencias sociales de las revueltas juveniles, desde mayo del 66 al 15.M. Sirva como ejemplo la protección ambiental o la lucha contra cualquier forma de etnocidio, tanto de sangre como económico.

En esta línea ética es como puede leerse esta crónica de Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987), en la que recrea los últimos días de un pueblo que se sumergirá bajo las aguas en uno de esos proyectos faraónicos que inauguró Franco. Se nos decía que se trataba de otra forma de avance, de un futuro mejor, de dejar atrás ese país de cesantes y mendigos galdosianos mientras se reivindicaban Los episodios nacionales en las escuelas. Pero no existe otro país que no sea el de la suma de almas y al hablar de una de ellas estaremos hablando de la posibilidad de ampliar el conocimiento a todas. Así es como ha funcionado la parte de condición humana que se representa en las novelas, y esta crónica, Detendrán mi río, se lee, por esa misma razón, como una novela durante tres cuartas partes de la obra. Nos importa la suerte de Mercedes, la anciana a la que Virginia Mendoza entrevista y a cuya vida asistimos, como nos importaría la de cualquiera de nuestros amigos. Hay un tono de lamento en la crónica, pues nos habla de la imposibilidad del retorno y las alas como una imposición: nos habla de emigrantes y del tema esencial de la inmigración, que es la imposibilidad de volver a tener una patria, en el sentido en que sentimos el concepto de patria en la infancia: el lugar donde fuimos felices jugando.

Se lamenta, sí, la desaparición de Caspe bajo las aguas del Ebro. Pero no se lamenta con rabia, porque el estilo directo de la crónica nos ayuda a sentir que lo que fue bueno puede seguir siéndolo en la memoria, al tiempo que nos permite reconocer otras cosas buenas en el presente. De ese calado es la reflexión moral que se esconde en este libro. Y, mientras tanto, un gran barco parte de Estados Unidos en dirección a Europa, un buque que será torpedeado y hundido por el ejército alemán, lo que dará pie a que Estados Unidos se implique en la Primera Guerra Mundial. Al lado de esa conflagración, de esos millones de muertos, ¿qué supone la desaparición de un pueblo aragonés? Pero ese es tema para un ensayo, no para una crónica humana. Todos sabemos que la literatura nos demuestra que a partir de la figura de un panadero honrado se puede levantar una gran nación.

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