‘El discreto encanto de la vida conyugal’, de Douglas Kennedy

IRENE MUÑOZ SERRULLA.

La verdad es que Douglas Kennedy ya me conquistó con Isabelle por la tarde, y ahora El discreto encanto de la vida conyugal no me ha defraudado lo más mínimo. El ritmo de la narración me ha resultado más ligero, en cuanto a rapidez, seguramente porque la protagonista está en otro momento de su vida, más maduro que el protagonista de Isabelle, quizá porque sea una historia algo menos oscura que aquella, porque aquí Hannah parece estar menos atormentada o afrontar su pasado de diferente forma.

Kennedy nos lleva al pasado de Hannah para ponernos en situación y presentarnos a sus padres (la madre merece un libro para ella sola), para justificar su forma de ser, narrar su noviazgo, los primeros momentos del matrimonio, explicarnos los sentimientos que le genera la maternidad. Nos trae al presente para contarnos cómo ha madurado, cómo es la relación con sus hijos, con su marido, con sus padres, con sus amigos (los de siempre y los nuevos, ¡ay los nuevos!). Y para llevarnos y traernos por el tiempo nos explica cómo algunos actos de ayer afectan a su vida de hoy (y, ¡caray!, qué mal cuando te cruzas con mala gente en tu vida).

Vuelve a tratar temas de actualidad, eternos, y que fácilmente nos tocan: la relación dentro del matrimonio y con los satélites (hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo…); la decisión de Hannah de desarrollarse profesionalmente y conseguir una independencia que le reporta seguridad, fuerza y empuje para seguir caminando; la educación de los hijos (telita); la enfermedad. Si te paras a pensar sobre esta lectura descubres que los temas se tocan de forma cruda y bastante real, ya sabemos que hay que llevar al extremo algunas situaciones para despertar la atención del lector, pero al margen de eso, el tratamiento es incluso descarnado aunque lo disimule con actitudes irónicas unas veces, y otras con falta de actitud. Destaca también cómo con pocos personajes puede presentar tantas formas diferentes de encarar la vida personal, familiar y profesional.

Decía que la madre de Hannah merece un libro dedicado a ella. Sí. Una artista que vive altos y bajos y estos repercuten en su equilibrio mental; una mujer que vive altos y bajos en su vida de pareja y estos repercuten en su equilibrio mental. Pero sale de todo gracias a una cualidad muy atractiva: es perversa. Kennedy presenta su perversidad de manera jocosa, o eso me ha parecido a mí, porque ¿de qué otra forma podía salvar a estar mujer? Pero lo cierto es que su relación con Hannah roza la crueldad. Amparándose en eso de que quien bien te quiere te hará llorar, Hannah sufre, y mucho, en la relación con su madre, y es su buen corazón (porque Hannah es una persona buena, no quepa duda) y el respeto hacia las figuras paternas lo que le impiden romper la relación con su madre cada vez que el lector pide a gritos que lo haga.

No nombro aquí a ningún personaje más que ha Hannah, solo los vínculos con Hannah, porque creo que este libro es por ella y para ella. No hay que dudar que el protagonismo es suyo. El resto de personajes están porque si no la narración podría haber sido menos vivaracha, traviesa incluso. Le doy un margen, más amplio ahora con el reposo de la lectura, de protagonismo a su amiga de la juventud que acompaña cada fase de la vida de Hannah y le sirve de hombro para llorar y de noche de copas para reír, es la mejor coprotagonista en la sombra que se podría tener en una vida de ficción y también en una real.

Un libro que merece que le regalen muchos tiempos de lectura.

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