El invierno del dibujante de Paco Roca como retrato de lo que fue y algo más.

Portada de la obra.

Recientemente Astiberri ha realizado una nueva edición ampliada del El invierno del dibujante. Una obra que, junto con La casa, se ha convertido en una de las referencias del sector del cómic español.

A estas alturas Paco Roca es un nombre absolutamente canónico en la historia del cómic español, quizás por eso su obra El invierno del dibujante se convierte en un comic necesario para entender esa historia del cómic en España, pero con un giro universal, como veremos en breve, que se ancla en una visión poética de los eventos narrativos que presenta.

Para empezar, en esta obra, publicada originalmente en el 2010 (la edición que reseño es la ampliada del décimo aniversario), se nos relata la dureza de la profesión del historietista español en la España de 1957, una profesión en un estado notorio de precariedad. De una manera prodigiosa por su parquedad y concisión, Roca nos despliega la vida diaria de una serie de personajes clave en el futuro del cómic en nuestro país.

No quisiera entrar ahora en los detalles de un argumento del que sin duda disfrutará el lector que acuda a las páginas del cómic, la capacidad narrativa de su autor está más que probada y en esta ocasión, como en tantas otras, lo hace con la meticulosidad, precisión y delicadeza de un relojero. Digamos que esta muestra artística habla del arte más mínimo y sublime a la vez, de las personas en su día a día, de cómo los hitos épicos en la historia a su vez están jalonados por la poesía de lo más insignificante, por los pequeños gestos, los suspiros esbozados, las palabras de amor que nunca llegamos a proferir, esa sombra de aquel árbol en la pared de un edificio abandonado en las que ya nadie repara. Esa poeticidad, decimos, es evidente.

La dislocación temporal funciona como eje narrativo, quizás del mismo modo en que el eje poético viene dado por la paleta de colores de cada parte para mostrar las distintas estaciones. En este caso, es fascinante cómo el azul grisáceo de las partes que transcurren en invierno transmite el tiempo que se quiere recrear. Uno casi siente el frío de la época, las tensiones sociales, las angustias profesionales, a la vez que siente esa carácter duro y adusto de todos los “sobrevivientes” de una época asimismo dura y adusta. Estamos ante un cómic que levita entre un estado de parca dulzura y otro de sobriedad casi ritual.

Quizás por ello, ahora más que nunca, su lectura nos haga tanto bien. Reconozco que lo disfruté hace algunos años cuando lo leí, pero no me llamó la atención tanto como lo ha hecho en esta relectura, quizás, simplemente, porque no estaba preparado. Quizás, después de todo, el invierno del dibujante, es el invierno al que nos enfrentamos todos y cada uno en algún momento de nuestras vidas. Por eso, acaso, es atemporal y aunque hable de lo que fue, interpela a lo que está siendo y también a lo que puede que haya de llegar.

 

Por Francisco José Francisco Carrera.

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