El conflicto creativo entre el humor y la locura
Cuando nos acercamos a determinados cómics centrados en personajes demenciados, parece que el punto intermedio entre el humor y la locura es difícil de ajustar. En la historia del noveno arte existen diferentes ejemplos que nos muestran la dificultad de ajustar este límite para no caer en una caricatura humorística o en una visión trágica de la demencia.
Hoy nos vamos a centrar en dos ejemplos provenientes del universo DC: Harley Quinn y, como no podría ser de otra manera, El Joker. Antes de seguir, conviene aclarar que no hablaremos de ninguna película, solamente nos centraremos en los cómics. Pues bien, en algunas de las últimas historias publicadas por la editorial, se representa a Harley Quinn como una divertida joven enloquecida y (en ocasiones) superficial. Joker, en cambio, se ha convertido en uno de los paradigmas actuales del asesino despiadado. Dos evoluciones de estos personajes cuyo ámbito narrativo es muy próximo.
Ahora bien, estos personajes han tenido diferentes versiones fruto de este conflicto creativo del que estamos hablando. Este conflicto nace de la vinculación entre lo trágico y lo cómico. En este sentido, la tragedia ha sido definida como una situación del ser humano que supone una ausencia de respuesta posible. Por ello, cuando algo trágico sucede nos conmueve profundamente, debido a la ausencia (inicial) de alternativas. En cierto modo, parece ser una imposición sobrevenida. En cambio, cuando nos encontramos con conflictos o con problemas que sí tienen alternativas, encuentra cabida el humor. En este sentido, Friedrich Georg Jünger en su libro sobre el humor nos planteaba esta situación. Supongamos que alguien que se quiere suicidar se confunde de frasco e ingiere un narcótico, parece probable que esta confusión pueda generar risa. Al fin y al cabo, la risa supone la separación, la distancia de aquello que, en principio, pudiera ser percibido como doloroso.
El problema lo tenemos cuando el límite entre lo trágico (la locura) y lo humorístico, no se logra mantener. En este sentido, por ejemplo, resulta notorio comprobar que una buena parte de las narraciones sobre Harley Quinn han terminado siendo una caricatura de ella misma. Por ejemplo, Mirka Andolfo en su historia “Víctima de la moda”, la convierte en un personaje que parece adicta a las compras. Tim Seely en su “¿Quién es esa?” la transforma en una rapera un tanto superficial. Todo ello lejos de esa visión más profunda planteada por Dini, su creador, en Amor loco. Al fin y al cabo, la historia de la doctora Quinzel es la de una mujer que opta por ese camino. Aquí no hay tragedia. Quizás esa es la razón para convertir al personaje en algo más risible y superficial. En cambio, en la obra iniciática de Dini, y en otras posteriores del mismo autor, la delimitación entre la narración de la enfermedad mental y la narración humorística está más clara. Se evita este mezcla en la que se hace risa de lo trágico convirtiendo a la enfermedad en algo risible.
El ejemplo de El Joker camina por otra senda. Este es un personaje claramente paradójico. En Detective comics número 168 se nos muestra como el propio Joker opta por introducirse en una cubeta de residuos tóxicos. Lo cual le generó su particular apariencia y su locura. Ahora bien, en otras historias posteriores como las de Green y Kreisberg titulada “Primera sangre” o la famosa “La broma asesina” de Alan Moore, tienen un carácter más accidental y, por lo tanto, más trágico. Es ahí, en la inevitabilidad, donde emerge el carácter más atrayente del personaje. Esto condujo al Joker por un camino cada vez más profundo, llegando a ser identificado como la contraparte de Batman e incluso, tal y como hizo Snyder, con una especie de deidad telúrica. Lejos queda esa intención un tanto absurda (y próxima al camino que está recorriendo Harley Quinn) mostrada en “Joker: Quien ríe el último”.
Nos encontramos, entonces, con dos caminos diferentes. Sabremos con el tiempo si el camino de Quinn seguirá al de su exnovio o, al contrario, mantendrá ese enfoque más jocoso y adolescente en el que se encuentra ahora.
Por Juan R. Coca