Isabel Bono vuelve con su nuevo libro al apunte lírico
José Luis Trullo.- Tras sorprender agradablemente al lector de aforismos con su magnífico Hielo seco (La Isla de Siltolá, 2016), vuelve la escritora Isabel Bono al género más breve con su nuevo libro, Caballos que cantan, publicado por la misma editorial.
Lo cierto es que la continuidad entre ambas obras es tal, que podríamos considerar que esta nueva entrega constituye una prolongación natural de la primera, dada la persistencia en una misma perspectiva respecto al mundo, a la palabra y a la posibilidad que tenga ésta de reflejar aquél (con permiso de la sensibilidad de la autora, por supuesto). Como es natural, nadie podría reprocharle a un escritor que permanezca donde está, aunque a veces sí se puede echar de menos un mayor sentido del riesgo (que, en literatura, no consiste en aventurarse por donde no se sabe, sino en apostar cada vez más por palpar los perfiles de lo ignoto sin permitir que decaiga en formulismo, ni mucho menos en impostura).
Encontramos en las páginas del libro una miríada de instantes captados en el momento de su estallido significativo, aplicando el principio tan caro al laconismo literario de que «si es breve, tiene que decir mucho más de lo que parece». Así, con frecuencia se suceden las notas a vuelapluma que nos obligan a detenernos para sopesar las resonancias de las palabras que acabamos de leer: «Olvidarse de uno. Dejar de ser ruido», «No pienses, el otoño lo hará por ti», «Oímos decir, y las cerezas abrieron los ojos», «Más viva que esas ramas secas, su sombra»…
También se incluyen aforismos de dicción clásica, contundentes y unívocos: «El futuro no existe, pero llega. Y nos aplasta», «Dar sin adorno, ser sin adorno»… pero son los menos, por fortuna; ya no tenemos los oídos para según qué mazas. Sobreabundan, en cambio, los apuntes líricos -unos más afortunados que otros- que insinúan más que afirman, materializando el principio de la máxima economía verbal que se sintetiza en esta afirmación: «El intermitente zumbido de una mosca al sol construye refugios de un segundo».
Por último, me gustaría destacar esos «apuntes malogrados» que se incrustan en otros de mayor extensión los cuales, de haberlo deseado la autora, habrían podido refulgir aún más de lo que ya lo hacen; me refiero a ciertas intuiciones poéticas que, si se hubieran preservado en estado larvario, habrían alcanzado una efectividad aún más intensa. Un ejemplo: a mí, personalmente, me parece mucho más evocadora la frase «¿Qué más tiene el atardecer que yo no tengo?» sin los antecedentes que con ellos; lo mismo ocurre con otros: «esa bellísima ignorancia»… «intentar traducir una sola palabra al idioma de la luz»… «me entregaré al otoño sin reservas». Será que, de tanto condensar, el lector de aforismos siempre se queda con ganas de más, o sea, de menos: menos palabras, más resonancia; menos denotación, más connotación.
Pero, claro, ese «otro libro» que uno se va escribiendo a medida que lee el libro que está leyendo ya no es responsabilidad de la autora, que bastante ha tenido con entregarnos un nuevo testimonio de su estar en el mundo, recogido y esencial. Ya solo por eso, por transmitirnos la posibilidad de vivir de manera aún genuina, merece la pena montar en la grupa de estos caballos que cantan y lanzarse a galopar, con ellos, en dirección al sol.
Isabel Bono, Caballos que cantan. Colección Aforismos. La Isla de Siltolá, Sevilla, 2021. 79 págs.
Ay, que razón tiene en todo. Efectivamente estos caballos son la tercera entrega de «Hojas secas mojadas».
Siempre he dicho que lo mío es el casiaforismo.
Llamarlos aforismos es pura generosidad de mi querido editor.
Tomo nota, La cuarta entrega, si la hay, más breve. ¡Gracias!
Un honor tu comentario, Isabel. Un cordial saludo