Las redes (ya no) son el nuevo coro griego

José Luis Trullo.- Hace unos años, en plena efervescencia de las redes sociales (2015), tuve la ocurrencia de escribir que eran el nuevo coro griego, por cuanto parecía que plasmaban un «sentir general», algo así como el Zeitgeist, que decían los románticos: una tendencia, una propensión, una ladera por la que se iba deslizando, lentamente, la lava (siempre incandescente) de la opinión pública. Ha llovido desde entonces y, a la vista de lo que vengo viendo, puedo afirmar que las redes sociales ya no son el nuevo coro griego.

Si bien es cierto que la espontaneidad de Twitter constituyó, en un principio, uno de sus principales atractivos (aunque yo nunco lo utilicé con asiduidad, pues su interfaz me resultaba asfixiante, de puro aluvión), al permitir captar, en su manantial, esa inasible voz de la calle que tanto suspiran por interpretar los adláteres del poder -sin duda para poder apropiarse de ella y, enseguida, revertirla- pronto se cambiaron las tornas: las materias grises que maquinan en la sombra (y que no existen, pero que haberlas siempre las hay) detectaron el inmenso potencial manipulador que se les brindaba en bandeja si, a poco que se pusieran manos a la obra, lograban hacer pasar por general y preponderante su propia opinión parcial e interesada.

Y a ello se lanzaron con indisimulada avidez. No es preciso investigar dónde se encuentran los cuarteles generales, dónde los búnqueres, los think tanks: son los propios medios de (in)formación -muchos de ellos, degradados a la categoría de simples panfletos de agitación ideológica, e incluso nacidos con esa vocación- los que, detectando hasta dónde podían camuflar sus propios intereses tras la amorfa (y pasmosamente anónima) riada de tuits, comentarios, likes y demás instrumentos de propalación masiva de bulos, rumores, medias verdades y consignas, sobre todo, consignas con las cuales modelar al ciudadano inerme -e inerte- a su antojo. Incluso se han llegado a desenmascarar comandos organizados de militantes políticos que, a la orden de su sargento virtual, se abalanzaban directamente sobre un personaje de relevancia pública (a menudo, incluso de su propio partido) para hundirlo en la miseria… por no hablar de los trolls virtuales, máquinas de generar reacciones ilusorias pero contantes y sonantes.

La fórmula empleada ha ido despojándose de sutileza con el paso del tiempo: poco a poco, se ha instaurado la personificación de las plataformas como si encarnasen a un solo cuerpo (¡y, sobre todo, a un soplo espíritu!) único, compacto, arrollador: «las redes claman»… «Twitter se indigna»… de modo que el lector poco avisado interpretase que «la ciudadanía» había dictado sentencia y él, sumiso y pastueño, sólo podía sumarse a la corriente si quería disfrutar de la paz de conciencia que da el sentirse parte del lado bueno del mundo. De facto, se pretendía suscitar la impresión de que, frente a la «representación ilegítima» que se canaliza en las instituciones por las vías formales, se erigía una «nueva legitimidad» inmediata, sin intermediación, guiada por la fuerza de la turba desatada, por el «clamor» de los sin voz. Lógicamente, es todo una mascarada: solo un tonto podía no percatarse de cómo se iba desenvolviendo todo, cuáles eran los pasos, la secuencia aberrante según la cual se creaba una apariencia de noticia, se lanzaba un veredicto y, de inmediato, se desencadenaba la oportuna reacción masiva para alcanzar… ¿el qué? ¡El Trending Topic! Ser lo más comentado era el sueño de todo demagogo: me retuitean, luego incido.

Sin embargo, todo esto ha empezado a cambiar en fecha reciente. Como usuario atento de las redes sociales, he constatado que las masas parecen estar empezando a rebelarse ante la indisimulada ingeniería virtual que pretendían aplicar medios y partidos a las tendencias del día. Tanto es así que algunas de las campañas orquestadas por ciertas televisiones en torno a determinados personajes han acabado resultando un auténtico fiasco, convirtiéndose en un auténtico bumerán y logrando el efecto contrario al buscado, esto es: granjeando un torrente de empatía hacia la víctima del linchamiento mediático, en lugar de su crucifixión.

Permanezcamos atentos a esta singular deriva de la ciudadanía, la cual parece harta de los intentos de las élites por manejarlas a su antojo y se decantan por comportamientos imprevisibles y extemporáneos. Y, cuando eso ocurre, todo puede suceder.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *