Seguir dudando: el diálogo aforístico de Trullo y Trull

Elena Marqués.- Siempre he presumido de buen oído. De pequeña (y no tan pequeña), disfrutaba entonando zarzuelas (mi madre sigue conservando algunos libretos, con los que yo me desplazaba por la casa como una profesional del grito), y no digamos en aquellos innumerables y eternos ensayos del coro en el que cantaba con más entusiasmo que acierto. Cuando mis hijas empezaron a estudiar música, yo lo celebré mucho, y quise acompañarlas en su batalla contra su particular lenguaje, y enseguida percibía cada nota mal dada y se lo indicaba arrugando la nariz como una experta en humos. Sin embargo, no he sido capaz de distinguir las ¿dos? voces diferentes que firman este pequeño tesoro de aforismos titulado Nunca se sabe, a cargo del crítico, estudioso y editor José Luis Trullo y su heterónimo Félix Trull, autor, entre otros, de La lección de Pulgarcito. Será porque, como buenos dialogantes (a ese sano ejercicio, también en su variante solitaria, dedica el apartado «Aforismos para besugos»), como mejores condensadores de la tradición aforística y como poseedores de una vasta cultura que, no obstante, se parapeta en la sencillez y la buena digestión de lo leído, son capaces de escucharse el uno al otro, respetar opiniones y asumir como propios pensamientos incluso contradictorios gracias a esa humildad que acompaña, como una sombra benéfica, a la duda con la que se abre el libro. Será porque, como explicaba y sentía Borges, en sus palabras resuenan, tal que un eco, las de una larga tradición literaria, aforística y vital de la que todos, más o menos, bebemos. Será porque «Incluso en el monólogo más absorto subsiste un número de voces rebullendo».

Desde luego, se percibe a la legua el estudio y reflexión que hay tras este libro. Ambos se revelan no solo en torno a los 18 núcleos que, estructurados en dos bloques bien equilibrados («Aforismos tecleados», «Aforismos manuscritos»), componen la obra, y que se reflejan en sus correspondientes subtítulos de aire clásico y porte ensayístico («Sobre la dignidad», «De epidemias y pandemias»…), sino en la construcción y evolución misma de un razonamiento que, como descubre a nuestros ojos Enrique García-Máiquez en su excelente prólogo, progresa desde el concepto de la duda, protagonista, como dije, de la sección inicial, hasta desembocar en la certeza de la cuestión religiosa («Eternidades» y «Levántate y anda. Sobre la resurrección»). Al menos en la certeza de su necesidad y en una hermosa afirmación de la vida («Soy como el árbol, que sólo crece, florece y fructifica para volver a nacer»).

Entre medias, hay que destacar innumerables aciertos descriptivos plasmados en claras construcciones copulativas («La duda es el correlato subjetivo de una realidad que no se deja apresar»), así como interpretaciones y reinterpretaciones parafrásticas de pensamientos, de tan conocidos y aceptados, incuestionables («Dudo, luego existes», «El infierno es el concepto que tengo de los otros»), sobre los que arroja una luz distinta y siempre aguda.

Me ha resultado especialmente interesante el deseo de delimitación del concepto «dignidad», «esa lumbre sagrada», que se complementa en la sección «Desapego. Contra la autoestima», la menos aforística por así decirlo, así como el elogio a la imaginación; ese pliegue deleuziano olvidado de la razón que es no solo principio de la actividad creativa, sino base de la evolución del hombre, origen del progreso, cimiento de nuestra vana existencia. Al fin y al cabo, tal vez sea verdad que «Vivir no es vivir. Vivir es imaginarse vivo».

No olvida Trull-Trullo, como tema quizás perentorio, frente a otros esenciales como el amor, dedicar un pequeño apartado a los últimos acontecimientos («Virología urgente. De epidemias y pandemias»); sección que da paso al bloque «Aforismos manuscritos», conformado por algunos de los adagios más poéticos o al menos más aparentemente baladíes (los árboles, las circunstancias, los tópicos), tras los que siempre se esconden pensamientos de calado («En los tópicos, la verdad duerme un sueño peligroso») y también filosóficos. En especial, contraviniendo a Ortega, son verdaderos dardos los dedicados a las circunstancias por su defensa esperanzada de la libertad y, en consecuencia, la grandeza del ser humano («La circunstancia: arcilla húmeda. En las manos adecuadas, adoptará cualquier forma»; «La circunstancia es una pértiga para el espíritu, una estaca para el cautivo»)

Tampoco puede negarse que, tras el aforista (y tras el crítico, y tras el estudioso), transparece un buen poeta capaz de brindarnos hermosas comparaciones y metáforas y de encontrar siempre la adjetivación precisa («Una certeza es una duda coagulada»); un filólogo conocedor del significado recto de las palabras para, en un golpe de efecto, emplearlas en el campo incomprendido del humor y la ironía (en literatura, al menos, así lo veo yo, la risa y la sonrisa andan algo desprestigiadas), especialmente en la sección «Dejar de pensar. Contra las ideologías», donde Trull-Trullo afila el lápiz de la crítica con rotundidades como «Se tienen ideas para dejar de pensar durante un tiempo, e ideología para no hacerlo ya nunca más». Tales pensamientos críticos, como no podía ser de otra manera, se agolpan en la sección «La poesía contra la política» (no cabía otra preposición para unir ambos términos, estos sí opuestos), donde de nuevo brillan perlas como «El poeta ha de demostrar su talento; al político se le da por supuesto», que podría parecer un chiste, pero, desgraciadamente, no lo es.

Y todo ello apoyado sobre un andamiaje basado en buena parte en la antítesis («La certeza es siempre temporal; la duda, eterna»), en los juegos de palabra, aunque poco juego hay en realidad en derivaciones, paradojas y retruécanos —«Las circunstancias son absolutamente circunstanciales, y no circunstancialmente absolutas. (¿O era al revés?»)— y en las preguntas retóricas, así como en una armazón sintáctica a base de yuxtaposiciones (las relaciones lógicas pueden establecerse aún mejor sin nexo alguno) y relaciones adversativas y concesivas. E incluso, en contadas ocasiones, con un final suspendido. No sé si porque el autor sigue dudando o porque no hay una sola respuesta a cada cosa. O porque, como anuncia el título, Nunca se sabe.

 

José Luis Trullo y Felix Trull, Nunca se sabe. Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2021.

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