“Altar de luz y luna”, de Antonio Agudelo
Por José Miguel García Conde.
Altar de luz y luna llega a mis manos como un regalo, como uno de esos regalos que te da la vida y los buenos amigos. Nunca un libro me había cautivado tanto como éste; nunca un libro había contenido tanta verdad; nunca un libro había puesto sobre la mesa de una manera tan real el amor, la belleza, pero también la inquietud, la muerte, la soledad, que es peor que la propia muerte.
Antonio Agudelo ha escrito un libro soberbio. Ha construido un universo poético donde hay espacio para el amor (“Amoramor”), para la enfermedad (“Covid-19”), para la desesperación y la ira (“Química de la ira”), para la revolución y la búsqueda de la libertad (“Revolución”). Se nos ofrece el mundo interior del poeta y la realidad que lo rodea. Se apela a nuestra conciencia, empleando una riqueza estilística como pocas veces se ha visto en un volumen. En definitiva, estamos ante una amalgama sensitiva como reflejo de la propia vida. Y todo ello bajo el traje de la editorial artesanal cordobesa Iruya, que dirige el bueno de Pepe Lara.
La primera parte del libro, denominada “Amoramor”, surge de la idea de que el amor todo lo puede, de que está en todas partes: “Hay amores que duran menos que un beso y besos que duran más que una vida”. Ese amor dirigido hacia un tú en el que el propio sujeto poético afirma: “Sabes que tras el amor viene la tristeza, pero yo uso tus ojos negros para buscar la luz”. El amor, se desata, se vuelve hiperbólico, mostrando con imágenes increíblemente bellas los sentimientos que se desgranan, que afloran al exterior, aunque provengan de la intimidad más oculta. Encontramos alusiones a la propia metapoesía: “me gusta estar contigo… salir a la calle a celebrar el mundo”. El amor en todos los ámbitos, en todos los estratos: “Miro el Altar de Luz y Luna, donde canta el pájaro maravilloso de la belleza de nuestros besos”.
Altar de luz y luna acrisola composiciones en prosa poética y en verso, siendo ésta una característica del estilo del libro. La libertad está presente incluso en la aparición o no de signos de puntuación. Todo es caos, pero en ese caos está el amor, está la vida. Siempre está presente el ritmo, la musicalidad, incluso en textos extensos. De todos las imágenes que me atrapan en esta primera parte, no puedo dejar de recitar: “Tú sabes que la lengua es una patria”.
“Covid-19” abre sus puertas sin necesidad de mayor explicación que la propia enfermedad. Nada puede estar ajeno a la realidad trágica que hemos vivido y que seguimos padeciendo. Antonio Agudelo a modo de diario cómplice nos expone sus miedos, sus inquietudes, pero que son al mismo tiempo las de todos nosotros. Se acerca a los entierros, a las residencias de ancianos, a los hospitales, etc.: “Los entierros sin nadie, sin familiares, sin abrazos ni consuelo”; “Escucho en las Residencias a los ancianos que lloran, con el miedo a morir solos y los ojos amarillos. Escucho los aplausos en los balcones a las ocho de la tarde, las canciones de mi madre…”. Pero ante ese paisaje trágico y desconsolador, también hay tiempo para la esperanza, para el futuro de luz y vida: “En la prisión de esperanza hay muchos enfermos de la Covid-19 que pronto salvarán la vida”. Las palabras se vuelven confesión, se plagan de música y exclamación sonora, porque el dolor necesita librarse de la carga del propio dolor. Hay textos que muestran el rostro de un anciano, de un pintor, de un triste moribundo: “Debajo de tu cuerpo corre la sangre, para que de lo muerto aflore lo vivo. Debajo del lavadero, tus manos tienden sábanas blancas, bañadas de sol, puestas a secar”.
La tercera parte, nombrada “Química de la ira”, se gira hacia el sentido del hombre (y la mujer), hacia la ira que nos explota por dentro y nos revuelve. La poesía se viste con su traje fúnebre para mostrarnos la amargura: “Vi al atleta del abismo entre el resplandor y la muerte. Gira en un planeta doloroso donde estalla el amor o la guerra. Es amarga la verdad”; “Mis labios ansiosos de deseo buscan sus besos, / para beber en sus labios la vida, / más allá de la muerte”. Incluso afirma que “vivir es un sueño vacío”. El autor nos ofrece consejos tan útiles como: “Ante la miseria, el silencio y el hambre de tu caballo moribundo, mira por la ventana la última luz, las brasas de la lengua, el misterio de los gusanos de seda, la belleza resplandecía en Munich”. Para este autor, queda esperanza y consuelo, sobre todo en lo que respecta al amor: “Tú sabes que el Amor es el motor del mundo, la luz del mundo”.
La última parte, “Revolución”, es, tal vez, la parte más crítica, más social. Los textos se vuelven agrios, aunque conservan la belleza. Los poemas me recuerdan el tono de Blas de Otero, la verdadera y cruda poesía social. Agudelo afirma: “La poesía es una Casa Ética donde la democracia y la libertad es algo más hermoso que la intoxicación fascista la poesía es un país oscuro.”
Sin signos de puntuación en muchas partes, no hay libertad en las calles, no hay más que fascismo, racismo, homofobia. Los problemas reales se hacen desgraciadamente verdaderos: “Había un niño en la calle del General Franco que cuando escribía un poema, lo llamaban: ¡Maricón! …”; “Ha pasado el tiempo y la vida ha cambiado y sois vosotros los viejos fascistas”. Ante esta situación las pieles sucumben, los cuerpos sufren más de lo necesario. El sujeto poético afirma de un modo terrible y al mismo tiempo inquietante: “Hablo de amor, de los cuadros del sufrimiento; / del hombre que ha caído en desgracia, / y regresa cansado y con un gran dolor / después del entierro de su padre”.
Estamos ante un poemario único, Altar de luz y luna. Por momentos creo estar ante un libro de libros, donde habita el mundo de su autor, donde lo mismo se percibe la belleza, el amor o el propio sentido de la existencia, como que se denuncian algunas vergüenzas de nuestro presente (fascismo, sexismo, racismo…). Se trata de un viaje poético que va del amor a la muerte. Por eso esa luz que lo refleja todo, que todo lo contiene. Me quedo, para finalizar, con los siguientes versos, que resuenan en mi cabeza como eco constante: “La poesía es una metáfora que contiene el mundo”.