“Recortables para un muñeco roto”, José Luis Nieto
Por Luis Llorente.
Tras dos años de silencio, José Luis Nieto (Madrid, 1962) publica su nuevo libro de poemas, que es el quinto de su obra editada: Recortables para un muñeco roto. Aparece en la colección Signos, de Huerga & Fierro.
En este libro nos encontramos con una mayor complejidad expresiva, con un dominio rítmico más consolidado y con una flora temática que ya es marca del autor: ahondar en la geografía personal (sin que lo autobiográfico resulte confesional ni pretendidamente individualista, pero sí hay una vertiente vital que impregna a la mayoría de los poemas). Poesía humanizada y reflexiva. Su universo lírico explora los extremos, en el sentido más existencial del término: el yo teje sus máscaras y se protege de fisuras al tiempo que concede al lector eso que podríamos llamar “universalidad de la experiencia”. Y es que lo personal se erige y se transfigura para tener también sentido colectivo, interpretación desde el otro.
Esa especie de nihilismo sereno, pero con fe, con esperanza en la mecánica de un mundo mejor (o menos endemoniado), y por supuesto también se advierte la militancia de la amistad, de la soledad como exploración, o el proceso del amor.
Como dice atinadamente Alejandro Céspedes en el denso prólogo, “aunque es la destrucción lo que acaba preñando sus palabras, el útero en que crecen está ávido de rehabilitación, renacimiento. Como el mejor creyente, su fe no admite fisuras.” Y es que la poesía de José Luis Nieto deja sus marcas de paso, redime su propia escritura a partir de los ángulos en que forja su identidad: señales, advertencias, signos tras signos. Hay un desgarro que muchas veces se viste de derrota, pero se reserva el derecho a la esperanza.
Escritura de elección, de decisiones y de pasajes afectivos. Escritura de la sugerencia a partir de la descripción general o la imagen incompleta. Escritura medular, poderosamente medular, que desde la trinchera de lo vital se ampara en el poder corrosivo de la palabra. Todo ello pertrechado con la correcta digestión de sus lecturas (Alberti, Caballero Bonald, Gil de Biedma, Ángel González, Hierro, Borges o José María Álvarez). Así construye el poema y lo ofrece como un susurro inalienable y negador del mal; como aquello que se alza, tan invicto como diletante, y se posa en el papel tras el drenaje verbal, dando sentido a la dirección de su discurso.
Voluntad de formulación, ondulaciones escritas, representación metafórica del hecho ficcional, pero absolutamente real en la matriz en que se ha generado. Hay algo existencial en estos poemas, como ya lo había en Cuadros sin colgar (Tigres de Papel, 2015) y en Letras a débito (Celesta, 2019). Una exploración del vértigo. Territorio del hombre que abraza el vacío al tiempo que lo niega. Y en esa radicalidad, en esa confusión o fábula de la nada, hay una construcción fronteriza, una afirmación de la vida, una sostenida identidad, una integradora celebración. La polaridad del ser, la lucha de contrarios y de iguales. “Solo el desnudo de una angustia / deslumbra a los rescoldos de una urgencia”, nos dice en el segundo poema. O “Los hechos se mueven con la apatía del letargo”, declara en otro poema de la primera sección. O “Soy demasiado viejo / y sangro en esta orilla cuartelaria”. (Encontramos en el libro muchos fogonazos de brillante ejecución; este es uno de ellos).
En cuanto a la estructura, el libro está dividido en tres partes: “Primera persona del singular”, “Segunda…”, y “Tercera…”. Como si la conjugación fuese un proceso de depuración, un repaso íntimo a las distintas identidades. Tríptico de tonos.
El primer poema de la segunda sección es uno de los más logrados del libro. Con esa factura que recuerda al primer Valente, con ese tono existencial, sostiene quizá toda la poética del libro. Es, por decirlo así, un fuerte recortable para el muñeco roto, para la alteridad de la herida, para “universalizar el dolor”: “Vamos, / alza tus ojos, / como una espora hambrienta / multiplícate y permite / que el ocaso te transforme en fuego”.
La máscara, tan necesaria y tan eficaz en la poesía contemporánea, en la obra de José Luis Nieto tiende a deshacerse porque ese filtro, esa distancia consciente e impuesta, se carcome desde la más honda sinceridad. No finge nuestro poeta: tensa la compleja relación entre lo biográfico y el aparato literario. Y no es que no haya máscara; es que está a punto de arrancársela, y el poema no es otra cosa que lo visible de ese proceso; el poema es lo que canaliza y ordena esa tensión. “Si sueñas con un mago anónimo / que devuelva la irrealidad desaparecida, / búscalo detrás de las cortinas”. Un alegato estoico e irónico. “Basta con mantener la mirada y la rutina, / la victoria, el galope y enfrentarse / o decidir la táctica de fuga”, afirma en uno de los poemas más sentenciosos del libro. O el escepticismo en versos como “Para olvidar no hay que esforzarse mucho, / basta que concluya lo que antes / fuera la floración de otro diciembre”.
El tercer apartado se cierra con un bello poema sobre el autismo, desde la ternura implícita hacia un ser que sufre esta enfermedad: “Nadie sabe qué verán sus ojos, / qué secretos guardarán sus gestos, / su campo de batalla, su inocencia, / su dios que decidió sin más juzgarle”.
Es este un libro de madurez que fusiona escritura poética y realidad vital, experiencia vivida con suplantación literaria, sin redención porque su fe está intacta. Para que la poesía respire en la sugerencia y en el temblor, para que lo incompleto sea el prefacio al círculo, a la historia cerrada; para tener derecho al asombro, y al perdón; para que no perdamos la íntima y valiente capacidad de hacer una batalla, y darle figuración escrita. El corazón guerrero, el dolor trascendido (que es el más útil, y no el dolor por el dolor). Para no salir ilesos de este viaje anímico.
Octubre 2021