Una mirada a lo oculto: The X-files (1995) y el cómic de misterio
No hay nada más misterioso que lo que no podemos definir. Y no hay nada tan terrorífico como lo que se insinúa en forma, pero de concreto final. En una mirada nostálgica, que es algo que parece acecharnos por todos lados hoy por hoy, me vuelco al misterio popular. Alguna vez, hace ya bastante tiempo, tratar de descubrir lo que se ocultaba (y es que era claro: algo se ocultaba) de la norma general me parecía una inclinación noble. Esto, claro, no era sino una ilusión de búsqueda, porque quienes buscaban eran los personajes en historias que consumía. Así, entre narraciones turgentes de geometrías misteriosas y deducciones quirópteras me encontré, como otros miles, con una frase: La verdad está ahí fuera.
Ser popular en los 90s significaba, casi sin interrupción, extender la “franquicia”, en términos de comida rápida, en todos sus ámbitos. The X-Files, con su ´éxito indómito, se vio representada en videojuegos, novelas, juegos de cartas y (que vamos, esta´ más que claro), cómics. Las cartas coleccionables y los cómics son esos objetos noventeros que dejan marcas al fuego, indelebles, inamovibles. Mirando las diferentes revistas en alguna tienda local, sin la expectación del saber, me sorprendió: Mulder, con su peinado irrepetible, mirándome sorprendido; figuras inexplicables; y Scully, como siempre, un poco prejuiciosa. Tras usar ese poco dinero que le queda a un preadolescente con demasiados hobbies, me encontré con una historia de trepanación. Tuve que buscar qué significaba ‘trepanación’ antes de seguir avanzando con la historia, recuerdo, pero la palabra no se me ha ido. Una cita a Lovecraft al inicio se vuelve ahora una daga al corazón: Todo en los noventas apunta hacia las mismas fuentes de horror desconocido y de deseo por lo indescriptible.
Si bien el cómic de los X-Files, al menos en un principio es una adaptación de la serie, este primer encuentro no fue tal, sino una historia inédita, un mundo más poblado que el de la serie de televisión, y también más poético. La serie, que cada vez se siente más como un ejercicio cinematográfico ochentero integrado en la cultura televisiva del prime time (que encontró´ su protagónico éxito y revolución cultural en Lost), era la proyección base sobre la que se ilustraba el cómic, y con los colores más propios de 1995, Mulder deshuesaba lo oculto como un mago hace aparecer un conejo (o una paloma, o lo que sea). En 2010 se ha realizado una nueva edición cuyos colores se actualizaron, aunque no hablaremos de esta edición en esta ocasión.
Quizás uno de los aspectos más fuertes de las ilustraciones de Charles Adlard es que logra evocar los aspectos de la serie sin caricaturizarlos al punto del ridículo. Las adaptaciones directas al cómic de películas como Batman Forever, también de 1995, es un caso diametralmente opuesto.
El arte de Michal Dutkiewicz se ve reducido aquí —sin duda por intervención editorial— a forzar el reconocimiento a base de detalles claros, perdiendo así tanto la línea individual del artista como la fluidez de la ilustración. Del realismo suave asentado por artistas como Jack Kirby, John Romita Sr. o Joe Kubert a los labios hipermarcados de Batman hay, quizás, un camino poco saludable para los ojos de un lector. Cuando el reconocimiento se domestica en el reconocimiento del individuo por sus rasgos más evidentes, el lector cae desarmado. O tal fue mi caso. Sin embargo, en X-Files la línea artística-editorial fue consistente con algo más de vaguedad estilística.
El estilo más orgánico de la serie, que varía entre algunos números más abstractos de Sandman y acción aledaña al mainstream de superhéroes se enmarca fuertemente en la “libertad” artística del mainstream, y pese a eso el carácter individual de los artistas está mucho más presente. No es que X-Files sea un ejemplo paradigmático de la calidad artística de sus ilustradores, pero sí que se vuelve un ejemplo emblemático de la loca mercadotecnia noventera y de un atisbo a la creatividad artística de un cómic detectivesco de misterio. A diferencia de nombres más establecidos en el mundillo, como The Spirit, X-Files tiene más restricciones creativas por deber circular en torno a la serie original, y aun así, Trepanning Opera, como el ejemplo particular en mi caso, se permite narrar desde múltiples puntos de vista, de poner en duda la trayectoria cronográfica de la historia y su conclusión.
La trepanación (práctica «médica» en la que se agujereaba el cráneo y cuyo objetivo todavía no está claro) como fuente de un misterio —la apertura de un tercer ojo hacia la verdad— trae consigo una fuerza monumental, como sucede en el Homunculus de Hideo Yamamoto.
En una conexión intertextual no premeditada el misterio de la trepanación se vuelve un eje básico de este manga de horror psicológico tal como sucede en Trepanning Opera, y si bien las constricciones de X-Files (dar la sensación de un episodio y concluirlo en breves 23 páginas) no dejan espacio para explorar los conceptos ocultos más a fondo, como objeto de nostalgia es mucho más que un panfleto promocional para la serie de televisión.
Uno de los éxitos más sorprendentes de Homunculus es su unión del “misterio” médico de la trepanación con un creciente horror ante los individuos transformados por la visión clara del nuevo ojo en el cráneo. En Trepanning Opera, por otra parte, el misterio criminal es más relevante, pero no menos revelador de un algo oculto (dentro de los márgenes de su brevísima extensión).
Con los límites formales y de consumo, se le puede perdonar al equipo el no poder desarrollar las ideas hasta sus conclusiones más extremas como sucede en el caso de Yamamoto, y aún así, como objeto de lectura lleva a su lector por un camino similar: Abrirse a la posibilidad, aunque sea ficticia, de un algo posible y aterrador.
Por todo lo malo que podría haber sido como adaptación para generar más ingresos ante un público capaz de devorar hasta lo más ridículo, el cómic de 1995 de X-Files entrega algo del espíritu de la serie sin caer (siempre) en un mal facsímil: Se insinúa lo oculto, y las resoluciones no son sino respiros momentáneos. Memorable por nostalgia y rescatable por mérito propio, en este caso hay recuerdos que aún son legibles, especialmente porque siguen en diálogo con el cómic en su visión más general.
Con frecuencia revisitar estos lugares resulta más ingrato de lo que se espera, y alimentar la nostalgia de modo corporativo produce objetos encaramados en lo que creemos que conocemos. No se podrá nunca volver a casa realmente, pero en lo que nos queda hay aún recovecos oscuros, ignorados, con más valor que el de haber existido en un tiempo personal formativo. No digo que el cómic de X-Files sea, de por sí, una joya oculta, pero sí que se puede rescatar como un reflejo prístino de su época y como un objeto más o menos orgánico que trasciende su estatus plano nostálgico.
Claudio J. Rodríguez H.