El TeatroscopioEscena

Club Caníbal presenta sus Crónicas ibéricas en una trilogía luminosamente negra

Por Horacio Otheguy Riveira

No solo no se cortan un pelo, sino que profundizan en la vergüenza ajena de resultar lo español por antonomasia un paisaje negro (metido en círculo «que va del ridículo a la vergüenza ajena»), tras el cual muchos otros luchan porque prevalezca la honestidad y la justicia. Pero, de momento, el atronador desastre adquiere protagonismo exuberante que aquí se viene a tomar en solfa con mucha seriedad. La de los cómicos de raza, la de los que miran y señalan y sacan la espada que en el Siglo de Oro hacía sangre y ahora se queda en humorada crítica para sacar cuentas y no «votar bien» como quieren algunos, sino echarse al monte en busca de una libertad con menos pena.

«En España es raro que los artistas se mojen», dice mucho en los mentideros del mundo teatral y cinematográfico europeo, y desde luego no les falta razón respecto a la crítica social y política que se ejerce en los principales centros de poder cultural (léase Francia, Reino Unido, Alemania)… Pero se falta a la verdad verdadera y cierta al omitirse al Club Caníbal que enfoca con estilo surrealista, quevediano y gracia berlanguiana, pasado y presente de un poder sociopolítico basado en la estafa, el cinismo y la crueldad inherente a todo dominio por encima de las necesidades de la gente, aunque gran parte de esa propia gente les apoye, necesitada de un Pater Noster que le devore el hígado con una sonrisa.

La teatralidad es orgánica en los comediantes confabulados en estas Crónicas. Sin duda nacieron con el retruécano en la boca, el álgido punto de parodia y melodrama desgarrado en cada movimiento, y en la manera de hurgar en las heridas haciéndonos reír. Son actores hechos para toda clase de géneros, y en ellos suelen brillar con diversa fortuna, pero en plan Caníbal no hay quien les supere…

Cada pieza vale por sí misma su peso en oro, pero si asistir a cada una con su separación de días para digerirla pausada y gozosamente es un proceso de consecuencias fabulosas, tanto para los amantes del humor negro y la farsa más despiadada, como para cualquiera interesado en las artes escénicas que fluyen como un río de talento sinigual con muy pocos elementos, objetos, decoraciones y vestuario: muy poco y mucho según se mire, porque dentro de su minimal constancia con el concepto revestido de amargura que da risa, supera los límites del grotesco pirandelliano, la sátira de la antigua tradición sainetera y el feroz esperpento valleinclanesco. Lo Caníbal reside en señalar con el dedo y escarbar para hacernos cómplice del desvarío en que vivimos… con ánimo implacable de darle la vuelta y volver a nacer.

Desde aquí veo la plaza sucia

Allá lejos y hace tiempo me perdí el estreno de la primera, ahora muy disfrutada como en un programa triple, en el que empecé por el rutilante final para llegar al comienzo de modo inesperado y boquiabierto, ya que hago el esfuerzo de imaginar el trayecto inverso, como si ahora fuera a empezar la gran jugada. Los dados echados sobre el falso césped de un país que se muerde la cola, infatigablemente rabioso y sórdido, con un deje de ternura que pone los pelos de punta.

Ignoro cuánto se habrá tocado este primer texto, después de los otros, pero llega en su momento justo porque desde su estreno en 2015, se ve hoy no como si fuera ayer, sino con la dolorosa certeza de que podría suceder mañana. Todo ha ido a peor en el mercachifle económico-político-social, en el día a día con rebrotes fascistas que se creían perimidos. En esta primera función no es la corrupción a todos los niveles que prolifera en las otras dos, en un proceso evolutivo muy evidente, pues en cada obra texto e interpretaciones crecen en propuestas más y más brillantes, con su justa carga de delirio realista, de absurdo cotidiano que se lleva a cabo con el oropel del poder establecidos.

Aquí la trama aborda el caso del pueblo que arroja la cabra desde lo alto del monte, en una fiesta popular defendida con uñas y dientes: «la volá», «porque qué bonito cuando se hace bien y la cabra vuela como un ángel antes de estrellarse». Es el tema y es la excusa porque en el camino los tres actorazos cambian sus apariencias para conformar personajes de distinto sexo y condición, eso sí, como en las otras obras, entrando y prevaleciendo sus pantalones cortos con los que niños grandes son hombres que juegan, por lo general a beneficiarse perjudicando a otros. No falta de nada en el reparto de hostias cuando la Unión Europea obliga a dejar el bestial asunto y un actor deprimido, en baja forma, ha de emplear «el método»  para sacarle el carisma a su tío, el alcalde del pueblo, que ha de ir «al querido parlamento europeo» a cantarle las cuarenta… De todo hay hasta dar con el final no por cruento menos graciosamente cruel…

Herederos del ocaso

Si es que todo el panorama da mucha risa, tanta que si viviera Berlanga buscaría la nueva «Escopeta Nacional» o haría otra desternillante «Todos a la cárcel», sin embargo, me temo que al maestro valenciano le sonrojaría la que está cayendo, pues aquella España era una tierna caricatura comparada con esto que nos toca, y hoy es mucho más duro el proceso y el desenlace no acaba de cicatrizar.

