«Condición de los amantes», de Juan Vico
Por Jesús Cárdenas.
En todos los libros de Juan Vico se ven infiltraciones de nuestra tradición y transpiraciones personalísimas que exploran otros senderos. La trayectoria del escritor barcelonés, con una dilatada obra narrativa, cuenta ya con su cuarta entrega lírica, después de Víspera de ayer, Still Life y La balada de Molly Sinclair. Y en todos sus libros jamás se muestra domesticado, siempre nos ofrece otra arista, otro borde, otro espejo desde el que mirarnos. A propósito, pensemos en la máxima de Henry David Thoreau: «En literatura, sólo lo salvaje nos atrae».
En Condición de los amantes (Siltolá) presenta un conjunto de treinta y tres composiciones de verso libre, tituladas, vertebradas en torno al eje explorador: ¿cómo nos deja de tocados el proceso amoroso? Vico arraiga su conocimiento en la tradición literaria popular, y culta, que luego revitalizase Lorca, y busca otra arista, otro borde, otra perspectiva, como escribe en «Tema libre»: «Y entonces tú, gacela insomne, / dime dónde temblarás // cuando toda esta noche / haya ardido». Vemos también el envés de Salinas: «mucho temí / que no volvieras nunca revelada»; y el de Neruda, donde el silencio es el canon de los amantes: «Hazme / callar ahora, retuerce mi sonsonete, / abomina para siempre de lo sinónimos». Entendemos, entonces, que la experiencia ha pasado por el tamiz literario, es decir, lo vivido no se ha vertido tal cual, sino que se ha proyectado a través de la imaginación y, sobre todo, de la singular forma de expresarlo. ¿Acaso no sentimos la derrota de la vida cuando pasa la plenitud del instante? Al escritor barcelonés le interesa hacerlo único; esa es la pretensión y la derrota también, como él mismo manifiesta: «Soy / otro fraude resumiendo».
La grandeza de estos poemas se haya en la insumisión del discurso poético amoroso, para lo que se hace necesario no tirar de convenciones, como cabría intuir en «Acuerdo de mínimos»: «Qué alfabeto feroz es preciso, / sin embargo, enfebrecido; qué / desencanto antiguo y tan sin tregua». Las palabras se muestran reacias, reaccionan, y el poeta es consciente de que carecen del poder revivir otros tiempos dichosos: «Romper / todo lo escrito y escribir de nuevo lo mismo». En «Cuadernos» el proceso de escritura tiene en cuenta una revisión implacable de la composición, antes de darla por terminada: «Conviene / regresar a ellos de vez en cuando». El acto de reconocimiento de lo escrito activa la memoria propiciando dudas, así en «Retrato inacabado: «Anotar una frase al desgaire / para recordar lo que pretendes escribir / en una página futura y más tarde / al releerla / descubrir / que la frase ya es la página».
Capítulo aparte merecen dos de los poemas más interesantes y que mejor bucean tanto en el motivo temático como estilístico del conjunto. Primero, «La fiebre», es la composición más extensa, situada justo a la mitad del libro, y la más compleja también. El discurso fluye sin signos de puntuación, tan libre y tan inconexo como el momento en que el cuerpo reacciona ante una identidad escindida, en la que fija su atención en el propio hecho creativo: «y no alcanzaba a distinguir más que el borrón / de tu presencia / comenzabas un texto que ya estaba comenzado»; para decir al final: «me impulsaste a hablar y así me encontré / de pronto recreando también tus recuerdos / solapándolos a los míos». La enunciación desdoblada es todo un alarde poético. Recordemos que esta técnica de la división del sujeto, aunque haya sido fructíferamente cultivada con poetas de la talla de Cernuda, Gil de Biedma, Pizarnik o Szymborska, entre otros, sigue siendo un mecanismo tan hondo como conflictivo para reflexionar desde el diálogo del yo. Con respecto al estilo, hallamos un tono coloquial, que no impide a Vico tantear con diferentes recursos del lenguaje (aliteraciones, juegos léxicos, símiles, asociaciones semánticas, paradojas, ironía…) de un modo óptimo. Además de los citados, léanse también: «Fabula», «Mutis» o «Tiempo muerto».
Y casi al terminar Condición de los amantes, encontramos «Por una noche», una de esas composiciones que, por su delicada belleza, se nos quedan colgando de la memoria. El tono es grave, pero sin afectación, sensible y siempre directo, afilado, incisivo. En ella se aprecia la habilidad de Vico en el empleo de los signos de puntuación, así como en el intercambio de versos largos y cortos que, encabalgados, se nos muestra eficaz en su exploración de un verso más narrativo: «La utilería / moderadamente novelesca / con que adornamos nuestra historia nos vendrá / de maravilla en caso de fuerza mayor»; y, más adelante, la tensión rítmica en versos depurados: «Digamos / por una noche / las más viejas frases hechas, / oigámoslas caer, rendidos».
En definitiva, Juan Vico ensambla en Condición de los amantes un conjunto de composiciones donde prevalece el estremecimiento lírico por encima de los tópicos. Es de agradecer que su exploración haya consistido en ofrecernos un discurso amoroso desde otra arista, otro borde, otro reflejo sobre el que mirarnos.