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Billy (2020), de Max Lemcke – Crítica

Por José Luis Muñoz.

Hay películas que deberían proyectarse en los centros de enseñanza por su didactismo además de en las salas de cine. Billy, el documental en régimen de crowdfunding de Max Lemcke (Madrid, 1967), director de Casual Day (2008) y Cinco metros cuadrados (2011), que no es un western sobre el legendario bandido, aunque a lo largo de él se inserten unos cuantos fragmentos de spaghetti westerns y hasta alguna animación sorprendente, es una de ellas. Pero, ¿cómo se va a pasar este film entre muchachos de 14 a 16 años si jamás llegan, en su materia de historia, a la guerra civil, muchos de ellos desconocen que hubo una dictadura sangrienta y, para postre, se les quita la filosofía de los planes de estudio? ¡País!

Billy es un documental sobre el sanguinario sicario de la Brigada Político Social Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, que se destacó por la crueldad y saña empleada con los detenidos y medró en las postrimerías del franquismo, durante lo que se ha llamado la dictablanda, aunque hay que recordar, y el documental así lo hace, que el régimen franquista murió matando: los dos fusilados de ETA, los 3 del FRAP y el anarquista Salvador Puig Antich dieron fe de ello. Ese policía nefasto, encausado por una jueza argentina para vergüenza nuestra, murió en plena pandemia del Covid sin rendir cuentas ante la justicia. Tampoco se habría prestado a aparecer en el documental.

El documento de Max Lemcke no es una película sobre el torturador fascista sino sobre sus víctimas. El director madrileño recoge testimonios de los que pasaron por sus manos, mayoritariamente miembros de la extrema izquierda vinculados al FRAP y al GRAPO, que nos cuentan las atrocidades sufridas por ese siniestro torturador y las secuelas que aún padecen después de tantos años. No hay ánimo de venganza en ninguno de los testimonios sino dar fe de un pasado reciente que debe recordarse para no repetir la historia y para que se les caiga la cara de vergüenza a los que intentan blanquear ese periodo oscuro.

Con una economía de medios encomiable, oportunas imágenes de archivo, sin aspavientos ni subrayados, Max Lemcke rueda las entrevistas en escenarios desnudos o en las propias viviendas de los supervivientes de esas prácticas que perduraron con el advenimiento de la democracia y no se depuraron gracias a los pactos de la Transición. Se enfrentan a la cámara Lidia Falcón, Alberto Alonso López, Gustavo Catalán, Flor Baena, José Manuel Sánchez, Lorenzo Castro y Chato Galante, que falleció finalizado el rodaje, entre otros, pero también Pablo Iglesias, Paco Lobatón, Alfonso Guerra, y se recogen declaraciones del ex ministro de interior, cuando actuaba Billy El Niño, Rodolfo Martín Villa, imputado por la jueza argentina María Servini, que también aparece en el documental. Detallan las víctimas, en sus escalofriantes testimonios, la vesania y crueldad de ese policía pequeñajo, poquita cosa, lo definen, que se jactaba de su apodo para, a continuación, propinarles palizas con patadas, puñetazos y golpes de karate, los colgaba de tuberías del techo, sin ropa, para seguirles golpeando, o les aplicaba el submarino. Algunos hablaron, y todavía se arrepienten y arrastran un complejo de culpa; otros resistieron el martirio y se sienten orgullosos de ello, de no haber flaqueado y haber mantenido la dignidad ante semejante personaje.

A título póstumo, el Congreso de los Diputados retiró las medallas al mérito policial a Antonio González Pacheco, pero sus víctimas no han recibido compensación alguna por parte de un estado que los secuestró y torturó de forma infame. Billy es un recordatorio.

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