Feroz la negra humorada en la que el reino de la estafa se convierte en un grotesco infierno de corrupción capaz de devorar a un pobre hombre, uno con cara de infeliz, un hombre ridículo venido a menos todavía, víctima de todo a tal punto que tiene un suegro rico que tira del nieto para mofarse del «desgraciado de tu padre», un profesor de ping-pong («De tenis de mesa, oiga usted») que caerá rendido en un plan que parecería disparatado si no estuviera basado en hechos reales.

Don Nadie, buenazo como él solo, saboreará las mágicas gotas de unas Flores de Bach sui generis, creadas por un sinvergüenza de abolengo que siempre cae de pie:

—Muy fácil. Me pongo un disco de Bach, recojo las mejores flores del jardín, le echo agüita, restos de licores que encuentro por ahí, un toque de M de meado, y ¡hala!

—Está muy rica.

—¡Es por la azuquita!

(Crítica completa abril 2017).

Algún día todo esto será tuyo

Ramón Areces (1904-1989), al frente de El Corte Inglés, ensaya su velatorio con discursos que él mismo escribe o sugiere o inventa sobre la marcha y nada le conforma. Está en el ataúd porque el ensayo ha de ser lo más perfecto posible, mas todo se detiene cuando no le convencen las metáforas que le señalan como un gigante amantísimo o «como una madre que avanza con sus grandes pechos para amamantar a sus hijos». Así que ya que ha subido a escena para representar su pública despedida en cuerpo presente, aguanta el tipo, contrata a un escritor de éxito, «publicado por Planeta-Agostini», y se queda al frente de una parodia cruel de sí mismo y de la España negra en que floreció su fortuna; odia que le entrecomillen frases, detesta al género humano que tome iniciativas por sí mismo y adora ejercer de un dios que lo que hoy te da mañana te lo quita. Ante el escritor repasa su vida en una combinación muy interesante de realidad histórica y delirio narcisista.

 

Dentro y fuera del ataúd —que depara un gran final, además de dar vueltas en escena de principio a fin—, el millonario avaricioso viene a simbolizar la corrosión deshumanizada de toda figura del capitalismo, pero a la española, donde la mezquindad de sus políticos dan mucho de sí en torno a la ruindad de la lucha familiar de este hombre que amasa su éxito a costa de parte de su familia, una reyerta muy profunda que nace con Galerías Preciados fundada por su primo Pepín Fernández, a quien en los 80 las deudas le obligaron a entregar la empresa al Banco Urquijo, con quien luego negoció el ya poderoso hombre de El Corte Inglés, y la absorbió.

La función utiliza muchos elementos bien documentados, los hechos reales sin embargo deambulan bajo la marca de la Compañía del Club Caníbal, es decir, bajo los rasgos de una representación de la España más esperpéntica, donde ningún rasgo mínimamente generoso se le adivina al personaje. Una figura teatral que ha nacido como viva representación de lo peor del crecimiento económico, siempre inmisericorde con sus empleados y con el cliente, a quien le provee de algunos «privilegios» para esquilmarle con supina habilidad. (Crítica completa en septiembre 2018).

Font García, Juan Vinuesa y Vito Sanz: se bastan y sobran para crear un despliegue de edades, arquetipos y modelos para armar, lo son todo con la ligera desfachatez del que ha trabajado mucho para que luego parezca que no han trabajado nada. Son lo que son. Creadores caníbales nacidos para devorar la crudeza de una realidad demoledora.

Trilogía Crónicas Ibéricas

Dirección y dramaturgia: Chiqui Carabante

Con Font García, Juan Vinuesa y Vito Sanz

Música en directo: Pablo Peña

Diseño de espacio escénico: Walter Arias

Diseño de vestuario: Salvador Carabante

Diseño de iluminación: Nerea Castresana

Naves del Español en Matadero. Sala Max Aub. 

Del 30 de septiembre al 10 de octubre: Desde aquí veo sucia la plaza

Del 14 al 24 de octubre: Herederos del ocaso

Del 28 al 31 de octubre: Algún día todo esto será tuyo 

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Y como si todo esto fuera poco, muy pronto en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero un nuevo espectáculo del 17 de noviembre al 26 de diciembre: Alfonso el Africano, Texto Chiqui Carabante, Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa. Dramaturgia y dirección Chiqui Carabante. Reparto: Font García, Juanfra Juárez, Pablo Peña (músico en directo) y Vito Sanz. _________________________________________________________________________

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