La humanidad condesada en un pequeño castillo de arena
Peeters y Lévy han logrado crear una hermosa y trágica metáfora del mundo de la vida. Un discurrir por la corporalidad y la construcción emocional del mundo.
Las distopías suelen estar vinculadas a los mundos tecnológicos futuros donde se produce una ruptura del orden social tradicional. Ahora bien, creo que no sería descabellado hablar de distopía cuando hablamos de una subversión del mundo sin más. Eso es Castillo de arena (Astiberri), una historia centrada en una realidad paradójica, pero contextualizada en un entorno muy realista y convencional: una playa.
En este lugar se dan cita un grupo de personas que van a disfrutar de su ocio, tal y como hacemos muchos de nosotros cuando el tiempo acompaña. Pues bien, en este lugar comienzan a suceder cosas un tanto extrañas. Una de ellas es la aparición de una mujer muerta que hace que algunos sospechen de un voyeur de origen argelino. A partir de ahí comienzan a comprobar que la realidad no es la convencional. El tiempo no se ajusta a los parámetros que conocemos y transita a una velocidad inusitada.
Este hecho genera una realidad alternativa francamente interesante. Las decisiones por las que cada uno va optando tienen efectos muy rápidos, casi inmediatos. Lo cual obliga a que las personas afectadas tengan que tener un proceso de adaptación extremadamente rápido. Ante eso parece que las pulsiones humanas se exacerban, que las opciones vitales se acortan. Incluso la religiosidad parece que queda en un segundo plano fruto de la inmensa importancia que adquiere el devenir del tiempo. El mundo, ante semejante hipertrofia de la rapidez, paradójicamente, se hace extremadamente pequeño; como si cupiese en un cubo de playa.
Esta obra podría ser entendida como una metáfora del mundo actual y del tiempo social que nos ha tocado vivir y que, a su vez, hemos decidido construir. Un entorno tan acelerado que apenas nos queda tiempo para vivir y disfrutar del mundo de la vida. Posiblemente esto pueda ser una sobreinterpretación de la obra, desde luego, pero es la impresión que he tenido al adentrarme en sus páginas.
La narración escrita está tan bien construida que la obra fluye con gran soltura, mostrando la complejidad inherente a través de un discurso sencillo y profundo. Tanto es así que incluso nos encontramos con una especie de René Descartes entre sus viñetas. Además, logra conjugar la fragilidad corporal, con las pasiones más propias de nuestra animalidad. Todo ello unido a ciertos elementos narrativos sobre la migración, sobre el machismo, la ignorancia humana, la libertad y la esclavitud del mundo.
Por otro lado, estamos ante una narración visual clásica. La obra es en blanco y negro, sin grandes alardes de virtuosismo, pero con gran capacidad expresiva. El juego con el negro logra mostrar la intensidad necesaria sin entrar en detalles. Así mismo, el juego del naturalismo resulta también brillante y eficaz. Un ejemplo de que desde la humildad se puede lograr transmitir.
En definitiva, estamos antes una obra de gran calidad y profundidad. De hecho, como informamos hace tiempo, la asociación de críticos y divulgadores de cómics de España, la consideran como una de esas obras esenciales. No me extraña que Astiberri pueda decir, orgullosamente, que ya ha alcanzado la cuarta edición. No puedes dejarla escapar.
Por Juan R. Coca