«El mar», de Victoria Cóccaro
Por Jesús Cárdenas.
Desde tiempos inmemoriales el mar dejó de ser solo el referente de gran masa de fluido para pasar a ser un símbolo fructífero. A lo largo de la Edad Media el término abarcaba un elemento mágico y desconocido que infundía temor así como su empleo metafórico como reflejo de la mala fortuna y de la muerte. El Modernismo lo convirtió en un pretexto desde el que abordar toda una corriente estética. Célebres son aquellas instantáneas de Neruda evocando la infinitud de la belleza marina. Célebres también, los versos de Benedetti que se interrogaban por la fascinación que causa a cualquiera: «¿qué es en definitiva el mar? / ¿por qué fascina? ¿por qué tienta?». Y así hasta llegar a la propuesta de Victoria Cóccaro, El mar (Lomo, 2018; Liliputienes, 2020), donde sugiere la inmensidad onírica, trasunto del acto de pensar, nombrar y escribir.
La poeta e investigadora bonaerense cuenta con varias publicaciones poéticas, además de la que aquí nos ocupa: El plan, Hotel, Eléctricos de sombra y Decir. Desde La Plata viene realizando una labor de mixtura, tratando de unir a las lecturas intervenidas, la música y la imagen.
El título, El mar, podría llevar a equívoco. Si el lector pretende hallar aquí un panteísmo místico al modo juanramoniano se equivoca, ni expresión cernudiana del sentimiento del deseo o trágico ni tan siquiera imagen para huir de los tópicos. Ahora bien, si lo que busca es una perspectiva diferente, hallará un ir y venir de reflexiones en cada ola hasta mojar el pensamiento. Porque la poesía que practica Cóccaro es, ante todo, sugerentemente reflexiva. Reflexiones que ponen en marcha ese mecanismo que proyecta pensamiento y creación; una manera intensa de repensar en el significado del lenguaje y de la propia poesía.
El conjunto de composiciones no tiene secciones, sino que está concebido como una sucesión, a imitación de las corrientes marinas, yendo desde el mar al río. Este forjado constituye una imagen simbólica que va desde el final hasta el nacimiento. Paralelamente, el lenguaje representa ese constante fluir del comienzo, una ruta por la rompe con las estructuras del verso y del propio lenguaje hasta desembocar donde los versos tributan el molde tradicional, en composiciones que ya no eluden la puntuación. Digamos que la poeta bonaerense traza el camino que va desde la experimentación formal hasta concluir en la aceptación de la norma.
Centrándonos en distintas composiciones, la inicial, de título homónimo, llama poderosamente la atención, no sólo por ser de estructura compleja y la más extensa, sino, sobre todo, por la cantidad de elementos disociados, oníricos que se cruzan al hilo de distintas reflexiones. Para Cóccaro escribir es «intentar llegar a tiempo al montaje»; es estar abajo del agua; tiene un sonido»; pero también «es borrar / la grafía blanda sobre la arena». De aquí podría deducirse que el mar representa para la poeta un trasunto metaliterario, como si el mar pudiese explicar la creación poética, con sus idas y venidas hasta la orilla. El significado de la escritura muestra un modo de esperanza al hallazgo del encuentro con el otro, y Coccaro explora ese camino en la escritura: «escribir es a lo sumo esperar / ver el parecido». Por otra parte, el mar contiene un latido de sufrimiento. Desde el fondo del mar el sujeto arranca el dolor: «una vida duerme / y la experiencia de dolor / no es la de esa vida / que duerme / porque esa vida ya no tiene nombre para sí». Atraviesan estos versos una pérdida, que envuelve la vida de soledad y desamparo: «porque irse es abandonar / pero sobre todo es dejar de amontonarnos». La experiencia de dolor nos desarbola y desequilibra hasta el punto de borrar toda certidumbre: «esta que escribo ni es esta que se lee». Las asociaciones fonéticas, léxicas y semánticas son diversas, en alguna ocasión, caprichosas; en otras, bastante certeras: «el fondo de la morfina es como el fondo del mar».
En otras composiciones de El mar, como «Esto es estar en este planeta en este momento», la poesía trata de los propios horizontes del lenguaje. Entre algunos argentinismos y diversas metáforas visionarias Cóccaro propone detenernos en el sentido de las palabras: «y si te vas para ahí te hacés de agua / un metal refleja una forma / que todavía no existe»; y más adelante dirá: «el nombre es lo que se inventa / para vestir a una época / no es la descripción de sus virtudes». La ambigüedad viene creada también mediante los juegos léxicos: «es verano y el tiempo pasa lento es una forma de esperarnos» –dirá en «Ayer en Aeroparque». La desconfianza en el acto de nombrar vuelve a aparecer en «Muchas cerraduras viejas» u otra de los magníficas composiciones que contiene este libro, «Concentrate en el presente», donde vemos que en ningún caso el verso se pliega al pensamiento, al contrario, es el verso sublimado gracias a la carga reflexiva, momento también para que paseen los interrogantes: «en la foto que sacás del mar / corte blanco sobre azul o gris depende / de que ese hecho el suelo que lo embolsa». Como se aprecia, los versos buscan verdades al mismo tiempo que crean imágenes visuales. A propósito léanse «La red del pescador» y «El fin» para comprobar la belleza de estas construcciones tan plásticas.
Para terminar, en «El río», lo radical de la búsqueda excede el tiempo, y el caudal hace que la poeta se vuelva al pasado, tal vez con la sensación de reencontrarse, y encontrar sentido a nuestra realidad, tan problemática de asimilar y comprender. La duda ejerce un extraño poder sobre lo que parece evidente: «¿estaban / vivos desde antes de su impresión de luz / sobre el magma de vidrio líquido que hace / de pergamino?». Sin embargo, el cauce deviene en una cuestión metalingüística y metapoética al cabo siguiendo un proceso de emisión, impresión, corte y talla. Siempre atenta a que el lenguaje no controle el caudal de qué decir. Verdaderamente, es aquí donde Cóccaro exhibe una lírica rebosante de autenticidad, utilizando un sinfín de recursos (aliteraciones, dilogías, interrogaciones, apóstrofe…), poniéndolos al servicio de la idea, exponiendo varios puntos de vista de lo que es y puede ser, qué se entiende por pasado, qué perspectiva tomamos de la existencia, entre otras cuestiones. «¿quién se pregunta por un montaje equivocado / entre la imagen y el sonido / o entre el nombre y el amor? Ya sé / hablar de amor es anacrónico». Ahí lo dejo.