Los libros de la isla desierta: ‘Marcovaldo’, de Italo Calvino

ÓSCAR HERNÁNDEZ CAMPANO.Tw: @oscarhercam

Son veinte los relatos que conforman este libro, que no es propiamente una novela ni una antología, pero que tiene un poco de cada. Los relatos corresponden a las estaciones del año repetidas cinco veces. Podría pensarse que es una historia que discurre a lo largo de cinco años, aunque no hay referencias temporales que así lo indiquen, salvo, quizá, el cambio de domicilio de la familia protagonista.

Marcovaldo, del escritor italiano Italo Calvino (1923 – 1985), es un compendio de escenas, historias, fábulas o incluso gags que nos muestran en un lenguaje sencillo, las andanzas de un moderno Cándido en la ciudad. Marcovaldo, casado, padre de cuatro hijos y obrero en un fábrica inhóspita y claustrofóbica, se siente prisionero en la ciudad. Su espíritu anhela las bondades de la naturaleza, que la gigantesca urbe le impide disfrutar. Así, en cada relato o capítulo del libro, el héroe, o más bien, el antihéroe de esta historia, vive una pequeña aventura en busca de la benefactora naturaleza. Lo encontraremos una noche de verano tratando de dormir en el parque para emular un campamento en el bosque, aunque los ruidos y las luces de la ciudad serán obstáculos que Marcovaldo intentará superar. Lo acompañaremos en su batalla contra un cartel luminoso que le impide disfrutar del cielo estrellado o nos reiremos en su empeño de usar avispas como remedio natural para todo tipo de dolores.

Italo Calvino, autor de obras cumbre de la literatura como El barón rampante o Si una noche de invierno un viajero, fue un hombre comprometido con las causas sociales, con los obreros y con los desfavorecidos. Partisano en la Italia antifascista y militante del PCI hasta su desencanto con la política de la URSS, nunca dejó de expresar sus preocupaciones a través de la literatura, que usaba para invitar a la reflexión a sus lectores. De esa forma, años antes de las primeras cumbres de carácter medioambiental, Calvino denuncia en Marcovaldo (que fue escrita en dos tandas, 1958 y 1963, año de su publicación) el alejamiento de la sociedad industrial de la naturaleza, la contaminación en sus diferentes vertientes y la soledad a la que las grandes urbes, tan pobladas, empujan a sus habitantes. Las condiciones laborales y la precariedad de las viviendas también están ahí, en una serie de relatos que, en clave de humor, nos lanzan verdades como puños.

Marcovaldo, o sea, las estaciones en la ciudad, subtítulo que anticipa este sucederse del tiempo, es un libro de múltiples capas de lectura. Se ha utilizado incluso como lectura infantil, en ediciones ilustradas, porque las travesuras de los hijos del protagonista, una suerte de Zipis y Zapes, son divertidas a la par que inocentes y entrañables. Sin embargo, como toda fábula, tiene una enseñanza, un mensaje, una moraleja o una crítica que el autor plasma de forma sutil y elegante, para lectores más adultos o para descubrir en sucesivas lecturas. Al leer con atención esta joya se encuentran frases inolvidables cargadas de sabiduría que el autor pone incluso en boca de los niños.

No hay que confundir la sencillez (aparente) con la literatura intrascendente. Los finales amables de los capítulos, propios casi de antihéroes archiconocidos como el entrañable Mr. Bean, que probablemente se inspiró en el personaje de Marcovaldo, a su vez inspirado tal vez por el Cándido de Voltaire o incluso por los cortometrajes del primer Charlot, proporcionan alivio al lector, que al pasar la página y comenzar otro capítulo, otra estación, recupera a Marcovaldo y familia totalmente recuperados de sus peripecias pasadas y de nuevo en medio de otra extraña, inocente, entrañable, evocadora y reivindicativa aventura en pos de la naturaleza en medio de la gran ciudad.

Marcovaldo es uno de esos libros para releer y aprender al tiempo que se disfruta, y por esa razón lo añado a la lista de libros para llevar a la isla desierta.

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